Aparecen en una determinada frecuencia durante un intervalo de tiempo irregular, quizás meses, quizás horas. Pueden precederlas tonos monocordes, sinfonías tirolesas o simples exhortaciones de atención. Y siempre emiten el mismo mensaje esencial: un conjunto de números o letras aparentemente aleatorios, repetidos por lo general un par de veces. Más tonos monocordes, más sinfonías autóctonas, más llamadas de atención. Fin de la transmisión. Emiten en onda corta de alta frecuencia, aprovechando el incremento que este tipo de fórmula de radioemisión produce en el alcance basado en propagación ionosférica. Cualquier radioaficionado propietario de una emisora de onda corta comercial puede captar este tipo de transmisiones, por voluntad propia o por mor del azar. Todavía más: existen pruebas fehacientes de que los presuntos autores de estos poemas de datos emplean emisoras de venta en cualquier tienda especializada en radiotransmisión. Hablamos, por supuesto, de las Emisoras de números, el primero de nuestros residuos latentes del pasado analógico de la Guerra Fría.

A pesar de la opacidad del asunto, la abundancia de indicios e incluso de pruebas corroboradas por protagonistas directos del fenómeno resulta bastante sorprendente. No solo eso; la información en torno al número de transmisiones, su duración, su frecuencia, su origen más o menos triangulado[1], su tipología, todo ello ha dado origen a numerosos grupos de cazadores de transmisiones numéricas, generalmente compuestos por diexistas, radioaficionados de la onda corta interesados especialmente en la captación de emisoras lejanas y exóticas[2]. La cantidad de datos y análisis sobre estas extrañas emisiones resulta particularmente abrumadora, por lo que quizás antes de abordar la hipótesis principal en torno a su origen debamos acercarnos a ella respondiendo a una serie de preguntas elementales:

 

a)      ¿Cuál es el espectro de recepción de estas emisiones?

Partiendo de la base de que se tratan de emisiones recibidas a lo largo y ancho del planeta, con notificaciones de una misma emisora de números en uno u otro continente con una claridad en la recepción más que notoria, nos encontramos sin duda alguna ante una emisión de onda corta de banda internacional, lo que requiere de una instalación de emisión alimentada por un potente sistema eléctrico. Por tanto, y debido a la multiplicidad de emisiones, la hipótesis del origen civil no parece sostenerse de forma convincente[3].

b)     ¿Cuál es el contenido de estas transmisiones?

El contenido elemental de las transmisiones de emisoras de números son, como su propio nombre indica, series de cuatro números recitadas por voces sintéticas o naturales, tanto femeninas como masculinas, adultos y, en ocasiones, niños. Se han registrado variaciones en las que en el código numérico se ve sustituido por uno alfabético o simplemente por una serie tonos en código Morse. La combinación de diferentes sistemas también es algo habitual (números y letras, números y alfabeto internacional de aviación, Morse, números y letras…). El patrón general de las transmisiones, siempre al comienzo, a la mitad o quince minutos antes del final de una hora, suele ser:

 

Aviso de comienzo de emisión-Identificación del mensaje-Mensaje-Aviso de cierre de transmisión

 

La identificación del mensaje no siempre tiene lugar y cuando se produce se establece mediante ordenaciones numéricas como 5325/06, donde los primeros cuatro dígitos señalan el número con el que se clasifica a la emisión y los dos posteriores al número de grupos numéricos que van a transmitirse. Por tanto, en este caso particular recibiríamos un total de seis grupos de cuatro números, tras lo cual puede sucederse la repetición de la cadena o finalizar la transmisión. Destaca a su vez que muchas de estas emisiones mantengan horarios de emisión fijos durante breves periodos de tiempo, con el patrón de cambio horario UTC como pista para identificar aquellas relacionadas de algún modo con el ámbito europeo. También resulta remarcable el hecho de la multiplicidad de frecuencias en las que pueden ubicarse, desplazándose constantemente de un lado a otro del rango radioeléctrico. Todo esto, por supuesto, tiene sentido si atendemos a la teoría más firme sobre su procedencia.

