Estaba en el parque, mirando los patos.
A veces viene un viejo, empapa pedazos de pan en cerveza del DIA y se los echa para emborracharlos. Algunos terminan bocarriba, pedaleando con sus patitas. Vengo aquí cuando no quiero escribir.
En realidad vengo aquí cuando no quiero hacer nada. Últimamente la frecuencia se ha disparado.
Casualmente, esa misma tarde descubro que hay una nueva serie de televisión que es la repanocha. No es mi opinión. Es una declaración general invocada por una voz sin identidad. Rastreando, doy con la fuente. Resulta que las mentes maquiavélicas de esa serie han contratado a uno de esos tipos que alquilan su cerebro a cambio de pasta. Por su parte, ese cerebro se encasqueta el avatar de Alcampo o Coca Cola o Jot Down o La Nueva Serie Que Es La Repanocha y actúan como si fueran seres humanos.
De pequeño soñaba con que los personajes de las marcas cobraran vida para que fuesen mis amigos.
Como el tigre de los Tigretones.
Gracias al siglo XXI, los sueños ahogados en vapor consumista de la infancia han cobrado forma, cargados de connotaciones poco amables. Al menos, cuando uno es un renacuajo boquiabierto, se conforma con que la mascota tenga un color molón, un aspecto molón y diga cosas molonas como “BRRRRRRRUTAL” o “CHOCOLATEATE LA LECHE”.
Ahora a la amabilidad la están sodomizando virtual y públicamente, seduciéndonos móvil a móvil, recordándonos lo inteligentes y especiales que somos por tener el buen gusto de encontrar divertido el ingenioso comentario de La Cuenta de Tu Serie Favorita.
Como el asesinato sigue siendo ilegal, decidí escribir por qué no me gusta la materia prima que da su razón de ser a la cuenta de Twitter de la Nueva Serie Que Es La Polla En Almíbar.
Hay enigmas en este universo que jamás comprenderé. Sus secretos quedarán enterrados en las fosas abisales del destino, como el sentido del amor propio del votante español o la cara de los años noventa de Meg Ryan. Dios no quiere revelárnoslo y si es así, así será.
Uno de esos misterios indescifrables es el éxito de El Ministerio del Tiempo.
O relativo éxito.
Uno ya no sabe distinguir entre el ruido de millones de pulgares tecleando con el brillo replicante en los ojos y el valor intrínseco de una serie o de una película.
A mí, personalmente, El Ministerio del Tiempo me parece una serie cutre hasta la septicemia. Hasta el sangrado anal.
¿Por qué?
· Porque a pesar de la cuidada y elaborada producción (si se compara con las arcadas que produce Telecinco o Antena 3, claro), el cartón piedra y los colores Titanlux siguen predominando en la pantalla. Como el espíritu cromático de viejo, de dos pares de medias encasquetadas sobre la lente de las televisiones autonómicas. No sé si es la perezosa realización de tiránico Plano Medio-Primer Plano que siempre ha caracterizado a la ficción televisiva española o qué, pero las oficinas “contemporáneas” del Ministerio, la España barroca, la España pre-arrebato hitleriano, todos comparten la misma escenografía a punto de ser atravesada por Mr. T de un puñetazo.
· Sin embargo, un decorado de papel maché no implica en sí mismo una ficción ponzoñosa. Bien manejado, incluso podría construir una réplica muy interesante a los presupuestos Rockefeller de las cadenas privadas norteamericanas o, y esto sí que hace salivar de gustirrinín, al complejo freudiano comparativo según el cual debemos Construir Una Industria Para Que En Algún Momento Nuestros Jóvenes Talentos Puedan Llamarse A Sí Mismos “Showrunners” Sin Que Parezcan Turdetanos Del XIX Entrando En Una Tienda Apple.
Ese es uno de nuestros peores estigmas, creo. Querer ser lo que por dimensiones, espíritu y hasta diría yo recursos naturales de carácter hegeliano no se puede ser. A los carcamales defensores de una ficción de Farmacia de Guardia no les ha nacido vanguardia que les mee encima. En su lugar, tenemos legiones de guionistas y pre-productores y pre-directores que abogan y chillan y ametrallan desde bastiones blogueros por un futuro crisoelefantino donde reproducir fielmente el Gran Tetamen Norteamericano de Series. Y no es que no abunden los intentos más o menos honestos de adaptarse a los recursos que hay (y siempre ha habido) en este país. Lo triste, en parte, es no aceptarlo. Lo triste es uno de los argumentos de oro que se emplean para defender la existencia de El Ministerio del Tiempo: es un paso más.
