Aquella mañana salió del pequeño escondite en la ranura entre el espejo y la concha de plástico que lo envolvía. Se desperezó estirando sus ocho patas, tenía los músculos algo entumecidos pero la luz del amanecer le calentaba suavemente su exoesqueleto. Aquellos tibios rayos bañaban poco a poco el lugar produciendo mil reflejos en su red perlada de pequeñas gotas de rocío. De pronto, algo perturbó la simetría de aquel campo de espejos minúsculos: una vibración casi imperceptible estremeció a la araña. Otra vez. Silencio de nuevo. Esta vez sí. Otra vibración, esta vez más fuerte, hizo oscilar la tupida red. La araña decidió recorrerla por el camino oeste pues calcula que su invitado estaba llamando a su puerta por allí. Con gran habilidad, la araña encuentra a su alada y esperada visita.
–¡Buenos días! – saluda nuestra anfitriona
–Ññññ, ññññ, ññññ – un chirrido quejumbroso se paró en seco al ver a la octópeda arácnida. Un mosquito joven pero rechoncho se debatía entre las hebras plateadas. Su lucha había dejado alrededor un halo seco, sin gotas de rocío.
–Ejem. ¡Buenos días! – insistió paciente ella.
–Ññññ… Buenos días – contestó por fin. –Ya sé, ya sé lo que toca. Sólo déjeme usted, señora araña que lo intente un poco más.
–Tranquilo, haga lo que tenga que hacer. – Animó ella, soltando un leve bufido por aquello que a ella le parecía chistoso.
–¡Pero cómo me ha podido pasar esto a mí! – Se quejó el mosquito. –Siempre paso por aquí desde que nací, vamos que hará dos días, y nunca he visto aquí una tela de araña. Y he de decir que muy bien hecha, lo reconozco: ligera, pero resistente, tersa, tupida pero con cierta aireación… y además, colocada entre un espejo retrovisor y la ventanilla de un coche… muy astuta…
–Pues no es mi mejor trabajo – se apresuró ella –Si hubieras estado aquí hace dos días, habrías visto la que hasta la fecha era mi gran obra de arte. Pero, aún no habías nacido, y no pudiste apreciarla.
–¿Y por qué no está? Si puede saberse… – El mosquito cejó un poco en su empeño de zafarse de aquella trampa de seda y plata.
–Me alegro de que me hagas esa pregunta. – la araña se relajó –Pues es que este es un sitio que me gusta. Es mi rincón, mi hogar. En él me siento segura porque no se pudre como cuando vivía en el hueco de un árbol, y aquí me dejan en paz. Lo malo es que debo soportar una campaña constante de acoso y derribo. Y es que de vez en cuando, la criatura dueña del coche en el que vivo pasa su mano o un trapo amarillo por aquí y mientras dice algo que no llego a distinguir destruye sistemáticamente mis telas. Y tengo que volver a empezar de nuevo. Es una batalla en la que me debo mantener fuerte. Sé que la fortaleza psicológica es mi arma más potente.
– ¡Qué me va usted a contar!, yo vengo de mi cacería nocturna, y mire… Pero, ¿por qué sigue usted aquí? ¿Por qué no se marcha?. Ahí mismo tiene usted un jardín bien apetecible. – dijo el mosquito intentando ganar tiempo para quizás poder evitar que su “anfitriona” lo desayunase.
–¡Va! – soltó ella –Prefiero mi independencia, mi espacio. Aquí no lo comparto con nadie, excepto… con mis invitados… – La araña empezaba a atener hambre – Además, esta casa es móvil. En ella puedo ver mundo y… ¡¡Viajar a 120 kilómetros por hora!!
–¿Y sus telas aguantan?. ¡La felicito! – mintió él –Me alegro de haber caído aquí y no en otras de esas telas a medio hacer o descuidadas, que tienen más que un nudo de entre punto y punto. Usted es una artista… cómo debió de ser la última…
La araña complacida por aquella conversación tan poco usual sintió curiosidad por aquel mosquito tan listo… –Es algo que va con la casa: como tengo que empezar de nuevo una y otra vez y tejer y tejer, voy mejorando mi planificación y mis diseños…
–¡Qué interesante!, ¡cuénteme más! – Entre tanto él intenta zafarse como puede, pero sin éxito. – Pues sí que es eficiente además de bella su seda…
Ella se acercó al insecto curiosa: –¿Y tú, qué me cuentas?, ¿alguna novedad en la noche?.
–Nada, peleas de gatos, algún topillo furtivo en el jardín… y poco más. – contestó el mosquito, con la esperanza aún viva. Pero las fuerzas iban abandonándolo poco a poco. Por fin saltó –¿Es que no vas a liberarme? Es que es una tela espectacular… y yo sé apreciarla, déjame vivir y te compensaré…
La araña entornó sus cuatro pares de ojos y movió las mandíbulas.
–Lo siento, soy tan buena en mi trabajo que aún ni yo misma soy capaz de poder despegar a mis invitados… además, aunque pudiera, es que no quiero… Es por la mañana y me has abierto el apetito…
–Pero… pero entonces… ¡¿Por qué has hablado este tiempo conmigo dándome esperanzas?!
–Pues porque esta es mi casa y el que entra ya no sale… y porque me gusta conversar y “leer” las noticias antes de desayunar…
Estibaliz Etxebarria
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