Dicen que una imagen vale más que mil palabras. En el caso de Jean-Bédel Bokassa imágenes y palabras pueden incluso quedarse cortas: héroe de guerra, dictador militar, emperador, presunto caníbal, predicador chiflado, todas estas profesiones adornan su currículum y lo hacen acreedor al Premio al Dictador Extravagante, otra de las tipologías que vamos a analizar, una vez visto el tipo de dictador “ilustrado” en la entrega anterior.
Para hablar de dictadores extravagantes nada mejor que darnos un paseo por el tiempo y el espacio para viajar al África de la descolonización, durante los años 60 y 70 del pasado siglo XX.
Con unas potencias coloniales que echaron cuentas y vieron que el collar les salía más caro que el perro y dos superpotencias deseosas de contar con nuevos territorios y aliados en plena Guerra Fría, el proceso se hizo de un modo popularmente conocido en esta Andalucía nuestra como “al estilo compadre”, es decir, mal, rápido y de cualquier manera.
De este modo surgirían entre fines de los 50 y mediados de los 70 una pléyade de nuevos países cuyos gobiernos estaban en manos de los antiguos pueblos colonizados por ingleses y franceses.
Ni que decir tiene que las fronteras de los nuevos países se trazaron con un lápiz y una regla y que las tribus, base social de las poblaciones africanas, quedaron separadas en varios Estados o bien amalgamadas con otras con las que habían estado enfrentadas desde antiguo. Esto se tradujo en inestabilidad política, a lo que hay que añadir la precaria situación económica y la corrupción política de los sucesivos gobiernos.
Estos estaban formados en su mayor parte por jefes de tribus aliados temporalmente, ejerciendo en muchos casos un poder absoluto que nada tenía que ver con la democracia. Por su parte, los países occidentales apoyaban a estos gobiernos según sus intereses geoestratégicos o los de sus empresas multinacionales en lo que se vino a llamar “neocolonialismo”. Fue en este caldo de cultivo donde surgieron una serie de dirigentes caracterizados por su extravagancia, mezclando el populismo, prácticas tribales de la Edad del Bronce, magia negra, lujo desmedido y corrupción desatada como Idi Amín, Mobutu Sese Seko, Francisco Macías o Teodoro Obiang.
Sin embargo la palma se la iba a llevar Jean-Bédel Bokassa, que no contento con ser un dictador militar más, se proclamó Emperador y llevó a cabo una brutal política represiva con el apoyo de Francia mientras intentaba emular la estética de Napoleón y el I Imperio Francés (como queda patente en la fotografía).
Pero ¿quién fue en realidad Bokassa? Su figura ha atraído siempre la atención del público curioso y ávido del llamado “cotilleo histórico”. Sin embargo en él no encontraremos más que el típico currículum del dictador africano de la época, apoyado por una potencia exterior, en este caso, Francia.
Bokassa nació en Bobangui, en el entonces llamado “Congo Francés” o “África Ecuatorial Francesa” en 1921. Se crió con todas las comodidades (todas las que podía haber en la colonia en ese momento) ya que su padre era jefe de una tribu.
Tras quedar huérfano, fue educado por misioneros católicos y se enroló a los 18 años, en 1939, en el Ejército Colonial Francés, como muchos otros de sus compatriotas, para no morirse de hambre. Con la derrota francesa ante Alemania en 1941, Bokassa se unió a las Fuerzas de la Francia Libre, luchando contra las fuerzas de Vichy en África y luego contra los alemanes en Provenza y Alemania, ganando su ascenso a sargento mayor.
Una vez terminada la II Guerra Mundial, combatió en la Guerra de Indochina contra el Vietminh y terminado este conflicto en 1954, fue destinado de nuevo a Francia y posteriormente a varios destinos en África, donde alcanzaría el grado de capitán en 1961.
Para aquel entonces, Francia había decidido, tras el varapalo sufrido en Indochina y la guerra colonial que se estaba desarrollando en Argelia, la joya de la corona del Imperio Francés, desarticular sus colonias.
