Veo repeticiones por todas partes.
Repeticiones a mogollón.
Qué de repeticiones por el bendito Amor de Dios.
-El delirio paranoide, como usted debería saber si se ha repasado la bibliografía y se ha leído a los clásicos, emerge de la necesidad apabullante, imperiosa, irrefrenable de establecer un orden preciso, concreto, otorgar respuestas simples a la complejidad de la existencia. En ese aspecto, la Paranoia es el reverso gemelo de lo Reaccionario, del Fanatismo, de…
-Uh-oh. ¿Y cuál es la diferencia?
-Que la Paranoia nunca deja de admitir que todo es mucho más complicado.
No se lo he comentado a nadie pero de un tiempo a esta parte se me aparece el ectoplasma semi-corpóreo de Charlie C., un opinador profesional muy reconocido con fronteras de admiración lo suficientemente amplias como para aislarse de las tierras hostiles donde su prosa y sus consideraciones se cuestionan, se someten a juicio y casi siempre pierden. Dentro del feudo de su prestigio ganado a pulso el tiempo se ha detenido y el eco de sus valoraciones sociales y cinematográficas rebota hasta levantar un muro de autosugestión donde hasta la duda sirve para tener razón.
No es exclusivo de Charlie C., pero él es ya una persona bastante mayor y es fácil ser condescendiente con los viejos y sus peroratas. Quizá por eso me caiga bien su no-espectro. Quizá por eso no lo he exorcizado completamente de mi vida como sí hice con aspirantes más jóvenes a un gobierno idéntico de la autosuficiencia intelectual. Con compañeros de horóscopo y promoción y generación. De vez en cuando resulta de lo más entretenido dejarle hablar, ahí, dando vueltas sobre mi silla de amontonar ropa como la rueda con palas de un vapor del Misisipi.
También es mi silla de sentarme. Y mi silla de mirar al infinito espacial.
Menuda silla esa.
-Por eso, señor, usted anda bastante perdido en lo que se refiere a su valoración de la última obra maestra del genio, del incólume P.T.Anderson. Focalizarse en la paranoia no es el método más acertado.
-¿Se ha leído la novela?
-No.
-¿Se ha leído algo de Pynchon?
-Tampoco.
-In-te-re-san-te.
-Lo tengo pendiente.
-Como a Welsh.
-No, a ese ni con pinzas.
Como le estaba comentando al ectoplasma antes de señalar lo equivocado que andaba estrujándome la cocotera sobre Inherent Vice, las costuras de mi realidad personal han ido mostrándose de forma bastante burda de un tiempo a esta parte. Esta es una bendición solo cultivable por desempleados crónicos, los deshauciados de obligaciones respetables como practicar el funambulismo emocional con su pareja y, en resumen, los acaparadores codiciosos de Todo El Tiempo del Mundo porque no tienen nada serio a lo que dedicarse. Una degradación de la rutina cotidiana que, en otra década, más florida, más colorida, más inocentemente psicotropizada, vendría a llamarse “basura hippioide, pachuli intelectual, bazofia pseudo-espiritual”.
Miramos durante horas, días, meses un mismo punto fijo, normalmente desde lugares destinados para ello (como la silla sobre la que da vueltas y vueltas el ectoplasma de Charlie C.) y de repente, ahí las tienen, las mismas formas representándose con ligeras variaciones para huir de su repetición intrínseca. El Esqueleto de la Realidad. Lo practican los lamas, lo padecen los funcionarios atrapados en monocromos cubículos de concentración administrativa, lo ejercemos los parias huérfanos de Infojobs y méritos académicos y aspiraciones becadas.
La mayor parte de las veces ese punto fijo es nuestra propia vida, proyectada sobre las costumbres y gramática de los demás.
Y entonces ahí está.
