Decía en un interesante ensayo el pensador estadounidense Jeremy Rifkin que “el sueño americano es un sueño por el que merece la pena morir, mientras que el sueño europeo es un sueño por el que merece la pena vivir”. Apenas llevábamos un lustro de siglo XXI y la UE era el asombro de los ignorantes. Un convoy que transitaba con locomotoras bien engrasadas (Francia y Alemania), alimentada con carbón de escasa calidad (Irlanda, España, Portugal y Grecia) y al que cada vez se unían más vagones (Países Bálticos, Eslovenia, etc.), tantos que el túnel empezó a hacerse estrecho.
El problema de la locomotora europea es que jamás fue un tren uniforme como esos que se ven en algunos modernos metros del mundo. Siempre tuvo ese aspecto decimonónico, anticuado, siempre renunció a cambiar el carbón de los llamados PIGS por un motor moderno y eficaz. Principalmente porque el llamado eje franco-alemán (por no llamarlo franco-prusiano) temía ver amenazada su hegemonía sobre el continente. Tanto es así que, al final, la máquina de generar y cobrar deudas que es Alemania ha acabado por engullirse a su propio aliado, hunde la economía francesa, de paso la del resto de la UE y genera una extraordinaria desconfianza en el Reino Unido con el crecimiento del euroescepticismo como se ha dejado ver en las recientes elecciones. El IV Reich, queridos amigos, el Plan Mitteleuropa generando una Europa Central fuerte y una periferia dependiente, ha sido finalmente una realidad.
En estas elecciones pasadas el verdadero trasfondo era preguntarnos qué Europa queríamos. A juzgar por los resultados, los europeos parecen tenerlo muy claro: no quieren Mitteleuropa. No quieren una UE varada desde hace una década en la falsedad de tratados únicamente económicos que disfrazan las viejas pretensiones nacionalistas germano-francesas y se olvidan del modelo que el proyecto europeo pretendía cimentar en un momento dado.
Porque hubo un tiempo no muy lejano que el proyecto europeo causaba no solo asombro sino también temor en los dos grandes bloques. Cuando a finales de los 60 y comienzos de los 70 el proyecto parece embarrarse, no es el resultado más que de las presiones de EEUU y la URSS (no se crean tanto el cuento de la Guerra Fría, colaboraron más de lo que parece) para paralizar una empresa, la europea, que podía emerger como un verdadero Tercer Bloque. Una muestra fue el modo en el cual se azuzó la Crisis del Petróleo para atar y dejar bien atada a Europa a su principal lastre: la energía.
Aquello se superó con condiciones, y la condición fue que el abandono del patrón oro propiciado por Nixon fuera asumido por los europeos a través de una creciente liberalización económica. Parte de aquel plan incluía, por ejemplo, hacer demócratas a los españoles. Voilà, en una década de pronto los europeos se ponían a firmar pactos como locos y en dos teníamos hasta moneda única. Todo bajo la tutela americana.
Ese mismo abandono del patrón oro en beneficio de la economía financiera y el excesivo tutelaje americano han acabado desembocando en una crisis económica cuyo fin principal siempre fue desmontar el (falso) estado del bienestar europeo. Falso porque siempre fue bonito pero insostenible. La Europa de los Erasmus, de los Fondos de Cohesión, de Schengen, era un bonito cuento que ha acabado varado en el momento de quitarse la careta.
Desde 2010 Europa ya no es la UE sino una Mitteleuropa donde el BCE actúa como un Bundesbank para todos y el Euro no es más que el viejo marco alemán encubierto con enseñas de cada país. En estas elecciones, por primera vez, se elegía un Parlamento que va a tener carácter asambleario y poder legislador equiparable al del Consejo de la UE. De esa mayoría parlamentaria saldrá el Presidente de la Comisión y, en cierto modo, por primera vez los europeos decidíamos a nuestro Presidente.