Así durante los primeros 60 el África Ecuatorial Francesa se escindió en las naciones francoparlantes del África Negra actual. Bokassa abandonó el ejército francés y se enroló en el naciente ejército de la República de Centroáfrica. Ascendió a comandante y se labró una sólida posición en el régimen al ser primo (tribal, no carnal) del presidente David Dacko. En un año se hizo con el mando absoluto de las fuerzas armadas, que contaban, para 1962, con un exiguo contingente de 500 hombres.
Para contrarrestar el poder de Bokassa, Dacko creó una Gendarmería Nacional y una Guardia Presidencial, temiendo un golpe de Estado por parte de un Bokassa que cada vez quería más poder.
Entonces Dacko cometió un error estratégico, asfixiado por la crisis y los radicales del MESAN (Movimiento de Evolución Social del África Negra), se desligó de la alianza francesa y estableció relaciones dipomáticas con China, recibiendo inversiones y asesores de todo tipo.
Para evitar tensiones, envió a Bokassa a Francia para participar en un homenaje a la Toma de la Bastilla, impidiéndole regresar a Centroáfrica. Bokassa, irritado movió sus influencias desde París y Dacko no tuvo más remedio que asumir su vuelta. Incluso Bokassa llegó a alardear de que el propio De Gaulle había presionado al gobierno centroafricano.
De vuelta en el país no tardó en lanzar un golpe de Estado, encarcelando a Dacko y llevando a cabo una campaña de imagen muy agresiva en la que ponía de manifiesto su virilidad y capacidad de mando como Presidente.
Abolió la Constitución y disolvió la Asamblea Nacional (Parlamento), creando el Consejo Revolucionario. No tardó en adular a los franceses, rompiendo relaciones con China, prohibiendo el comunismo y apoyándose en el MESAN como partido único.
Llevó a cabo una política de modernización social, aboliendo la poligamia, la ablación y otros usos tradicionales. Asimismo puso en funcionamiento varios servicios públicos sólo en la capital, Bangui, por falta de infraestructuras en el resto del país, destacando los autobuses públicos.
Con el fin de cimentar su poder, firmó una alianza mutua con el Chad y otros países vecinos y finalmente con Francia, que aceptó los hechos consumados. De Gaulle visitó Bangui en 1966 y el nuevo régimen consiguió su reconcimiento internacional, a pesar de la censura, la persecución a los mendigos y la obligatoriedad de tener trabajo conocido (para hombres y mujeres entre 18 y 55 años).
Sin embargo, la tensión iba a surgir entre Bokassa y Banza, uno de sus ministros, que se oponía a los excesivos gastos protocolarios que generaba Bokassa, sobre todo en fastos, uniformes personalizados y condecoraciones que se concedía a sí mismo.
Banza, que intentó un nuevo golpe de Estado contra Bokassa fue traicionado y casi asesinado a golpes por Bokassa. Finalmente su cadaver acuchillado y con la espalda rota fue exhibido para público escarmiento. Obviamente los periódicos franceses silenciaron las condiciones de la muerte y achacaron el fallecimiento a “oscuras circunstancias”.
Carente de todo freno, Bokassa dio rienda suelta a su personalidad extravagante y volvió a la política económica y exterior del país un tema impredecible.
En 1972 se proclamó presidente vitalicio y en una combinación imposible, se hizo aliado, al mismo tiempo, de Francia, su tradicional apoyo y de la Libia de Muammar el Gadaffi, el dictador antioccidental por antonomasia en aquella época.
La colaboración con Francia fue especialemente estrecha, siempre dentro del marco de la “Francophonie”. En realidad, los sucesivos gobiernos franceses, y en especial el de Valery Giscard d’Estaing, mantuvieron a Bokassa en el poder porque les suministraba materias primas baratas, en especial, uranio para la creación de un potente arsenal nuclear de cara a la Guerra Fría.
A cambio del uranio, Francia destacó soldados a Centroáfrica para apoyar al dictador , envió material militar moderno y colaboró en los fastos de coronación imperial cuando el bueno de Jean-Bédel tuvo la ocurrencia de proclamarse Emperador en 1977. Nacía así el Imperio de Centroáfrica.
Copiando la estética napoleónica, a instancias de asesores franceses, la ceremonia de coronación, a la que se invitó incluso al papa, consumió toda la ayuda financiera francesa proyectada para un año, así como un tercio del presupuesto anual del país.