1
ALGUNAS OBVIEDADES EXPRESADAS CON SERENIDAD FORMAL, DE LAS QUE QUIZÁ HAYAN SIDO CONSCIENTES PERO ES BUENO SEÑALAR
En una época estética en que varias Academias (la del kinofotógrafo, la del cátodo-HBO-AMC-tógrafo) han hecho con la espontaneidad narrativa, estructural y de contenido lo que Benetton con la multiculturalidad, es digno de levantar un altar de mármol poder pagar una entrada para que un director de cine nos plante delante de la jeta, de estas cada vez más perezosas y metafóricamente obesas retinas su ejercicio particular de estilo y discurso. Un montaje, ya que nos movemos también por terrenos literarios, al más puro estilo Donald Barthelme: personajes que surgen sin previo aviso, información que no se nos tiene por qué revelar (vale, somos espectadores, pero, ¿y qué? ¿a qué insensato carcamal de tres al cuarto se le ocurrió meter en sus Tablas de la Ley del guión los patrones de utilización de la información en la pantalla o en la página? Pues yo se lo voy a contar: a mi me lo espetó una vez una profesora de literatura que era un Pecado Capital obligar al lector a presuponer. Pues yo ahora le replico: si no se recurre a ello por soberbia ni por alarde genital, ese, ese es el camino para no tomarnos por imbéciles mientras se propone un nuevo ritmo; abandonarnos, soltarnos de la mano, no detallar cómo y lo qué siempre se ha detallado, obligar a Joaquin Phoenix a enlazar palabras murmurando como el tardo-hippie emporrado que es–véase primera escena, tumbado sobre el sofá-, ciscándose en la Ley de la Dicción, la Ley del Espectador Debe Saber y nosecuantas más), hechos consumados colocados en mitad de la acción sin piedad para la capacidad de concentración del espectador. En fin, que si le echan un vistazo a la obra de P.T.A. desde Punch-Drunk Love se darán cuenta que el buen hombre es un genio de la técnica precisamente porque se cansa de su propio lenguaje, especialmente si le ha conducido al reconocimiento de la crítica y del público, de los enteradillos, de los aspirantes y de las glorias consolidadas. Porque eso es un genio.
Alguien que se apasiona y se aburre al mismo tiempo. Y el primer síntoma siempre se revela en la superficie, en el montaje, en cómo vemos lo que vemos, en la búsqueda de nuevas palabras para decir, básicamente, lo que ya conocemos pero alguien más perspicaz sabe como pronunciar.
O mejor aún.
Aburrido incluso de los mecanismos del genio, el talento intenta superarse a sí mismo. Cualquiera puede dar con las teclas adecuadas, con la melodía reconocible, pero, ¿cuántos pueden fabricar una sensación asociada a toda una corriente de ideas, de relaciones mentales conectadas a su vez a referentes concretos, a su vez ligados a experiencias, a balbuceos de la memoria? Es ese efecto normalmente reservado para los sentidos más primitivos, para el tacto, el olfato y el gusto. ¿Es posible que superarse como genio de la imagen en movimiento consista en tener la suerte de que un maestro del cine narrativo sea igual de virtuoso a la hora de aplicarse en el cine incoherente (entendido como el ataque de lo que uno estandarizadamente entiende por lógica y coherencia) pero de algún modo indescriptiblemente familiar en el resultado final de cada secuencia, cada escena, de la misma maldita película?
-Charlie, deja de dar vueltas un momento. Charlie, eh.
-¿Qué?
-¿Sabes de qué creo que trata, entre otras cosas, Inherent Vice?
-De una generación perdida, cínica, sin rumbo, sin valores y cómo…
-No hombre. No cuentes lo mismo que cuando no te gusta la película. Esta se supone que te pone rojas las orejas.
-Pero es un factor evidente…
-Déjate de factores. Rejuvenece. Es verdad que hay una lectura de temas generales, casi épicos, trágicos, sobre América. Hay que estar un poco bizcoide para no darse cuenta. Hasta Sortilége te agarra de las solapas para señalarlo al final de la peli. Que si el barco arribe a mejores costas, que si retomar el rumbo, que si el Colmillo Dorado como las fuerzas capitalistas y empresariales y políticas y reaccionarias no tanto en la sombra como tan elevadas, tan por encima que se confunden con el cielo…
-Ponte de pie. Se te está yendo de nuevo la sangre a la cabeza, muchacho.
-Sssssep.
