La vaquilla
de Luis García Berlanga
Si en unas trincheras en plena Guerra Civil Española el ejército republicano decide robar y matar una vaquilla para que un pueblo que se encuentra en territorio franquista se quede sin encierro ni fiestas, y de paso subir la moral de las tropas; y la película es española… comenzaría a sospechar.
Si, además, el grupo encargado de acabar con la susodicha lo conforman un peluquero, un mozo del pueblo, un sacristán arrepentido, un torero con mucho miedo y un único republicano convencido con un temperamento extremadamente fuerte… mis sospechas no serían infundadas.
Y si, para colmo, el plan no sale como se esperaba y se ven metidos en una sarta de desventuras a cual más esperpéntica… ya no tendría dudas, esa historia no podría tener otros padres: Luis García Berlanga y Rafael Azcona.
Esa historia sería…; corrijo, esta historia es: “La vaquilla”.
En 1985 Luis G. Berlanga encontró el ambiente adecuado para realizar un proyecto que acariciaba desde hacía varias décadas, pero que por unas circunstancias que se escapaban de sus manos (la censura franquista, más tarde la Transición…) no podía nunca llegar a cristalizar. A mediados de los años 80 todo era diferente: Franco había muerto hacía ya diez años, ciertas heridas escocían menos; y todo esto permitía que se pudiera realizar.
“La vaquilla” es mucho más que una comedia, donde se suceden situaciones ridículas que solo podrían ocurrir en esta España nuestra; y mucho más que otra película más de la Guerra Civil Española, ese subgénero que tan malas obras ha dado al cine español, porque aquí cada uno está más interesado en contar sus ideas personales que la verdad histórica. No, “La vaquilla” es muchísimo más que todo eso. Si me apuran, creo que, sin ser la guerra un tema secundario, en ella Berlanga nos habla de algo mucho más profundo: no solo hace un alegato a favor del sinsentido de la guerra, donde soldados sin ideología luchan sin querer ni estar convencidos de nada, porque están en un bando u otro no por propia convicción, sino porque la casualidad hizo que estuvieran en un lugar inadecuado en un momento desgraciado; sino que además nos muestra nuestra propia miseria. La historia de una España donde los personajes están más empeñados en “salirse con la suya” que en hacer algo bueno entre todos para salir adelante; ¿les suena?, porque a mí, personalmente, me suena desgraciadamente demasiado cercano, demasiado real…
Además, “La vaquilla” es una historia coral, donde desfilan algunos de los grandes actores y actrices de la historia de este país: Alfredo Landa, José Sacristán, Agustín González… todos ellos tocados con la musa de la interpretación; porque un guión como el de la película que nos ocupa merece unos actores en estado de gracia.
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El cine, como la vida, es cuestión de gustos. Hay críticos que la consideran una película un tanto decepcionante, apagada, sin ritmo, o sin gracia… Para mí, como no soy crítico ni pretendo serlo, es una película realmente genial que me gusta revisitar de vez en cuando para ser capaz de ver con un punto de humor y esperpento hasta la barbarie de la guerra. Y, no sé, pero quizá me gusta tanto, porque Berlanga no entra en el maniqueísmo de “los buenos y los malos”, sino que utiliza la seriedad que solo puede dar el humor para hablar de cosas muy serias en una contienda donde ninguno de los bandos sale muy bien parado que digamos.
Cuando uno se da el gusto de ver, una y otra vez “La vaquilla”, no puede reprimir una lágrima, pensando cuánto echa de menos el cine a un creador como Berlanga; posiblemente uno de los mejores directores de la historia del cine en España, y uno de los grandes, con mayúsculas, de la historia de Europa. Pero claro, es problema es que es español, de la Comunidad Valenciana para más señas, y entonces no siente una especial llamada de su tierra a la hora de crear historias, ni es un postmoderno que filma la misma historia una y otra vez, como si estuviese obsesionado… Perdón, que me dejo llevar…
Lo dicho, que como en esta bendita tierra preferimos y valoramos siempre más lo de fuera que lo de aquí, pues claro, así nos pinta la cosa. Pero cuando uno es capaz de olvidar todo lo anterior, y dejarse atrapar por una película como esta, con su humor agridulce, que casi escuece, muchas veces, el alma, cae en la cuenta del enorme artista que fue Berlanga. Capaz de olvidarse de heroicidades y contarnos una guerra “de andar por casa” sin parecer grosero, pero sí retratando el absurdo, y esto solo lo pueden hacer los grandes. Y capaz, como nadie lo ha sido, y como posiblemente nadie lo será, de retratar lo que realmente es España. Como se diría por Sevilla “manque nos duela”.
Carlos Corredera
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