 

No obstante, por encima de este contenido prácticamente indistinto a las estaciones, y antes de entrar en detalle sobre la autoría, se producen una serie de peculiaridades en muchas de ellas que, si es posible, permiten una somera clasificación:

 

I)                    Estaciones “musicales”: The Swedish Rhapsody Station, The Linconlshire Poacher, The Skylark o The Tyrolean Music Station son un buen ejemplo de este tipo. El mensaje de aviso inicial lo constituye una melodía tradicional folclórica, lo cual hace sospechar de su uso como identificador nacional. Aunque no siempre son canciones populares las que introducen o finalizan los mensajes; en el caso de la Czech Drums and Trumpets un solo de trompeta al más puro estilo militar precede a la enumeración. También cabe citar la curiosa Magnetic Fields, estación que debe su nombre a la composición del mismo nombre del compositor francés Jean Michelle Jarre. Dentro de este grupo podríamos clasificar mensajes de aviso tan peculiares como un fragmento de audio de Yosemite Sam, el cazador empeñado en capturar a Bugs Bunny.

 

II)                  Estaciones de tonos: Se emite el aviso de inicio de transmisión mediante el código numérico pertinente pero el contenido del mensaje se elabora mediante código Morse, como es el caso de la estación Rapid Dots. En ocasiones ni siquiera se emplea este código sino que se sigue un encriptado mediante tonos de la escala musical generados por ordenador.

 

III)                Estaciones silenciosas: Sin lugar a dudas las más extrañas, debido a su aparente falta de actividad. Se trata de aquellas que enmudecen tras el aviso del inicio de la transmisión, sin indicativos de finalización ni nada parecido. The Skylark realiza esta desconcertante maniobra cada ciertos intervalos de tiempo de duración aleatoria mientras que otra emisora conocida como The Strich (bautizada como tal debido a la insoportable estridencia de la voz femenina que actuaba como locutora), que emitía en Inglés, Alemán y Ruso, nunca pasaba del mensaje de aviso de inicio de transmisión en las bandas de frecuencia de los dos primeros idiomas pero sí llegó a emitir secuencias numéricas, alguna vez, en el idioma de la Unión Soviética. Ciertas hipótesis barajan la posibilidad de que estas transmisiones carentes de contenido ejercen una función de mantenimiento, advirtiendo a los intrusos sobre la ocupación de esa determinada frecuencia. Lo que vendría a denominarse una marca de territorio. Pero, ¿de quién? ¿Quién dispone de los recursos y del amparo legal suficiente como para permitirse ocupar las ondas y más para la emisión de indescifrables columnas de datos criptográficos?

Isaac Reyes Domínguez


[1] La triangulación de una señal consiste, resumidamente, en la localización de la fuente de una emisión mediante el seguimiento inverso de su proceso de propagación. Algo parecido a reproducir el rebote de una piedra plana sobre el agua en sentido contrario hasta llegar a la orilla. Con la excepción de que en el caso de las emisoras de números casi nunca se ha llegado a la orilla.

[2] Una de las prácticas más bonitas dentro del mundo diexista consiste en el envío de notificaciones de recepción a dichas emisoras, indicando la frecuencia, la calidad y el lugar desde el que se les ha captado, obteniendo por lo general una respuesta postal en forma de Tarjeta QSL, que no son sino coloridas (a veces no) cartas de identificación de las emisoras agradeciendo la información. Entre los diexistas particulares también existe esta costumbre, empleando para ello Tarjetas QSO, estas por lo general más estridentes y peculiares que las enviadas por las emisoras “comerciales”.

[3] A no ser que quiera sustentarse una especie de conspiración global de radioaficionados civiles que han invertido buena parte de los ahorros de su vida en la construcción de estaciones provistas de las antenas gigantes necesarias para este nivel de diseminación radioeléctrica. Tan solo por citar un ejemplo, Radio Verónica, radio pirata situada en un barco anclado fuera de la línea costera holandesa, emitía en 1972 con una potencia de 10.000 vatios, lo suficiente para que sus emisiones pudieran escucharse con nitidez en Bélgica y Holanda, pero no en Inglaterra. Si consideramos la envergadura de las antena requerida por las radios piratas ancladas en alta mar para emitir en un espectro de recepción limitado a los países situados a su alrededor, las antenas y las instalaciones necesarias para transmitir los mensajes numéricos de las estaciones de números capacitadas para diseminarse por cada rincón del planeta no parecen estar precisamente al alcance de muchos.