¿Por qué debe ser un paso más? ¿Hacia dónde? ¿Hacia el calco AMC-HBO? ¿Hacia los suspiros de coito zanjado con machete por el modelo BBC? ¿Por qué no es un fin en sí mismo? En cada nueva edición de los Goya el mismo coro griego emerge de los subterráneos de la Gran Vía y las redacciones y las cuentas de Twitter, diciendo: vale, bueno, El Niño no es la peli de tu vida, pero es-un-paso-más-hacia-un-modelo.
Esa defensa es muy pobre. No vale. Es como forzar el cariño hacia el troglodita psicoíde del hijo del vecino solo porque en un hipotético futuro pueda ser una persona decente y respetable.
Otro de esos misterios ibéricos inextricables: nos lo pasamos mejor viviendo en permanente transición que arriesgándonos en pequeñas revoluciones, por limitadas y encorsetadas que puedan estar a priori.
· Por el guión. Qué guión tan doloroso. Atufa a Érase una Vez la Historia Española, con los personajes recitando sin parpadear datos, anécdotas y detalles de la época y los personajes de turno del capítulo, con el mismo tono frío y maquinal con que Melendi y su pelo de niño de urbanización con piscina comunitaria te sueltan el rollo de la angustia en tiempos de El Corte Inglés.
Que no.
Que no hay por dónde cogerlo. Si ya de por sí resulta artificioso el diálogo explicativo, la verborrea didáctica de ceño fruncido ni les cuento. Y peor aún: Rodolfo Sancho, enésimo clon del modelo Tipo Cuarentón Con Barba y Pelo De Tu Padre, solo tiene un superpoder. ¿Atravesar paredes? No. ¿Convertir en ceniza a sus enemigos (frunciendo el ceño mucho)? Tampoco.
El talento del personaje de Rodolfo Sancho es el chiste de codo en la barra del bar.
Quizá, en el futuro, cuando estalle la Última y Definitiva PantaGuerra Mundial, le sirva en su pluriempleo como espía de las potencias del eje mediterráneo. De momento queda bastante rijoso. No les voy a negar que, como soy un ser primario que se saca los mocos con el dedo índice mientras ve pelis de Arte y Ensayo, me hacen una gracia vikinga los ataques de gañanismo ibérico del estilo “Servicio de habitaciones son mis dos cojones”. Pero claro, con eso no se sustenta una serie.
Quiero decir, una serie diferente hasta ahora según lo visto en el panorama patrio.
·Porque sale Cayetana Guillén Cuervo. Y a Cayetana Guillén Cuervo la ha poseído un alien reptiliano que la obliga a adoptar la misma postura corporal y el mismo tono de voz ya sea presentando Versión Española ya sea encuerándose con una pipa de matar gente en el Ministerio del Tiempo. Otro enigma: como a Britney Spears después de írsele la chaveta y raparse y tener un bebé politoxicómano, a Cayetana le han nacido fanses de debajo de las piedras, muchos de los cuales porque, según el planteamiento general, “aun está follable”. A saber.
· Porque está más perdido que el barco del arroz. El Ministerio del Tiempo no tiene muy claro su tono. Que no es lo mismo que evolucionar gradualmente. Ejemplo basto: Los Soprano pasaron de una Martin Scorsesada bastante entretenida a una independencia retórica y narrativa como pocas se han visto. En cambio, la serie de TVE tiene un poco la picha hecha un lío. Lo mismo le entra el arrebato dramático que de pronto le salen momentos Police Squad! con un tío vestido de cavernícola diciendo lo que le revienta trabajar en la época de los muchachos peludos de las cuevas de Altamira. Los guiños están realmente bien. El problema, creo, llega cuando se convierten en pilares de cada capítulo. Que, resumidamente, consisten en: Explicación de la Época. Se despierta el espectador. Escena de Acción o Algo Que Se Le Acerque. Guiño. Gañanada. Más explicación. Alguien dice que va a hacer algo que va en contra de…bueno, lo que quiera que hagan en esa santa casa pagada con dinero público. Pequeño conflicto secundario intenso, como, por ejemplo, que una señora mayor eche de menos a su marido y su superior, en una estela hereditaria española que no necesita de Deloreans rompiendo la velocidad de la luz ni mierdas, sospecha que está conspirando contra la Sacrosanta Institución y no le quita ojo de encima.
