Atravesando la jungla por el lago Temenggor nos dirigíamos hacia Kemar, uno de los asentamientos de Orang Asli al norte de Malasia. Habíamos conseguido acceder a este sitio gracias a uno de los voluntarios, Bastien, que trabaja allí dando clases de inglés desde hace un año.

En los asentamientos conviven unos 8.000 indígenas en la actualidad, y estos se hallan en un proceso constante de cambio, donde las tradiciones y la evolución luchan a diario por entenderse y llegar a un equilibrio que conserve la identidad de sus habitantes.

La cultura y la historia de los Orang Asli se remonta a cuatro mil años atrás, cuando los primeros ancestros aparecieron en Malasia desde el sur de Tailandia, y sus tradiciones se han convertido hoy día en las más antiguas de la península.

Las familias habitan en chozas construidas con cañas de bambú, hojas y algún plástico para impermeabilizarlas de la lluvia. En ellas, los indígenas han mantenido intacta su profunda conexión con los entornos naturales en los que viven. La naturaleza es para ellos su cultura, su tradición, su ciencia y su identidad.

Cada elemento natural posee un valor espiritual determinado, y los objetos que utilizan en sus rituales están hechos únicamente de materiales naturales. Nos enseñaron uno de ellos, llamado “rangou”, un instrumento de bambú cuyo sonido al ser soplado induce al trance. Algunos de los varones de mayor edad portan además una corona de hojas, hecha con distintos árboles y plantas, símbolo de autoridad y sabiduría en la tradición chamánica.

Uno de los indígenas toca el “rangou” dentro de una choza de bambú

La naturaleza para los Orang Asli

Además de enseñar inglés, una de las labores que Bastien lleva a cabo junto con su ONG es la de conservar el ecosistema existente en Kemar.

“Los bosques son para ellos como sus propios supermercados”, afirma Bastien. “De ellos nace la hierba que utilizan para los ganados, la comida que comen, el agua que beben y también las medicinas naturales que necesitan. Sin un equilibrio adecuado, su modo tradicional de vida desaparecería”.

La fuente de conocimiento tradicional de los Orang Asli siempre ha derivado de la misma observación de la naturaleza, como las aves, los insectos o los árboles, lo cual les ha permitido a las propias comunidades definir su cambio estacional.

A pesar de los múltiples intentos y las presiones externas que han sufrido en los últimos años, los Orang Asli han sabido mantener intactas sus tradiciones y coexistir en relativa armonía con su entorno y el resto de la sociedad malaya.

Uncle Arrof, de 52 años, comenta que hace unos meses se habían llevado a cabo una serie de protestas en Kemar para detener la tala de árboles que el gobierno malayo había iniciado en la zona desde 2012.

“La mayoría de gente aquí se dedica a la extracción del caucho de los árboles, y una fuente importante de alimento es la tapioca y los plataneros”, comenta, denunciando el serio riesgo que estas talas provocan hacia sus medios de vida.

El kilo de caucho se paga a 1’70 ringgits en Kemar, lo cual no llega a 40 céntimos. En zonas más próximas a la ciudad, sin embargo, se paga a 4 ringgits

Sin embargo, el problema medioambiental en Kemar no solo tiene que ver con agentes externos. Una de las mayores amenazas viene provocada por sus propios habitantes, y tiene que ver con la cantidad de basura diaria que es arrojada por los nativos en la jungla.

Pudimos comprobar cómo algunas zonas en Kemar se han convertido en auténticos vertederos tóxicos, con latas y metales oxidados por los poblados, lo cual supone un verdadero peligro para la salud de sus habitantes y del propio entorno.

“Lo complicado no es hacerles entender el concepto y la importancia del reciclaje”, asegura Bastien, “sino modificar sus hábitos y costumbres con los cuales llevan viviendo toda la vida”.

Antes que Bastien, solo dos personas extranjeras habían vivido de manera prolongada en los poblados, también como voluntarios de inglés, por lo que la convivencia de los Orang Asli con extranjeros es aún muy reciente.

