Bien es sabido que uno de los principales sostenes de los sistemas democráticos contemporáneos es la presencia de una potente clase media y su bienestar. En esto están de acuerdo historiadores y politólogos de todas las tendencias.

Esto no quiere decir que los gobiernos deban gobernar en exclusiva en beneficio de dicha clase media, pero casi, ya que esta constituye el nervio de la economía de un país de sistema liberal-capitalista, tanto en el aspecto productivo como en el consumidor.

Sin embargo, hay ocasiones en que la clase dirigente (es decir, los políticos) parece olvidar esta máxima y se dedica, por pura demagogia, por simple ineptitud o por una pretendida necesidad, a triturar a dicha clase media, mediante políticas de contracción económica, pérdida de prestaciones sociales y aumento de impuestos.

Obviamente, a los integrantes de dicha clase media, entre los que encontramos desde profesionales liberales y empresarios hasta obreros cualificados, pasando por los funcionarios y empleados de empresas de todo tipo, cargar con el muerto de problemas que ellos no han provocado no les hace ni pizca de gracia. Sólo hay que encender la tele para darse cuenta.

Sin embargo, este panorama no es nuevo, ya que crisis económicas derivadas del capitalismo ya se han sufrido unas pocas (las del comunismo las analizaremos en otra ocasión) y siempre han pagado los mismos.

En la de 1873, con medio mundo inexplorado y una crisis de sobrepoblación y de abastecimiento de materias primas en Europa, la cosa se solucionó mandando a la escoria sobrante a las colonias, explotando sus materias primas y proporcionando a las clases intermedias el premio de alcanzar importantes puestos en la administración colonial o en los ejércitos coloniales creados a tal efecto[1]. La cosa pareció funcionar, ya que se crearon fuertes intereses que propiciaron un periodo de bonanza económica y de colaboración de la clase media con los sistemas democráticos, una vez garantizado su bienestar.

El problema llegaría tras la gran conmoción de la Gran Guerra[2]y la orgía económica de los felices 20.

La crisis de 1929 provocó que amplias capas de la población se vieran de la noche al día arrojadas al arroyo. Las clases medias sufrieron la pérdida de empleos y el recorte de salarios. Creció el miedo  y perdieron la fe en los economistas liberales, en los políticos y de paso, en el sistema democrático (la canción suena bastante ¿verdad?).  Como se comprobaría más tarde, el cataclismo provocado por el Crack y la Gran Depresión posterior, fue en gran parte, una pérdida de fe, incalculable en términos económicos, pero profunda en términos humanos.

Las capas medias de los países más afectados comenzaron a pensar que los sistemas democráticos (con el liberalismo económico aparejado) no respondían a sus intereses, y por tanto, buscaron otras alternativas.

Pero ¿cuáles? El comunismo era visto como una ideología extraña en Europa Occidental[3], que atentaba contra la propiedad privada (horror) y que estaba impregnada del salvajismo propio de la Europa Oriental[4] pronto quedó desechado. La otra alternativa era una innovación del periodo de entreguerras: el fascismo, una ideología novedosa, que amalgamaba en imposible síntesis ideas socialistas[5] y un nacionalismo exacerbado que pretendía recuperar el orgullo patrio perdido. Fue vista por amplias capas de la clase media como una alternativa al comunismo, que les daba miedo y a los partidos y políticos tradicionales, de los que no se fiaban.

El mensaje quedó bien claro: la democracia y sus políticos corruptos han dejado de sernos útiles y nos vamos a deshacer de ambos.

Ni que decir tiene que fue una etapa convulsa. En todos los países surgieron partidos y movimientos inspirados en la doctrina de Mussolini, e incluso otros que copiaron su estética y formas externas. Atrajeron a sus filas no sólo al estereotipo de señoritos ociosos, sino que la mayor parte de sus efectivos se reclutaron entre funcionarios, empleados de comercio y banca, pequeños propietarios agrícolas, universitarios y profesionales liberales (médicos, abogados etc.).

Como combatían al comunismo violentamente, la política tradicional quiso usarlos como fuerza de choque y deshacerse de ellos una vez pasara el peligro, pero las tornas se volvieron esta vez.

Como los usos democráticos les daban igual, se las arreglaron en determinados países para conquistar el poder por medios fraudulentos o bordeando el límite de lo legal, pero que a ellos les parecían legítimos[6]. Lo mismo harían los comunistas en la Europa centro-oriental a partir de 1946.

Actualmente vivimos una época de total descrédito de la democracia y de los partidos políticos que dicen obrar en su defensa y en la del pueblo al que están condenando a años, si no décadas, de retroceso. A los políticos parece darles igual, quizá debido a que su mente sólo tiene vista a cuatro años, en los que llenarse los bolsillos y dejar más o menos colocados a legiones de sobrinos y paniaguados.

No estoy profetizando la vuelta de las viejas consignas, camisas y estandartes al redoble del tambor, pero el escenario, al menos, es propicio, como ya demuestran ciertas señales como el avance de partidos claramente neonazis en Grecia y del populismo más casposo en las elecciones italianas (Berlusconi y Beppe Grillo, por ejemplo). No podemos establecer si se repetirá el viejo modelo del totalitarismo, tanto de izquierdas como de derechas, pero sí se puede afirmar que pueden cristalizar movimientos similares.

El asunto está en que, cuando a unas clases medias y populares machacadas en beneficio de capitales extranjeros y banqueros que han perdido al Monopoly con billetes de verdad, se les plantee la disyuntiva entre democracia y bienestar, su elección irá, creemos, a favor de éste último. Ya se sabe, primvm, edere, deinde filosofare[7].

Y por desgracia, la democracia es sólo una ideología, que no da de comer, aunque muchos se den el atracón a su costa.

 Ricardo Rodríguez


[1] Cecil Rhodes en el primer caso y los militares “africanistas” españoles en el segundo, podrían ser buenos ejemplos

[2] O I Guerra Mundial (1914-18)

[3] Los partidos comunistas del oeste de Europa se fundaron a partir de 1921. Sólo fueron fuertes a partir de 1939, con el estallido de la II Guerra Mundial y en según qué países.

[4] Desde el Oeste de Europa siempre se consideró al oriental como cruel y primitivo. Éstos a su vez, consideraban al occidental decadente y depravado.

[5] Mussolini propuso la jubilación a los 55 años, seguros médicos y un sistema de pensiones

[6] Joseph Göbbels, ministro nazi de propaganda, declaró que si la democracia les proporcionaba los medios para destruirla desde dentro, peor para ella.

[7] Primero, comer, luego filosofar, proverbio latino.