Esa tierra de paso entre la península Ibérica y la Europa nuclear llamada Cataluña (o Catalunya, en su lengua materna) ha tenido, como todas las tierras de paso y asentamiento, una historia ajetreada y por lo tanto, interesante, que ahora parece estallar en la boca del atribulado “Estado Español”, como lo llaman algunos catalanes. Nada más divertido que escarbar un  poco en el basurero de la Historia para darnos cuenta de que se trata de una cuestión de pasión y sobre todo, de dinero y privilegios.

LOS MONTAÑESES, EL BRAGUETAZO DE RAMÓN BERENGUER Y EL ESPLENDOR DE CATALUÑA

La historia de Cataluña, como las de todas las regiones Europeas merecedoras de tal nombre, comienza en esa época supuestamente neblinosa y endogámica conocida como Edad Media.

Hacia el siglo VIII, las tribus montañesas del Prepirineo, junto a unos pocos cristianos recalcitrantes procedentes de la llanura, comienzan a organizarse frente a los “invasores” musulmanes procedentes del norte de África, llevando a cabo la típica economía montañesa desde la Edad del Bronce: saquear los poblados de los llanos fluviales, fuesen o no musulmanes. Como vemos, el enfrentamiento tenía el pretexto de la fe, aunque unas bases puramente económicas.

Algo más tarde, los monarcas (por llamarlos de algún modo) carolingios, se sintieron inseguros ante los avances de esos musulmanes, muchos de ellos hispanorromanos conversos recientemente, a los que habían derrotado en Poitiers (732)[1].

De ahí que se previese vigilar los pasos montañosos pirenaicos (como Roncesvalles o Perthus) para evitar los saqueos. Como mantener guarniciones propias era caro por un lado e inviable por otro, a causa de la debilidad congénita del embrión de Estado carolingio.

Para ello subcontrataron los servicios de los jefes tribales del Pirineo catalán, a los que nombraron condes (lo mismo los podrían haber llamado otra cosa), formando con estos “condados” o distritos, la llamada Marca Hispánica, tomada por los historiadores nacionalistas de ambos lados de la frontera como una especie de oasis civilizador.[2]

La desintegración del poder carolingio, que siempre estuvo en precario, a la muerte de Luis el Piadoso y tras el fracaso del Tratado de Verdún (un reparto de la herencia entre sus tres hijos) permitió a los condes escapar de la tutela franca y conformar un mosaico de microestados en las faldas pirenaicas y las tierras arrebatadas a los musulmanes (Aragón, Pallars, Ampurias, Sobrarbe, Ribagorza, Barcelona, Gerona, Ausona etc.).

A pesar de ello, en la zona puramente catalana, Wifredo el Velloso, conde de Barcelona, se las arregló para unificar en su persona casi todos los condados catalanes.

Sin embargo no tardarían en caer bajo la égida de otros reinos más poderosos, como la Navarra de Sancho el Mayor, o Aragón, el primer condado pirenaico en transformarse en reino.

Será en esta época en la que se formará la dupla catalanoaragonesa que tan famosa se iba a hacer posteriormente: Ramiro el Monje, un rey  aragonés sacado del convento como su apodo indica, dejó el hábito el tiempo justo para dejar embarazada a una noble del sur de Francia y tener a su heredera, Petronila.

Ésta, una niña desde nuestro punto de vista, fue casada con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, permitiendo a Ramiro volver al cenobio.

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Esto permitió al conde Ramón ascender a la categoría de rey consorte, lo cual en la época no era cosa baladí, ya que su descendencia iba nacer ya con categoría real, desde unas bases modestas.

Así, el reino de Aragón, compuesto por varias partes amalgamadas con el tiempo, iba a ir configurándose en el Este de la Península Ibérica y con proyección mediterránea: durante los siglos XII, XIII y XIV iba a ser una de las potencias económicas y políticas del Viejo Mundo, especialmente desde los reinados de Pedro el Católico y su hijo, Jaime el Conquistador, llegando al cénit durante los reinados de Pedro III el Grande y Pedro IV el Ceremonioso[3].

Dentro de este ámbito, la Corona de Aragón tenía un modelo de Estado peculiar, diferenciando entre Aragón, propiamente dicho, agrícola, interior y estepario, y sus territorios mediterráneos, como el Principado de Cataluña y los Reinos de Valencia y Mallorca, volcados hacia el mar y el comercio mediterráneo.

