Como no podía pegar ojo me puse la nueva serie de David Simon, que es un señor que hace tiempo fue periodista y ahora sigue siéndolo solo que con más dinero, o con el favor de gente que tiene más pastuza, como el embajador de Estados Unidos en España, que es directivo de la HBO. Así que Simon continúa con su labor juntaletrista solo que pidiendo actores y directores de fotografía extraordinariamente talentosos y bigotes, bigotes por todas partes. Su última crónica se ambienta en los 80, así que el departamento de producción debió andar como loco analizando con rigor y profesionalidad de entretenimiento estadounidense libros como La Historia del Mostacho en el Siglo XX (Jean Duvaliere, Lyon University Press 2003).
Es un tipo de periodismo increíblemente costoso pero tiene muchos seguidores, sobre todo entre la gente que se gana la vida o trata de ganarse la vida o le amarga la vida a otros escribiendo sobre series. Es David Simon, cuenta historias supersociales que no dan la grima ni provocan la cara de dolor congelado de León de Aranoa. Así que todo bien. Aunque, personalmente, empiezo a tener una querencia en aumento exponencial por series como L`il Quinquin: europeas en su rareza, su falta de consideración por la audiencia, premeditadamente absurda, emotiva sin el dilema genuinamente norteamericano sobre cómo ser emotivos, con niños con la cara pintada, con ligeros comentarios sobre el racismo, la endogamia francesa, la infidelidad, lo sobrenatural, las pobres chicas de provincias aspirantes a carnavalescos programas de música televisivos.
Dinero, dinero, quiero mucho dinero.
Toneladas industriosas de dinero.
Jo, lo que haría yo con tanta viruta en mi poder.
Pensaba en ello cuando decidí ponerme los cascos para ver si podía quedarme sopa remolona escuchando la radio. Primer descubrimiento: la SER repite El Larguero en cuanto acaba Hablar por Hablar. Es una decisión extraña. Básicamente eso convierte una cuarta parte de la programación de la principal emisora española en un bucle de varones que hace tiempo sobrepasaron la media edad quejándose de banalidades balompédicas, personas de todo tipo farfullando sobre dramas de naturalismo balzaquiano y, para cerrar el bocata, reposición de los señores con el culo inquieto por saber si Florentino le susurra órdenes y directrices a sus entrenadores cual Lengua de Serpiente en el Señor de los Anillos.
Lo que haría yo con tantísimo dinero.
Florentino Pérez.
Quién iba a sospechar que estas dos ideas se fueran a montar en el Tren de la Bruja de mi acorchado cerebro en autoimpuesta duermevela. De repente, así, sin aviso ni red, los carrillos se me derritieron hasta la altura de la nuez, las dioptrías dieron un salto mortal y me aumentaron como un 200%. Ahora también soy viudo, tan rico que riqueza es un término inapropiado y tan anclado en otra época que los trajes, independientemente si acaba de cortármelo y recosérmelo un modisto veneciano, no dejan de arrastrar el año 1983 en cada costura. Ahora soy Florentino.
No está mal.
Lo primero que hago es frotarme las manos. Cada vez que Florentino, confieso a un periodista (en tercera persona), se frota las manos, las acciones del Madrid generan beneficios en algún rincón del mundo. Oiga bien, hasta mi llegada no era así, pero gracias a la gestión de Florentino, las acciones del Madrid se convirtieron en energía. ¿Sabe lo que hace la energía? No desaparece, siempre se transforma. Puede que usted no vea cómo, al realizar este simple gesto, fris, fris, emana dinero en Asia-Pacífico o al lado del Canal de Suéz, pero es así.
Me canso de torear al periodista. Es fácil. Solo quieren saber si le como la oreja a los entrenadores, si me encierro con los jugadores para recomendarles cómo deben usar esas beatíficas piernas que Dios Nuestro Señor les ha dado. Aquel de allá, el del final de la mesa, se cree que me va a tirar de la silla solo porque tiene preparada una pregunta del tipo “¿Qué pasa con Iker es que no le quiere, es que le ha pegado una patada en el culo porque el Madrid no tiene clase?”. La peor parte vino cuando el fulano este que se parece a Ortega Cano me sacó el tema de la deuda. ¿Qué tenemos más deuda que beneficios? Florentino le responde: y Telefónica.
Toma regate.
Por la escuadra.