-Pues, joven, está…
-Sin embargo, como el propio Pynchon, dentro de esta amalgama de nombres, tramas, secuencias, piruetas, canciones setenteras, conspiraciones de entidades casi sobrenaturales bajo sellos corporativos, ¿sabes qué se respira? Lo mismo que sentí el día que me di cuenta que se acabaron los años de facultad. Bueno, los tres últimos, porque los dos primeros no fueron gran cosa. Y otros sienten exactamente lo mismo con más o menos la misma edad. O un poco más viejos. O un poco más jóvenes. El pobre Doc Sportello se arrastra por ahí, amarihuanado perdido, desorientado, con la mirada desviada por culpa de todo lo que se está esfumando, con la misma violencia mágica e instantánea con que el ex presidiario le cuenta que desapareció su barrio. Sportello no solo ha perdido a la chica que le sacaba el corazón de la camisa de flores, Charlie. Sportello es el fantasma en el infierno tranquilo y nada ruidoso de la auténtica juventud sepultada bajo la Auténtica Vida Adulta. El saxofonista que, endeudado y amenazado por el infame Adrian Prussia, se ve obligado a abandonar a su familia para introducirse en un mundo hostil, ridículo en sus lealtades, un lugar en que no quiere estar, dedicándose a una tarea a la que se entrega con la misma desidia zombificada de quien se ve condenado a un empleo solo por la premura de las facturas y la manutención. Ah, esa es la misión secreta de Doc, liberar como buenamente pueda a Coy, el saxofonista “muerto” de esta trampa superior a Kafka. Porque esta no es una de esas situaciones como-ya-sabes-y-no-voy-a-emplear-el-adjetivo. Esto no es una metáfora en forma de cucaracha. Esto es un tipo que bien podría ser Coy como podría ser tu reflejo arrastrándose de ocho a cinco por esa oficina. Y ahí están los perpetradores, el Colmillo Dorado, la entelequia infiltrada de modo letal incluso en las aparentes vías de escapes de aquella juventud condenada. Con la marihuana los días se deslizaban en un remanso, en la más absoluta indiferencia hacia la angustia inmobiliaria, en esa actitud de calma y aceptación extraña, destructiva en su aparente inacción, que enarca las cejas de las Personas de Bien. Entonces la heroína aparca a un lado a aquel primer vehículo de serena y dulce protesta, ramificándose en un oscuro sindicato vertical donde odontólogos y centros de rehabilitación forman parte del mismo demonio invisible, caníbal, insaciable.
El Colmillo Dorado. América. ¿América? Bueno, también Europa. ¿Sólo eso? Bueno, también todas esas…
-¿Recuerdas lo que le dice Sauncho a Doc?
-“Uno hace preguntas para oír la respuesta en una voz ajena.”
-Cuidado con eso. Soy crítico, sé de lo que hablo.
-Oui, Monsieur.
2
REPETICIÓN
Prestar demasiada atención a un punto fijo lo desliza a uno por el tobogán del desvarío. No prestar atención a nada acaba por encerrarlo a uno en una prisión propia de pacientes en coma y sonda de alimentación intravenosa.
Charlie C. no lo sabe, pero su defensa del sistema tradicional de educación, del saber estar, del oficial y caballero del siglo XXI de rancio traje, no está muy alejada de la religión del paranoico. Desde la primaria los críos reciben instrucción en el arte de “clavar los codos”, que no es otra cosa que una evolución industrial de la postura del loto, donde en lugar de la Iluminación la recompensa final a tamaño esfuerzo físico-intelectual es un sobresaliente, una videoconsola, una nota de corte tan alta que las becas caen rendidas a tus pies. Así, desquiciados tras años de bizquear ante libros de textos redactados en los sótanos de la Junta sembrados de escribas encadenados a portátiles con software libre-pero-registrado, la nueva promoción de pre-adultos hechos y derechos se mueren por encontrar otra fuente de atención. Consumida la carrera, el máster. Consumido el máster, el Empleo Deseado. Hay una máquina de vapor y carbón fritzlangiana, un Moloch cuyo alimento primordial es dirigir la atención. Paranoicos y hombres de razón confiados a la lógica pura y dura comparten la misma fiesta, obsesionados por dos o tres ideas.