Sus caros uniformes y trajes ceremoniales, así como su corona, lujos y su célebre trono de oro macizo de dos toneladas en forma de águila dieron la vuelta al mundo y contribuyeron a reforzar su imagen de loco egregio tanto en el interior como en el exterior.
Para 1979 Francia ya había retirado gran parte de su apoyo, en parte por una campaña de lavado de imagen (que no impidió que Giscard perdiera las elecciones frente a Miterrand) y en parte porque Bokassa había dejado de serles útil porque estaba volviéndose cada vez más impredecible e incontrolable (como buen dictador africano que era).
La gota que colmó el vaso fue la actuación del emperador en una serie de protestas motivadas por una hambruna que azotaba al país y que acabó con una masacre de civiles a cargo del ejército (curiosamente, igual que durante la Revolución Francesa), junto a la represión de una serie de protestas estudiantiles: ebrio de poder absoluto, Bokassa implantó un caro uniforme escolar obligatorio para todos los niños del país, que, anticipando la hortera moda cani o hiphopera, contaba con su cara bordada.
Los estudiantes, muchos de ellos niños, protestaron y se manifestaron por su derecho a la educación (sin uniforme perdían el acceso a las escuelas). Las manifestaciones acabaron con al menos un centenar de niños muertos por las fuerzas imperiales. Incluso Bokassa se animó a participar en la represión, asesinando a palos a varios niños, con la intención de acrecentar su prestigio populista al tomar parte personalmente en la “solución” de los problemas del país.
Francia, jugando a ser una gran potencia y copiándose de Estados Unidos y la URSS, planeó la Operación Barracuda, un golpe de Estado externo al estilo de la intervención norteamericana en la Nicaragua de Sandino o donde quiera que EE UU tenga intereses de algún tipo.
Llas fuerzas francesas se hicieron pronto con el control de Bangui, la capital y posteriormente de todo el país. Bokassa huyó y se refugió en Libia y luego en Costa de Marfil, donde el régimen de Houphouet-Boigny le permitió asentarse.
Los franceses colocaron en Centroáfrica al antiguo presidente, Dacko, como nuevo hombre de paja y siguieron a lo suyo.
Sin embargo Bokassa no iba a dejar de ser un inconveniente para Francia (lo mismo que Saddam Hussein sería para EE UU). Reclamó asilo político como antiguo miembro de la Legión Extranjera y hubieron de darle alojamiento en un chateau a las afueras de París. Allí escribió sus memorias, que fueron retiradas de las librerías y censuradas, al revelar que hizo regalos a Giscard (un lote de diamantes) cuando era ministro y que siendo Presidente de la República habían participado juntos en orgías celebradas durante visitas oficiales a Bangui.
Estas revelaciones acabaron con el crédito de Giscard y con su carrera política, así como incomodaron a numerosos políticos franceses que le apoyaron durante todo su mandato a cambio de regalos, comisiones y mujeres (nada nuevo bajo el sol).
Hastiado, volvió a Centroáfrica en 1986, siendo inmediatamente detenido y juzgado por asesinato, canibalismo, corrupción y uso indebido de fondos públicos.
Condenado a muerte, le fue conmutada la pena por la de cadena perpetua en solitario y posteriomente por la de 20 años de prisión, un hecho insólito en el África subsahariana de la época, donde los juicios sólo eran la antesala de una ejecución pública.
Fue liberado en 1993 y se dedicó a malvivir como mendigo por las calles de Bangui, proclamando ser el “ Decimotercer Apóstol de Cristo”, predicando y siendo perseguido por turbas de chiquillos. Finalmente murió en 1996, a los 75 años. Dejaba 17 mujeres y al menos 50 hijos y una fama imperecedera que lo hace figurar como un ejemplo destacado de los personajes retratados en el libro de Albert Piñol Payasos y Monstruos sobre los principales dictadores africanos de la época: una mezcla alucinante entre un rey de opereta y un cacique tribal. Hemos de agradecer a Francia que crease a ese monstruito y lo dejase sobrevivir. Gracias por todo.
Ricardo Rodríguez
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