Todo eso ha sido deliberadamente ocultado por los grandes partidos con la finalidad de restar valor al voto y evitar el ascenso de partidos pequeños con un discurso basado en lo que los ciudadanos demandan. Tanto por un extremo como por otro. Sin embargo, el descarrilamiento de la locomotora europea tiene en Francia su mayor paradigma: 2000 vagones comprados para vías que no son compatibles. Esa chapuza, que hace no mucho nos hubiera resultado impensable en los franceses, es el ejemplo perfecto de cómo, parafraseando a Ortega, Alemania sabe que manda, Europa sabe que obedece. Y en esa obediencia, el sueño europeo, ha acabado por volverse pesadilla.
Y es que si el Euro se ha configurado como un marco encubierto como acabamos de decir, y el BCE como su Bundesbank, el Reichstag de Bruselas ofrece unos resultados que traspasan la inercia germánica al conjunto de la UE. El sueño nazi de una Europa convertida en área de mercado alemana tiene como resultado que aquellas elecciones de 1933 en las que el fascismo se confirmaba en Alemania, como antes en Italia y otros países, como fuerza prioritaria, se plasme de nuevo justo un siglo después del estallido de la I Guerra Mundial.
Los excesos financieros han vuelto a reventar las vías parlamentarias tradicionales y esas fuerzas llamadas “tercera vía” a los grandes partidos se han asentado con fuerza. No es solo el triunfo de la política-marketing desde Tsipras a Pablo Iglesias, pasando por Le Pen o Amanecer Dorado, es el refrendo de que Socialistas y Populares europeos viven anclados en fórmulas alejadas de la ciudadanía.
Más interesados en mantener la nomenklatura de sus partidos y en sostener estructuras mafiosas aplicadas al Estado, como sucede en España de forma explícita o en Alemania, aunque no lo crean, de forma implícita, los grandes partidos de toda Europa han propiciado la alienación del voto. De momento se han colado en el Parlamento Europeo el NPD alemán, heredero directo del partido nazi (y esto no es una aseveración demagógica, está en las bases de este partido) y el Front National francés que pone a Francia más cerca de su realidad de Vichy que de la pantomima de la Resistance.
Más allá de ello, lo verdaderamente preocupante para el conjunto de la UE no es solo el ascenso de los extremismos de un lado y de otro sino la falta de respuesta de los partidos tradicionales cuya única salida parece ya la de “anunciar su disolución y entregar sus votantes”. El Parlamento se puebla de partidos como el UKIP inglés o el de Tsipras que directamente abogan por la desaparición del Euro, la salida de sus respectivos países de la UE y unas políticas nacionalistas.
Es el resultado lógico de haber convertido un proyecto que integraba a varios países en un proyecto que integraba intereses del complejo financiero-bancario. Desde que estalló la crisis, ningún político europeo se ha hecho responsable de la pérdida de derechos, del menosprecio a los valores europeístas, del desprecio a los ciudadanos de unos países (PIGS) tan europeos como los de la Europa protestante pero que han sido vilipendiados, insultados e incluso se les ha recortado los niveles de vida hasta el umbral de la pobreza, cuando no directamente hundidos en ella. Entretanto, para evitar la sangría de votos algunos, desde Sarkozy hasta el PP en España han suscitado discursos populistas y extremos de teatro, peligrosos todos ellos porque, como ha quedado demostrado, cuando un votante quiere una idea extrema, xenófoba, racista, extremo-izquierdista o populista, recurre a partidos que lo llevan de verdad por bandera y no como un simple discurso impostado.
Mucha pedagogía tendrán que hacer en los años que venideros los grandes partidos si no quieren ver cómo esta UE estalla como el Reichstag en los años 30. Cuando arda el Parlamento de Bruselas, empiecen a prohibirse partidos y a la ciudadanía ya no le importe si mueren “los que no son de los nuestros”, será demasiado tarde para lamentarse. Si no lo es ya.
Aarón Reyes (@tyndaro)
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