De nuevo, los primeros todavía guardan un resquicio de esperanza en la etérea, omnipresente certeza de la complejidad suprema. De la Duda.
Los segundos gobernarán, dirigirán agencias de marketing, redactarán eslóganes, recargarán la batería de los altavoces desde los que se escupen expresiones como Calidad de Vida o Bienestar o Sentirse Bien Con Uno Mismo.
Uh-oh. Charlie, si ves que me pierdo avísame.
-No estoy de acuerdo, joven.
-Lo entiendo.
-Mi pasión cofrade, la veneración a la sagrada Madre de Dios. Esa atención…esa atención.
-Se le están empañando las gafas. No hay motivo. Yo le entiendo.
-Es la devoción de un pueblo a los misterios supremos. Al amor.
-Precisamente, Charlie. Ahí quería llegar. Seguro que sabe que muchos de sus alumnos, lectores, compañeros de departamento tuercen el gesto cada vez que le leen una exaltación mariana. Pero ahora le entiendo. A pesar de sus trajes de buen precio y mejor factura, de su porte tradicional, de su vozarrón seguro de sí mismo… Charlie, usted está tan perdido y desquiciado como yo y como mis compañeros y como el chaval que la semana que viene se le colará en la entrada del cine para ver alguna vomitona digital.
-No.
-Sí.
-En absoluto.
-Sí, Charlie. Hágame caso. Toda esta teoría de la Atención, bueno, no es tan diferente de su teoría del Salvador y las procesiones y los ritos. Mi liturgia es quedarme pasmado hasta que las repeticiones, los programas de televisión paridos con la misma endogamia de presentadores, chistes, guiones necrotizados, las estanterías de la Casa del Libro desbordándose con los mismos títulos, las mismas odiseas de cuarentones contemporáneos, el nuevo exabrupto dieciochesco de Reverte, los mismos talentos precoces super-pijos barceloneses, los monstruitos literarios cosechados de Internet, las noticias de terroristas, las noticias de avances médicos milagrosos, las fotos de fiestas en pisos de estudiantes en el extranjero, los videoclips, la música de este verano perdida en el limbo de cualquier otro verano, los tics nerviosos de los voceadores online, la…
-Vale.
-Mi liturgia es esa. Prestarle más atención de la cuenta y llorar por la repetición. Porque eso es lo que hacen los inadaptados, los inútiles. No abandonar la carga, no saber moverse con ligereza, no saber asumir. Es tan paranoico. Es tan católico. Es tan de triunfador y de perdedor. Charlie, ¿no ve que usted y yo…?
-Ni se le ocurra insinuarlo.
-Oh, hermano. Maestro. Hermano. ¿Estás seguro de que no necesitas un guardián?
Charlie se ha evaporado, escurriéndose bajo la montaña de ropa.
Me ha dejado solo a mitad de teoría.
Y mi teoría es que el Colmillo Dorado, nuestro Colmillo Dorado, no nos ha entregado la heroína como regalo envenenado para acabar con cualquier rastro de aquellos años de Verdadera Juventud.
Si el Colmillo Dorado existe, la Duda es su némesis. Debe enfrentarse a ella, debe arrebatárnosla.
Y antes de Facebook y Twitter y Whatsapp, salvo indicios tan evidentes como un elefante en cacharrería, la desaparición de un conocido podía dar lugar a conjeturas de lo más diversas. Quizás tenga un problema, quizás se haya mudado y no haya dejado señas, quizás se ha unido a una secta, quizás necesita tiempo para sí mismo, quizás no puede comunicarse con nosotros. Ahora podemos ser testigos virtuales de nuestra desaparición de un perfil, de una cuenta, de una lista de contactos, lo que inmediatamente nos revela que hemos sido bloqueados, premeditadamente apartados, que nuestro mensaje ha sido leído pero no respondido, nuestra identidad ignorada. No siempre es así, las razones para apartarse socialmente siguen siendo tan ricas y variadas como antes, el mundo continua escapándose de las ansias recolectoras enciclopédicas, pero la Sustancia ofrecida por el Colmillo Dorado nos sugiere que sabemos, que la duda es ingenua y la soberbia una virtud. Que la información de la pantalla es mucho más certera que la ignorancia latente en mitad del pecho y lo profundo del cerebro.