Ni uno responde, ni uno vuelve a sacarlo a colación. Sería fácil que me vinieran con la monserga de que si uno debe más de lo que puede pagar, en algún momento, cuando la empresa se vaya a hacer gárgaras (porque todas se van), esto va a caer con la misma gracia en abismo de las estafas piramidales. Se paga hasta que se agote el dinero y si la guita se evapora antes de tu turno, mala suerte Pascualo. Eso, o nos rescata el gobierno. Ni siquiera sé por qué me preocupo por el gobierno cuando yo mismo podría ser el gobierno. Una vez lo intenté. No, dos, metí cuello en la política dos veces y dos decepciones para el bueno de Florentino. Ahora es diferente, ahora puedo ganar las elecciones de diciembre. España lo pide. Y un Florentino en la Moncloa es mucho más provechoso y rentable que un Florentino aquí, aguantando los jadeos y la rabia espumosa de estos tipos que mañana me van a poner a caldo en cualquier tertulia o web deslustrada.
Imagínate. ¿Mi programa? El del Madrid. Infalible. Sólido como una roca recubierta de plomo derretido guardada entre placas de mármol bañadas en adamantium.
Si el Madrid es el equipo número uno para la UEFA (aunque no haya ganado un pimiento esta temporada), ¿por qué no puedo llevar a España al número tres mundial aunque ni pinche ni corte en ciencia, cultura ni empleo? ¿No es eso lo que intentó el dichoso Mariano? Ah, Mariano, si me hubieras preguntado.
Prestigio.
Valor.
Prestigio.
Prestilor.
Para empezar, convertiría el chándal de la selección española en uniforme oficial de todos los funcionarios de las embajadas españolas en el extranjero. Así, los nativos se preguntarían: ¿dónde puedo adquirir ese atuendo tan estiloso? Y todo el mundo desearía formar parte de la comunidad española internacional, rojiamarilla, disciplinada en su vestir, sin distinción de rango ni clase gracias a una homogénea política de representación textil. Beneficios a tutiplén gracias a un acuerdo extraordinario con Umbro.
Luego negociaría los derechos televisivos del desfile del Día de la Hispanidad. Menudo nombre más bien escogido. Hispanidad, como ecuanimidad o derechos sociales, no significa nada así dicho. Hispanidad. No importa cuánto se pronuncie, nadie tiene la menor idea de lo que engloba. ¿Y por qué nadie querría pagar por ver nuestra exhibición anual de españolidad? Porque Cristiano y Bale y Marcelo y todos esos a los que pago para algo más que acostarse con mujeres anónimas saldrán a marcar el paso el día doce. Uno, dos, uno, dos, balonazo al público, niño atrapa la pelota, primer plano del realizador del niño llorando mientras la Virgen de Fátima se aparece brevemente sobre su cabeza.
Delicioso.
Cambiaremos a la legión por animadoras, los escuadrones del ejército por falleras avanzando por la avenida al son de una jota con ritmo de chotis y pirotecnia restallando en su pelo envuelto en caracolas capilares incandescentes. El Día de España será el espectáculo definitivo. El prestigio ya no se gana de la forma tozuda y sangrienta de antaño, ni siquiera se compra; ahora se vende. Y la Fox, la RAI, la BBC, France 1, todas emitirán al unísono nuestro Día de Lo Español. Acabo de caer en que Hispanidad recuerda a la marca vieja. Nada debe devolver a las costumbres de antaño. Es más: rebautizaré el Santiago Bernabeu. A partir de mi ascenso como Presidente el campo se llamará Estadio Estatal. A los sudamericanos les pirran los nombres de ese tipo, anodinos pero férreamente patrióticos. Y eso que aquí ni siquiera asesinamos en masa sobre el césped, solo sobre la arena de las plazas de toros. Toros. Eso también lo meteremos en el día del desfile.
Entonces, cuando España por fin sea la más valiosa, la más prestigiosa, la más criticada por esos periodistas que no entienden ni conversan de tú a tú con Florentino, entonces…
Soy un refugiado.
Menudo salto.
Esto no me lo esperaba, la verdad.