Estas zonas, más ricas que el núcleo aragonés y con una burguesía (especialmente poderosa en Barcelona, Valencia y Palma) boyante obedecían al rey de Aragón a cambio de privilegios y exenciones fiscales[4]. Entre esos privilegios se encontraba un cierto nivel de autogobierno, que funcionaba del siguiente modo:

-El rey necesita dinero y convoca a las Cortes de los territorios  de la Corona, que se reunían, unas veces conjuntas y otras por separado.

-Los representantes escuchan al rey y adelantan el dinero necesario al monarca, a cambio de una serie de contraprestaciones (privilegios generalmente) y se firma un pacto.

-Para que el rey respete el pacto, las Cortes de cada territorio forman unas Diputaciones que velan por su cumplimiento entre una reunión y otra. Estas diputaciones, que hacían las veces de un gobierno territorial (aunque no exactamente) tenían el nombre de “Diputaciones del General”, “Diputaciones Generales” o en Cataluña, “Generalitat”[5].

Así queda configurado un modelo de monarquía “Pactista”, en la cual el rey no es demasiado poderoso y ha de transigir con las demandas de los magnates y los burgueses más ricos.

LA CORONA ENTRA EN CRISIS

Este sistema, secular en Aragón, iba a verse trastocado tras la crisis de mediados del siglo XIV, provocada, entre otras cosas, por la Peste Negra de 1348, lo que iba a desembocar en una crisis casi permanente en la Corona de Aragón a lo largo de todo el siglo XV, especialmente en Cataluña, la parte que se vio más afectada.

En el campo, los “payeses” fueron extorsionados por los nobles arruinados por la crisis, resucitando impuestos y prácticas abolidas, como los “malos usos”, lo que ocasionó revueltas campesinas. En las ciudades, especialmente, Barcelona, los burgueses ricos, agrupados en la “Biga” (literalmente, una viga de madera) se enfrentaron a los “menestrales” u artesanos, agrupados a su vez en la “Busca” (la astilla). No hace falta reflejar aquí que este enfrentamiento se hizo a base de puñales, palos y cualquier objeto contundente que se tuviese a mano.

Por si fuese poco, en 1410, Martín el Humano, último descendiente legítimo de Petronila y Ramón Berenguer, moría sin descendencia, con el reino en una virtual guerra civil.

La solución apareció en 1412, cuando, mediante el Compromiso de Caspe, se eligió como rey y previo soborno masivo, a Fernando de Antequera, un magnate castellano, tío del monarca Juan II y un activo guerrero.

Esto provocó problemas: ¡un extranjero en el trono!, y encima castellano, exportando su modelo de monarquía autoritaria y acabando con los privilegios seculares de magnates y burgueses…y encima capaz de apoyar a las capas desheredadas.

Sin embargo la instalación de la rama lateral de la dinastía castellana de los Trastámara no iba a ser tan traumática: los fueros y el sistema pactista se respetaron. Por tanto, las revueltas entre campesinos y señores y entre burgueses y artesanos siguieron.

Alfonso V, hijo de Fernando de Antequera, encontró la solución ideal: preocupado por las posesiones italianas de la corona (Sicilia y Nápoles), apoyó a ambos bandos a cambio de dinero y se desentendió de Aragón casi por completo, que pasó a su hermano Juan II (papá de Fernando el Católico).

Éste no tardó en exasperar a los estamentos superiores, en especial a la poderosa oligarquía catalana: era partidario de fortalecer el poder real y de apoyar a los “payeses” y artesanos para conseguirlo. Esto provocó que la “Generalitat” en manos de privilegiados y burgueses ricos lo expulsase de Cataluña y comenzase una guerra civil en el principado.

Los rebeldes ofrecieron el trono a cualquiera que quisiese hacerse cargo de él (cosa que se repetirá, como veremos): Luis XI, René de Anjou, Pedro de Portugal e incluso Enrique IV de Castilla, lo que daría que pensar a los actuales independentistas catalanes.

Finalmente, Juan II recobraría la potestad en Cataluña ayudado por su hijo Fernando y su nuera Isabel de Castilla, los Reyes Católicos.

Esta pareja, unión de conveniencia necesaria para unificar la Península, era el típico matrimonio desigual: Fernando aportaba un reino en crisis, escasamente poblado y con una economía maltrecha. Isabel llevaba detrás una corona pujante, que casi triplicaba en población a la de su marido y que estaba a punto de ocupar grandes extensiones en América.

De paso, contrariamente a lo que ha sostenido siempre el nacionalismo español, castellanos y aragoneses siguieron siendo extranjeros en el otro lado de la raya: Castilla, más dinámica y en expansión iba a ser el centro de la “Monarquía Hispánica” de los Austrias, que, no obstante, supieron mantener el statu quo en la Corona de Aragón, respetando los usos y costumbres locales, salvo excepciones[6].