“La gente cree que ellos no quieren abrirse al exterior, y lo que ocurre es que simplemente nunca han tenido la oportunidad, ni les han enseñado a hacerlo”.

La timidez de los Orang Asli

Bastien habla a su vez de lo difícil que era al principio la comunicación con ellos. La excesiva timidez de los Orang Asli y su falta de confianza a la hora de tratar con personas nuevas, sumadas al problema del idioma, hacía que situaciones básicas como preparar las comidas supusieran toda una odisea.

Durante nuestra estancia tuvimos la suerte de participar en una de ellas, donde comprobamos el gran espíritu de comunidad que reina en los poblados. La comida era depositada en grandes boles y cada uno se iba sirviendo sin privación ni límites.

En estas comidas es común reunirse en grandes grupos y la gente entra y sale de una casa a otra con total libertad; un auténtico banquete de arroz y tapioca, de pollo y verduras, de maíz y garrafas de té, que degustábamos todos sentados sobre el bambú.

Desde hace unos seis años, casi todas las chozas disponen de electricidad y aparatos eléctricos como televisores, radios o ventiladores. Además, prácticamente todo joven y la mayoría de personas en Kemar tienen su propio teléfono móvil, aunque muchos aún no sepan utilizarlo.

“Con los nuevos avances que el gobierno y diversas asociaciones han traído a los poblados, nos sentimos más conectados al mundo, es bueno para los jóvenes”, afirma Uncle Arrof.

Sin embargo, el nombre de algunos de los niños nacidos durante esta supuesta “globalización y progreso” resultaba de lo más desconcertante. Conocimos a una niña que se llama “Selfie”, y a un niño cuyo nombre es “CR” debido a la devoción de sus padres por Cristiano Ronaldo.

Al mismo tiempo, los jóvenes que empiezan a entrar en el mundo laboral comentan lo mucho que les agradaría irse a trabajar fuera, a grandes ciudades como Kuala Lumpur o Ipoh.

“¿Si mañana te ofrecieran un trabajo distinto al de aquí, te marcharías?”, le preguntamos a uno de ellos. Nos miró sorprendido y respondió que “sí, naturalmente”, como todo joven que quiere conocer y vivir otros sitios, aunque su hogar siempre estaría en la jungla.

Uncle Arrof nos comenta que aunque muchos de estos jóvenes conserven ciertas creencias animistas, estos se han visto más influenciados que ninguna otra generación por la civilización que los rodea.

Uno de sus objetivos principales, según explicaba, consistía en recopilar por escrito todas las tradiciones animistas y chamánicas que se han ido transmitiendo de generación en generación. Temía que pudieran perderse con el tiempo debido al progresivo desapego de los más jóvenes hacia ellas.

Un grupo de jóvenes disputan un torneo de fútbol entre los diferentes poblados

Además, en los últimos años el propio gobierno malayo ha llevado a cabo diversas políticas de islamización en los poblados, lo que ha provocado un incremento considerable de la comunidad islámica Orang Asli.

Todo esto amenaza con destruir parte de la tradición más antigua de Malasia, y una de las más antiguas del mundo. Su herencia, sus formas de vida, su administración de los recursos y sus concepciones cosmológicas parecen un tesoro incalculable que, no solo ellos, sino todos, tenemos la necesidad de conservar.

“La verdadera obligación que tenemos con los Orang Asli es dejarlos en paz, permitirles tomar sus propias decisiones y dejar de imponerles nuestra cultura”, afirma Bastien.

Su labor aquí es un ejemplo para los Orang Asli de que se puede vivir en la jungla y convivir con personas extranjeras, en un ambiente de progreso y desarrollo, sin que sus formas de vida y tradiciones se vean alteradas.

“Necesitamos asegurar la supervivencia y el crecimiento de la comunidad Orang Asli”, concluyó Bastien. “Después de todo, ellos son los verdaderos bumiputras, los primeros habitantes de esta tierra”.

Texto: David Álvaro

Fotografía: Eduardo Pereiro