(Casi) nadie es tan idiota ni superficial como pueden aparentar todas esas imágenes baratas posteadas con ritmo catatónico sobre Leer Amplia La Mente o Viajar Es La Válvula del Alma.
(Casi) nadie es tan ingenioso ni divertido ni perspicaz como su chispa sináptica de 140 caracteres.
(Casi) nadie es tan malvado, ni mezquino como susurran los cementerios fotográficos de ex parejas, ex compañeros, ex cervezas de sábado.
(Casi) nadie es lo que es a través de nuestra brillante, digital, rápida heroína pos-pos-posmoderna. Y sin embargo, ¿dónde dejamos, honestamente, la duda todos los días? La mía al menos suele perdérseme con frecuencia. Y cuando me doy cuenta ya es demasiado tarde y reconozco al idiota que ha respondido o prejuzgado. Y vuelvo a preguntarme qué fueron de aquellos años donde corríamos alegres e inmunizados entre los eslóganes baratos y las promesas de uranio enriquecido.
3
MÁS MOTIVOS OBVIOS Y NO TANTO SOBRE POR QUÉ INHERENT VICE ES MUCHO MÁS QUE UNA DIVERTIDA INCOHERENCIA
-El placer de regresar a un uso endiabladamente hermoso del celuloide, sin nostalgias de filtros cálidos, el color por el color, una textura sólida, sin grano pero extraordinariamente cercana a la pintura.
-Volver a leer a Pynchon en los encuadres de Anderson, especialmente al Pynchon de V., con su Benny Profane ya filtrado en las marejadas y las desventuras del Freddy Quell de The Master.
-Volver a notar en cada terminación nerviosa Lo Rematadamente Importante e Imponente y Perturbador que puede llegar a ser Un Plano de Apertura y, sobre todo, el Plano Final, la imagen sostenida de un modo vertiginoso a punto de cortar a negro. No sé ustedes, pero el corte directo, seco, al final de una obra maestra es una de las sensaciones más placenteras e impactantes e inenarrables que se pueden tener con o sin ayahuasca de por medio.
-Joaquin Phoenix.
4
SHASTA.
FAY.
HEPWORTH.
Le pido a Charlie que vuelva. No en voz alta, claro. Los ectoplasmas solo pueden comunicarse a través de ondas de radio y entender a través de deseos desesperados.
Charlie, vuelve.
Charlie regresa, bastante malhumorado. Huele a incienso y varios tambores y cornetas le resuenan en el estómago.
-A veces- le digo con la sangre todavía acumulándose en la región sur-suroeste de mi cráneo- a veces no entiendo a la gente de vuestra profesión. ¿Por qué os obsesionáis tanto en análisis grandilocuentes cuando os toca trabajar con genios como P.T.A.? Con Pozos de Ambición, que si el petróleo y la codicia y la decadencia moral/espiritual de Norteamérica. Con The Master, que si tres cuartos de lo mismo. No es casualidad que Punch-Drunk Love os parezca la más floja. Creo que os da repelús porque es la más sencilla, la más directa en lo que Anderson siempre termina contando. No es que hable siempre de lo mismo. Es como Pynchon, creo. Hay un mundo y ese mundo se rige por las mismas leyes ultraterrenas del mercado y la demanda y la furia y el ruido que el nuestro. Pero, ¿no lo ves? A Freddy, a Sportello, a… ¿cómo se llamaba el personaje de Adam Sandler?
-Barry.
-A Barry. Por no hablar de Magnolia y todas las demás. A todos les ha mutilado, les ha hundido, les mueve, les agita las extremidades en slapticks keatonianos exactamente lo mismo. El amor, Charlie.
-Por favor.