Este panorama duró hasta el reinado de Felipe IV, cuando el valido real, Conde-Duque de Olivares propuso al monarca un primer intento de unificación de todas las coronas peninsulares en una sola Corona de España (recogida en su Gran Memorial).

El primer paso fue un impuesto general para Castilla, Portugal[7] y Aragón con el fin de construir un enorme ejército nacional, mediante la Unión de Armas.

Portugal y Aragón (y dentro de éste, Cataluña especialmente) protestaron: excluidos de los negocios americanos y celosos de sus privilegios y exenciones de impuestos, no entendían por qué tenían que pagar lo mismo que Castilla, en cuyas manos descansaban los resortes del Imperio.

Pronto se desataron las hostilidades: Portugal, con apoyo británico, se separó de la corona y nombró rey a un miembro de la nobleza local; Andalucía registró un intento fallido de proclamarse reino independiente.

En Cataluña, tras los sucesos del Corpus de la Sangre, la Generalitat, presidida por el clérigo Pau Claris, siguió los pasos de Portugal y ofreció la corona primero a Luis XIII y posteriormente a la regencia de Luis XIV de Francia, por entonces un niño de corta edad.

Es decir, buscaban la independencia intentando integrarse a otra monarquía, cosa que hoy día nos parece un contrasentido, pero que en aquel momento tenía su lógica. Lo curioso es que Luis XIV pasaría a la historia como el mayor monarca absoluto y centralizador de todos los tiempos. Mal lo hubiesen pasado bajo su égida.

Sólo Portugal consiguió separarse y Cataluña lo pasó francamente mal para recuperarse, en especial la zona de Barcelona que fue sometida a asedio; la Cataluña interior, depauperada, vivió un auge del bandolerismo, protagonizado por desertores y oportunistas.

LA GUERRA Y LOS BORBONES

Cuando la cosa estaba a punto de recuperarse, va Carlos II y se muere (llevaba haciéndolo desde que nació). Su testamento, cambiado varias veces al socaire de las intrigas cortesanas iba a motivar una nueva guerra en la cual Aragón iba a apostar por el pretendiente austriaco a la corona de España: el archiduque Carlos. Esto se debió a la larga tradición de respeto de los monarcas Habsburgo a las particularidades de los territorios que gobernaban.

El otro candidato, Felipe de Anjou, era curiosamente, un nieto del mismo Luis XIV al que los catalanes habían ofrecido la corona 50 años antes. Decidido centralizador, tuvo el apoyo de Castilla y Francia.

Al ganar la guerra, tras la Paz de Utrecht, Felipe V subió al trono, implantando en Cataluña, Aragón y Mallorca los llamados “Decretos de Nueva Planta”, amparado en su derecho de conquista y como castigo a unos territorios “traidores” (más bien acostumbrados a los privilegios del pactismo).

Esto se tradujo en no más privilegios fiscales ni de ningún tipo (cosa, por otro lado, lógica) y en una castellanización administrativa que escoció muy mucho, no sólo en Cataluña, como podemos deducir.

De este modo, las “Españas” se unificaron legislativamente y pasaron a ser “España”, uniformada bajo el modelo castellano, cabe decir que de un modo tardío con respecto a otros países del entorno europeo, pero empleando el mismo método: la reducción armada.

Psicológicamente el impacto en Cataluña fue tan grande que en pleno auge del nacionalismo (en el tercer cuarto del siglo XIX) se escogió el 11 de setiembre, día de la ocupación de Barcelona por las tropas de Felipe V, como fiesta nacional de Cataluña (la Diada), celebrada mediante una oración fúnebre.

LOS SIGLOS XIX Y XX Y EL AUGE DEL NACIONALISMO

La derrota por las armas y el periodo de Reconstrucción Imperial impulsado por la nueva dinastía Borbón fueron demasiado para la lucha catalana por sus privilegios y se impuso un periodo de relativa calma, sólo rota por la convulsa época de la Guerra de la Independencia, en la que los catalanes jugaron un destacado papel: el somatén catalán logró desbandar a una fuerza francesa en la “Acción del Bruch”[8] a lo que hay que sumar las heroicidades de la población local en los sitios de las localidades catalanas, en especial, el de Gerona.

Asimismo tuvieron también numerosas partidas guerrilleras, en ocasiones protegidas por los abades de monasterios como Montserrat, que tuvieron una actividad capital, además de aportar unidades de voluntarios al ejército español, como los “Lanceros Catalanes”, del Barón de Eroles.

A pesar de ello, algunos catalanes colaboraron con los franceses, especialmente algunos bandoleros que formaron partidas antiguerrilleras, como la del célebre Josep Pujol “Boquica”.