En fin, que el batiburrillo da la impresión de obedecer más a un cajón de sastre que a una experimentación más o menos premeditada.
·Porque canta un poco mucho que el propio argumento trate de justificar la reutilización del atrezo y la escenografía de otras series de TVE. Según dice un mandamás del ministerio, “somos especialistas en la época de Felipe II”. Y yo vivo en un molino. Esencialmente, me está contando que les vuelve loco el periodo histórico por el que otros Departamentos de Producción ya han pagado a carpinteros y modistos. Verdaderamente, en un comentario meta-meta-ficcional, la meta-jeta de cemento de estos funcionarios justificando centrarse en la España barroca (que, bueno, estirando un poco también encaja en la de los Reyes Católicos y chimpún) es un logro narrativo realmente considerable.
·Porque no entiendo de qué va. O sea, sí. O sea, no. Se supone que el Ministerio del Tiempo existe para evitar que los facinerosos de este planeta empleen con malicia las puertas temporales. Primer problema: solo están al tanto reyes, presidentes y funcionarios. Pues bien empezamos. Tengo una escopeta y la voy a guardar debajo de la almohada de mi hija de tres años, a ver qué pasa. Según la sinopsis oficial: “Su objetivo: detectar e impedir que cualquier intruso del pasado llegue a nuestro presente -o viceversa- con el fin de utilizar la Historia para su beneficio.”
Lo que lleva a la conclusión de que en la realidad del Ministerio del Tiempo no existen los telediarios, ni Canal Sur, ni la LOE ni la LOGSE ni Pío Moa. O que en la segunda temporada se desvelará que para ahorrarse el ridículo de unos carteles tamaño pancarta, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte se rebautizó Ministerio del Tiempo en un alarde de ingenio.
Y santas pascuas.
Luego: la existencia del Ministerio se basa, a su vez, en que la Historia (española) no debe alterarse bajo ningún concepto, pues podría acontecer de otro modo. Nada más empezar la serie le defecan a uno en la única esperanza posible para este cacho de tierra peninsular. Por no hablar del pitote físico-cuántico que conlleva plantear la existencia de múltiples accesos (puertas) temporales: si X pretende cambiar Y atravesando un quicio, pues otro X en otro Y, alterado o no, podrá hacer lo propio. Siempre. Lo que reduce la cuestión a que el único riesgo posible para las leyes de la física se basa en Una Única Máquina del Tiempo controlada por Una Única Persona. El espacio-tiempo, como las elecciones y el amor, se rigen por la ley de la oferta y la demanda. Así que no posible. Pero en esta serie hay más puertas que en Alcalá-Meco, por lo que al final todo se neutraliza y Rodolfo Sancho y Cayetana Guillén Cuervo y otro tío con bigote y una señora del diecinueve con pinta de Jane Austen se cabrean y se ponen a pegar voces para nada. O quizás lo hagan para matar el tiempo. Para cumplir una tarea que no necesita cumplirse: el axioma funcionarial inquebrantable, definitivo, recubierto de adamantium. Tu tarea no tiene efectos visibles ni por encima del escalafón, ni por debajo, ni en horizontal.
Y no hay gesto más típicamente español que ponerse farruco agitando la mano con los dedos muy juntos por un problema que ni siquiera es problema y una solución que ni siquiera hace falta.
Por eso, vean El Ministerio del Tiempo si les hace pasar un buen rato. ¿Quién soy yo, mequetrefe de parque aeroportuario, para decirles con qué o con qué no deben disfrutar o por qué o por qué no? No dejen que nadie lo haga. Ni siquiera las cuentas oficiales de Twitter.
A fin de cuentas, todo está atado.
Y bien atado.
Isaac Reyes
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