Ahora estoy a punto de morir de hipotermia. Ahora estoy en Reikiavik. Una familia se ha dignado a darme cobijo mientras arreglo los papeles. Soy ingeniero de caminos, como Florentino, pero eso no importa porque el diploma se encuentra ahora mismo debajo de un montón de escombros en ese país del que todo el mundo empezó a hablar hace tres años. ¿Cómo se demuestra que uno está capacitado para hacer lo que quiera que hagan los ingenieros de caminos si, para empezar, no tengo un papel tamaño A3 que lo demuestre? Uno diría que basta con pasar una serie de pruebas de capacitación, pero eso solo sirve para los deportistas y los cabreros. Si quieres ser ingeniero no importa que ya lo hayas conseguido en otro lugar, aquí tienen que confirmarlo con un legajo académico. A ver si aclaro mis prioridades: sobrevivir, conseguir un trabajo de mierda, no poder pagarme la universidad porque la matrícula ni siquiera está al alcance de los nativos con sueldos que no provocan risa floja, conocer a una chati, casarme con esa chati, tener un hijo cuya educación le permita seguir un camino lineal sin absurdas dobles titulaciones asiático-occidentales, enorgullecerme de él cuando por fin consiga ser ingeniero de caminos (porque pongo a Dios por testigo de que el niño va a terminar delante de una mesa de ingeniero o le practico el aborto retroactivo), morirme.
Que mal.
Siempre he querido ser ingeniero.
Necesito ser ingeniero.
Pero ahora soy refugiado y debo dar gracias por estar vivo y que me cobijen, como un piernas de la selva en 1743 arrojado a la civilización, asintiendo con fascinación boquiabierta a todo solo porque mi vida, mis méritos, mis logros y la montaña de compensaciones por mi esfuerzo quedaron sepultadas bajo un proyectil sin implosionar.
Me cago en la leche.
¿Dónde está el valor intelectual de mi refugio?
Yeeepa.
Soy el niño muerto del que todo el mundo habla, con la cabeza semienterrada en la arena. Extraño. Debo ser, en todo caso, su espectro. Todo el mundo hablando de mí, de esas dichosas fotos. Bueno, por lo visto ahora la comunidad internacional se ha concienciado. A pesar de tener tres años sé perfectamente lo que es La Comunidad Internacional, ¿qué pasa? Me parece bien. Lo que me da un poco de picajosidad es que la gente ande arrojándose napalm verbal por ahí con la instantánea de mi cuerpecito. Es denigrante cómo las capas sociales con niveles de ingresos bajos o medio-bajos no ha aprendido a respetarse entre sí ni a coger mi instantánea y restregársela por las narices a los que tienen guita, parné, money en el bolsillo suficiente para donar, ayudar, apoyar sin que se le caigan dos lagrimones al final de la semana. Estos chavs siempre humillándose entre sí, obviando que son las capas superiores a las que hay que poner contra la espada y la pared casi todos los días. Y, sin embargo, ahí andan, parloteando en los internets sobre la conveniencia de mi redondeada anatomía en sus medios, como si ese fuera el quid de la cuestión. Como si esos golems de expresión vaciada democráticamente electos no necesitasen de mis pulmones atorados de salitre para escuchar el primer crujido de la grieta de su cúpula de cristal refractario. Y los putos chavs, dudando y enfrentándose entre sí, marcándose con dedo rígido de insolidarios o insensibles o morbosos. Si es que tiene mandanga. En cuanto sepa hacerlo (no es fácil, hay que reunir una cantidad de energía espectral a-pa-bu-llan-te) voy a aparecerme a esa capulla que le está poniendo los cuernos al novio pero no deja de colocar emoticonos de caras amarillas redondas llorando junto a la noticia de mi foto. Va a estar menstruando Cola-Cao tres meses seguidos. Al menos ahora parece que…
Flllllllsuh.
Soy joven, la excusa de la formación permanente me parece un timo al servicio de una burbuja académico-elitista que tarde o temprano explotará, no tengo un solo máster, sobrecualificado para unos trabajos, con muy poca experiencia colocando donuts sobre platos calientes para otros y se la traigo floja al Daily Mail. En realidad se la traigo floja a todo el mundo desde que la explicación a mi condición quedó reducida a un infecto acrónimo que ni es acrónimo ni nada: ni-ni. No estudio, no trabajo. Lo primero por convicción, lo segundo por resignación, aunque también, como decía Jardiel, ¿acaso no es el trabajo el fracaso de los que no saben divertirse?
Uf.
Todo ha sido un sueño, sigo en Madrid. No tengo pasta pero me queda el bello recuerdo de que cualquier noche puedo volver a ser Florentino.
¿Y quién no, en la meseta de las promesas?
Isaac Reyes
Leave A Comment