El cambio en la tendencia se va a registrar en el tercer cuarto del siglo XIX, cuando el nacionalismo local aparece con fuerza, vinculado a una burguesía industrial deseosa de poder político.

Así surgió el movimiento conocido como “Renaixença”, que tomó como modelo al Risorgimento italiano, basándose en el pasado histórico (trastocado), la literatura en catalán y la recuperación de tradiciones como la música, las fiestas etc., alejándose del modelo de nacionalismo racista de tipo alemán, más propio de los vascos.

Autores como Guimerá, Torrás i Bagés, Almirall etc. iban a recuperar una literatura en catalán y a impulsar el nacimiento de un partido regionalista, burgués y conservador, la Lliga Regionalista, abuela de la actual Convergencia, dirigida por Enric Prat de la Riba y canalizadora de los intereses particulares de la oligarquía de los negocios.

Hábilmente ambigua en sus declaraciones y actitud, se las arregló para impulsar una Mancomunidad catalana que iba a constituir un serio intento de descentralización adminstrativa, cercenado por la procelosa vida política de la España de fines del XIX.

Aun así, la Lliga fue siempre un interlocutor válido para los diferentes gobiernos, vista por lo tanto con recelo por ciertos sectores catalanes mucho más reivindicativos.

Por si fuera poco, surgió un nuevo movimiento, Estat Catalá, radical, independentista a las claras y portavoz de los payeses, baja burguesía y clases populares. Su líder, el carismático Francesc Maciá, era un antiguo coronel del ejército español. Esto trastocó la hegemonía de los grandes burgueses catalanes y sus tratos y apaños con Madrid.

De hecho, a comienzos del convulso siglo XX, Alfonso XIII apoyó encubiertamente las actividades de un turbio personaje como Alejandro Lerroux, líder del Partido Republicano Radical, con el fin de atraer a los obreros barceloneses al republicanismo antes que permitir que se hiciesen catalanistas.

En medio de todo ello, la época del pistolerismo en Barcelona, con asesinatos frecuentes y una guerra a tres bandas entre policía, sindicalistas y miembros de la patronal, que añadía aún más salsa a la atribulada vida política del principado., donde destaca la llamada “Semana Trágica” de 1909 y los incidentes del Cu-Cut.[9]

Semana_tragica

El clima de inestabilidad llegó a su cénit en 1923, cuando el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, protagonizó un golpe de Estado e instauró una dictadura, bien acogida por la alta burguesía, deseosa de orden.

En Cataluña se impuso una política de españolización y se prohibieron algunos símbolos, como la “Santa Espina”, una popular sardana, considerada por los catalanistas como “canción nacional”.

A la burguesía partidaria de la LIiga, ahora dirigida por Cambó no les importó nada: tenían la estabilidad necesaria para sus negocios y era todo lo que necesitaban, cumpliendo la máxima de que los catalanista eran catalanistas según les conviniese en sus tratos y negocios.

La gente de Estat Catalá era harina de otro costal: un intento de “liberación” por parte de milicianos armados fue desarticulado por la gendarmería francesa al otro lado de la frontera, en Prats de Molló (1926).

La llegada de la República a España en 1931 iba a dinamitar el panorama político catalán: la Lliga se vio superada por Esquerra,  debido a la  mayor autenticidad y moralidad de sus planteamientos, frente a la calculada ambigüedad de Cambó y sus secuaces, más partidarios de un panorama de agitación interna y componendas externas con Madrid, como quedaría demostrado hasta el fin de la Guerra Civil e incluso después.

Maciá proclamó unilateralmente la República Catalana, en el marco de una inexistente República Federal Española. Llamado al orden desde Madrid, se avino a la redacción de un Estatuto de Autonomía, el Estatuto de Nuria, en aplicación desde 1932.

Todo fue viento en popa: los catalanes con la ilusión de haber recuperado sus privilegios medievales y los gobiernos centrales de izquierda con un poderoso aliado.

La cosa iba a cambiar de nuevo en este país esquizofrénico y en 1934, tras un desencuentro entre el gobierno central, en manos del Partido Radical (que era curiosamente, conservador) y de la CEDA, iba a provocar un intento serio de secesión protagonizado por la propia Generalitat, en la persona de su presidente, Lluis Companys, de Esquerra Republicana, un conglomerado de partidos entre los que estaba Estat Catalá.

Este, desbordado por su Conseller de Gobernació, el médico Josep Dencás (azote de los anarquistas) y por los responsables de los Mossos d’Esquadra. Tras doce horas de tensión, el general Batet Mestres, catalán él mismo, redujo a los Mossos y a los “escamots” (grupos armados de Esquerra Republicana), para alivio de los conservadores.

