Si usted estuviese condenado a muerte, ¿cuál sería la última imagen que le gustaría ver? ¿Le aportaría esta imagen sosiego ante la muerte? Remontémonos a la Italia de los siglos XIV y XVII para responder a ambas pregunta. Durante este periodo, surgieron hermandades cuyo fin era consolar a las personas que iban a ser ejecutadas. Tras unos inicios donde las palabras y oraciones parecían inútiles frente a la debilidad humana del condenado, las hermandades empezaron a desarrollar instrumentos para llevar a cabo su tarea. Así nacieron las tavolettes.

LAMENTACIÓN SOBRE SAN FRANCISCO

También conocida como tavoluccia, la tavoletta era una tabla pintada por las dos caras. Con un asa que le daba apariencia de pala, la tabla tenía representada una escena de la Pasión de Cristo en el anverso, mientras en el reverso se dibujaba un castigo más o menos relativo al sufrimiento del reo. La tavoletta, que permanecía en la celda el día antes de su ejecución, acompañaba al preso en su camino hacia el patíbulo. Un hermano la sostenía frente a los ojos del condenado y no la soltaba hasta que el éste no había “soltado su último aliento”[1].

La práctica, que se fue institucionalizando, dio lugar a numerosos sucesos anecdóticos. Como el caso del preso que obtuvo el indulto papal por besar la tavoletta. O el relato de un testigo del ajusticiamiento en Florencia de Pietro Pagolo Boscoli, condenado por conspirar contra los Medici:

Y mientras ascendía por la escalera no apartaba los ojos de la tavoletta, y con voz amorosa dijo: “Señor, tú eres mi amor; te entrego mi corazón… heme aquí, Señor; vengo de buena voluntad…”. Y esto lo dijo con ternura tal que todos los que lo oyeron lloraban… Y mientras descendía, a mitad de la escalera, vio el Crucifijo y dijo: “¿Qué debo hacer?”. Y el fraile le repuso: “Éste es tu capitán que viene a amarte. Salúdalo, hónralo y ruega porque te de fuerza…”. Y mientras bajaba el segundo tramo de escalera no dejaba de rezar, y decía: “In manus tua, Domine[2].

Hermandades como la Archicofradía de San Giovanni Decollato de Roma o la compañía florentina de Santa María della Croce al Tempio llenaron de tavolettes toda Italia, habiendo otras imágenes que realizaban funciones similares. Así, la Lamentación de Fra Angelico estuvo colgada mucho tiempo en una pequeña capilla de Santa María della Croce al Tempio en Florencia, lugar donde el condenado oía su última misa. Otros cuadros como el Descendimiento de Gozzoli se situaban en diversos puntos del recorrido hacia la horca, tratando de dar esperanza y desahogo, existiendo testimonios de arrepentimiento.

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Pero, ¿en qué sentido puede tener eficacia las imágenes para hacer creíbles historias claramente increíbles? Probablemente la historia recogida sea más producto de la retórica del autor del relato que de la propia realidad. Es más, las acciones antes descritas, arrepentimiento incluido, sin duda reconfortaban muchísimo más a los vivos que a quienes estaban a punto de morir. Pero la importancia histórica no reside en eso. Está en analizar el valor de las imágenes como elemento capaz de generar emociones.

Como subraya Freedberg[3], debido a los criterios que nos han enseñado para criticar las obras de arte, suprimimos el reconocimiento de los elementos básicos de la cognición y del apetito, que sólo admitimos con dificultad. Sin embargo, el nivel básico de reacción ante una imagen es de carácter biológico[4]. De hecho, una imagen puede provocar emociones[5] que son seguidas de una amplia gama de efectos sintomáticos (incitación al llanto, arrepentimiento, acciones de anexión, ganas de destrucción…), convirtiéndose las imágenes en encarnación viva de lo que significan.

De esta forma, aunque resulte más sencillo y evasivo atribuir a la superstición, a la magia y a lo fantasía la creencia en el poder de las imágenes, este poder tiene una base neurológica. Ello permite explicar por qué una imagen puede hacer presente al ausente y vivo al difunto (como las fotografías de nuestros familiares muertos, que suelen ponerse en la principal habitación de la casa), como puede inspirar miedo o despertar piedad. Para ello simplemente es necesario crear, en la elaboración de la imagen, unos topoi convencionales que generen procesos neurológicos y psicológicos y que doten a las imágenes de los poderes que las hagan funcionar. De esta suerte, las imágenes adquieren la capacidad de movernos a la compasión, incitarnos a la acción y/o mitigar los efectos del dolor y el miedo. Incluso si este miedo es a la propia muerte.

 Francisco Huesa Andrade (@currohuesa)



[1] EDGERTON, S. Y., Pictures and Punishment: Art and Criminal Prosecution during the Florentine Renaissance. Ithaca, 1985.

[2] ROOS, J., Florentine Palaces and Their Stories. Londres, 1905.

[3] FREEDBERG, D.: El Poder de las Imágenes. Madrid, 2009.

[4] Este carácter dual de las imágenes como instrumento usado por la memoria para estructurar la realidad y, a su vez, como herramienta para impactar sobre ella, ha sido reafirmado por los recientes avances científicos sobre el funcionamiento del cerebro humano. Ya señala Horacio que la vista es el principal medio de percepción en la medida en la que puede ser compartida como experiencia por mayor número de personas de forma externa. Pero la constatación de la no necesidad de capacidad reflexiva para la asimilación de las imágenes obliga a reformular su carácter irracional y su papel en el contexto cultural

[5] Ekmar enumera las emociones básicas: sorpresa (surprise), asco/disgusto (disgust), tristeza (sadness), ira (anger), miedo (fear) y alegría/felicidad (happiness).