-Me da igual que me pongas esa cara de culo arrugado. Es cierto. Está muy bien aplicar la física cuántica a la hora de hablar de las obras de los demás, sobre todo porque es lo que el Moloch de la Atención te ha, nos ha enseñado. Pero Charlie, ¿cómo puedes negarme que The Master no trata, sobre todo, más que de la educación y la religión y las falsas esperanzas, más que todo eso, no trata sobre lo que ocurre cuando se ama con torpeza, cuando entran en conflicto deseos personales con emociones compartidas, cuando uno abandona y no debería, cuando uno es abandonado y no lo entiende, cuando matrimonio y razón se la pegan bien pegada contra placer y desinhibición y despreocupación? ¿Cómo no puedes ver lo sencillo? ¿Por qué ese afán de reducción a lo complejo? Probablemente no esté mejor encaminado ni que tú ni que ningún otro, Charlie, pero mira, por eso tú y yo somos hermanos. En mi delirio paranoide The Master e Inherent Vice van de la mano, con Shasta riéndose de todos nosotros.
-¿Qué pasa con esa señorita?
-La pobre Shasta, Charlie. Abandonando a Sportello y los mejores años de juventud a cambio de la seducción del dinero y el poder primitivo de Mickey Wolfmann, regresando a la fuente de aquellos años al comienzo de la película, muerta de miedo, dudando de lo que ha hecho, de en quién se ha convertido, de “a quién le debe lealtad”. Entonces, zap, requetezap, el Colmillo Dorado la secuestra, la reorienta para la causa y la devuelve en el peor de los estados posibles. Ya no es solo un juguete del Gran Hombre Triunfador. Ahora es una versión hippie al por mayor, un producto diseñado, fabricado para satisfacer los deseos del cliente. De Doc. Qué triste, qué secuencia tan devastadora. Shasta reapareciendo con la hipnosis todavía flotando en el interior de las pupilas. Doc sucumbiendo a la misma fuerza bruta con que Wolfman consume, quema mujeres. ¿La ha recuperado? No, por supuesto que no. ¿Te acuerdas de lo que le dice después del polvo furibundo?
-“Esto no significa que vayamos a volver.”
-Porque nada va a regresar. Ni aquellos años. Ni aquella inmunidad. Ni aquella pureza. Nada.
-Es usted tan cínico como ellos. Me da asco.
-Deja de dar vueltas un momento, suelta a mi gato y escúchame. Quiero ayudarte.
-Quieres ayudarte.
-Charlie, ¿recuerdas a Coy, el saxofonista? Al final regresa a casa, rescatado por Doc, con una pensión vitalicia en forma de American Express. Al final, la casa, el coche, la familia. Al final, todo fue un sueño dorado de hippies ingenuos.
-Lo que yo decía. Menuda novedad, chaval.
-No. Hay algo más. Que el cinismo no pueda proteger la ingenuidad, la esperanza, es una falacia alimentada por tus hermanos espectrales, Charlie. Es cierto que Coy termina atrapado en una vida “subvencionada” por el propio Colmillo Dorado, pero, ¿oyes lo que dice su mujer cuando regresa? “Mi vida.” Pletórica, lo abraza. Ha sido liberado de un trabajo-gulag. Ha recuperado lo que más quiere en este mundo: a su mujer, a su hija. Tienes razón, Sportello tiene razón cuando le espeta que eso de “me has salvado la vida, te debo algo a cambio” es una memez inventada por algún fumado en chanclas. Los sueños y los veranos de orgullosa indiferencia han mutado en amigos abrumados por sus nóminas o atrapados en simulaciones de perfil virtual. Shasta, todas nuestras Shastas, jamás volverán a ser las que eran. Por culpa de esta maldita conspiración, este maldito barco que ojalá algún día arribe a mejores costas.
-¿Entonces?
-Entonces solo nos queda lo mismo que a Coy. Lo mismo que a Sportello. Lo mismo que al Mickey Wolfman arrepentido ¿Puede salvarnos el amor? ¿La generosidad? ¿Qué amor? ¿Qué generosidad? ¿Encontrándolo dónde? ¿En las versiones remozadas, adulteradas, de lo que tuvimos, de lo que fuimos? Quién sabe, Charlie. En la novela y en la película el corte a negro aparece en mitad de una autopista, conduciendo, atrapados en la niebla, confiados en que la siguiente salida está al llegar. En que siempre aparece una.
Hasta entonces, siempre nos quedará la duda.
-¿Siempre?
-Quien sabe.
Isaac Reyes
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