Esto provocó la suspensión del Estatuto, que sería rehabilitado en 1936, cercana ya una guerra civil en la que los catalanes jugaron un papel primordial, tanto en los frentes de batalla como en las luchas intestinas de la propia República (Sucesos de Mayo de Barcelona)[10]. Incluso en el bando franquista se batieron voluntarios catalanes (contrariamente a lo siempre se dice) como el Tercio de Montserrat, compuesto por requetés catalanes, a lo que hay que sumar las contribuciones económicas de los miembros de la Lliga, destacando su presidente, Cambó: desde Francia mandó sustanciosos donativos a la España de Franco.

POSGUERRA Y DESPUÉS

En enero del 39 Barcelona era ocupada por la tropas de Juan Yagüe casi a paso de desfile: Barcelona, que debería haber sido un segundo Madrid, se rindió sin lucha y totalmente desmoralizada, lo que contrastaba con el alborozo de los muchos partidarios de Franco en la Ciudad Condal (entre ellos Samaranch, el antiguo presidente del COI, burguesito desertor del Ejército Popular y uno de los franquistas más conspicuos de la Cataluña de posguerra).

Cataluña fue ocupada y se mantuvo el Estado de Guerra durante varios años. La burguesía catalana prosperó con el franquismo y se benefició de los planes de desarrollo (SEAT, Zona Franca etc.). La vida nocturna renació para el disfrute de los ricos, a los que la cultura catalana les importaba un pepino. Vedettes como Carmen de Lirio, el Molino Rojo, el Barrio Chino, las Ramblas…todo lo que se podía pagar se encontraba en Barcelona, de largo la ciudad más europea de España.

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La inmigración, vista desde la óptica de los nacionalistas amenazaba con diluir el espíritu catalán y el exceso de “españolización” explotaron en un nuevo renacer nacionalista, curiosamente tras la muerte de Franco.

El mensaje, liderado ahora por Convergencia, herederos espirituales de la Lliga (es decir, derechistas natos) en la persona de Pujol caló entre los hijos de los emigrantes, que hoy por hoy constituyen el nervio del independentismo.

Cataluña conseguiría paulatinamente un peso específico mayor que otras autonomías: televisión propia, idioma cooficial, un estatuto distinto etc. que el resto de territorios demandó.

Al conseguir estos los mismos privilegios de Cataluña, sus líderes, jaleando al personal, pidieron más y más, para sentirse privilegiados con respecto a los otros.

Así hemos llegado en esta historia de pasión al punto clave: el manejo del IRPF argumentando que el resto del “Estado español” les roba.

Esto es lo que descansa detrás de las cuatribarradas: el frio interés económico de la oligarquía del Principado, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

El problema es que esa oligarquía de caciques y paniaguados han exacerbado las pasiones de la gente sencilla y eso es un factor que es difícil controlar, como cualquier pasión desatada.

Veremos en qué queda esta “Pasión Catalana”.

Ricardo Rodríguez

[1] Dirigidos por Carlos Martel (o “el Martillo”), los francos derrotaron a una fuerza invasora procedente de España cerca de Poitiers

[2] Ciertamente se conservan documentos escritos en antiguo catalán doscientos años antes de la aparición del castellano

[3] Llamado en Cataluña el del “punyalet”, por un puñal que siempre llevaba consigo, fue un enérgico monarca que recuperó el Reino de Mallorca, matando a su rey, que era primo suyo. También derrotó a los nobles aragoneses que se le oponían en las batallas de Épila y Mislata y se enfrentó al rey castellano Pedro I en la “Guerra de los Dos Pedros”, con la hegemonía peninsular en juego

[4] Como vemos, la canción no es nueva

[5] Aquí aparece un término capital, aunque como vemos no era privativo de Cataluña

[6] La ejecución de Juan de Lanuza el Joven, Justicia Mayor de Aragón, ordenada por Felipe II, desató fuertes protestas en Aragón

[7] Los reyes de la dinastía Austria fueron monarcas de Portugal desde 1580 a 1640

[8] Los milicianos y voluntarios catalanes se opusieron a la invasión francesa con energía. La batalla del Bruch, librada en inferioridad de condiciones, se ha convertido, curiosamente en un símbolo del nacionalismo español y catalán

[9] Asalto por parte de una serie de militares a una revista satírica catalanista que había publicado chistes sobre el Ejército español y su incompetencia en África

[10] Enfrentamientos armados entre la Generalitat y el PSUC (Partido comunista de Cataluña) contra los anarquistas y el POUM (un partido trotskista)