Aquí abajo, donde los guionistas de cine y televisión se empeñan en dibujarnos como sombras de un tópico que nos esforzamos en perpetuar, hay gente diferente, poliédrica. Porque, aunque los guardianes de las esencias lo nieguen, se puede ser armao con perfecto acento británico, devoto de los Beatles y del Sentencia y hasta poeta de ritmo asonante. Pepe Gálvez, de hecho, lo es. Su última obra, Cuadernos de Silencio (Jirones de Azul, 2015), así lo atestigua. Embarcado en pensar con la curiosidad constante del inquieto, el poeta es denso pero humilde, elevado pero sencillo. Igual que la persona. Si buscan personajes planos con un enfoque unívoco dejen de leer. En la contradicción está la base de la sabiduría. Y probablemente de la vida misma.
Cómo se definiría Pepe Gálvez: como poeta, como filólogo, como maestro o, si me permite el guiño, como armao.
Yo creo que la principal característica para definirme sería mi personalidad poliédrica. Me interesa todo lo que sean manifestaciones artísticas y culturales. Tengo muchísima curiosidad por todo, por acercarme y tratar de aprender. Es cierto que luego uno ya descarta. Pero lo que más me define es la curiosidad, el afán por descubrir cosas.
¿Y dónde encuentra Pepe Gálvez esas cosas que le hacen aprender?
Sobre todo en la visión de las cosas. Luego lo plasmo al escribir. Escribir es una continua búsqueda, una revisión constante de tu vida. En cada poema uno se reinventa ante la necesidad inmediata de encauzar las sensaciones y emociones. Lo que yo encuentro y busco en los poemas es la inmediatez, una inmediatez que me permite desahogarme, respirar. Empezar y acabar un poema es una introspección constante en la búsqueda de uno mismo.
Comentó en público que no es de relatos largos, que donde se siente bien es en la inmediatez del poema.
Tengo alguna cosa escrita, unos cuentos infantiles y juveniles que responden más a mi vocación de docente que a otra cosa. Yo me hallo más cómodo en la poesía, en la inmediatez y condensación del poema. El que escribe lo hace siempre para uno mismo, para reconciliarse consigo mismo. Aunque luego haya un objetivo de transmitir emociones y mover consciencias. La escritura al fin y al cabo es una necesidad individual, unas cualidades que necesitan de una herramienta para poder encauzarlas. Y yo encuentro ese cauce en la poesía.
También tiene que ver con cuestionarse cosas. Yo no empleo el pretexto de ser poeta para cuestionarme cosas pero sí es cierto que todo el mundo puede cuestionarse por qué algo es así o por qué no debería serlo. Una vez que te has planteado esas cuestiones tienes que darle respuesta y forma, bien a través de la pintura, de la escultura o de la música. Y yo lo hago a través de la literatura, una literatura a la que hay que ponerle ritmo, métrica, música… para hacerla poesía.
Además de técnica y arte, el poeta debe ser observador, tener una mirada diferente…
El poeta escudriña la realidad pero va mucho más allá de la realidad. Es lo que hablamos de la doble mirada. Un poeta no puede ver las cosas como son, debe leer entre líneas, buscar algo que permita convertir la realidad en un hecho literario.
En Cuaderno de Silencios muchos lugares visitados por el autor se transforman en poesía.
Soy viajero. Me gusta descubrir nuevos paisajes, fotografiarlos. Siempre llevo el alma y los ojos abiertos. Sin embargo, siempre Sevilla para vivir. Como viajero estoy receptivo a ver cosas. Luego asimilo todo convirtiendo esos viajes en poemas que son el mejor de los recuerdos. Puedo hacerlo inmediatamente o después, con la perspectiva del paso del tiempo o con la evocación. Porque la memoria es muy importante para la poesía.
Y sin embargo la poesía, en esta sociedad sin memoria, está absolutamente arrinconada.
La poesía y la literatura en general. Hace poco he visto una encuesta que dice que el 40% de españoles no ha leído un libro en su vida. Incluso un actor famoso de este país se vanagloria de no haber leído nunca un libro. Es la realidad que tenemos. Si a eso le añadimos leer poesía…
Juan Ramón escribía sus libros siempre para una minoría. Eso le trajo muchas enemistades aunque estaba en lo cierto. La poesía está en minoría, el arte está en minoría, la cultura, el flamenco… todo es minoría. Estamos adocenados en una sociedad utilitarista donde las redes sociales encumbran la intimidad sin valor. Yo reflexiono mucho sobre las redes sociales porque es una herramienta en manos de los mediocres. Son una falsa forma de escapar de la mediocridad, un escaparate donde se comparte todo sin contrastar informaciones. Pero qué vamos a esperar de un país donde uno de los periódicos más leídos es el Marca.
Por lo menos, quien lee el Marca, lee algo.
Hay una premisa en todo que es la calidad. A veces, cuando veo los best sellers, pienso que más allá del disfrute debe haber calidad. Cuando veo en la playa a tantas y tantas personas leyendo Cincuenta sombras de Grey o a Larsson, el superventas de la literatura sueca, me lo cuestiono: ¿es mejor que se lea esto o que no se lea? Yo veo a mis alumnas leer en clase las sagas de adolescentes y primero pienso: “al menos leen”. Pero no sé si van por el camino correcto.
Yo pasé de leer tebeos y comics a unas ediciones híbridas de Bruguera que mezclaban dibujos y textos. Luego llegué a las lecturas juveniles, a Stevenson, a Julio Verne. Y descubres a Gulliver, la literatura de indios, a Barrie… Es una literatura que aunque no estaba destinada a ellos, los jóvenes terminaron por hacer suya. Hoy es muy difícil que sin una buena educación literaria se lean clásicos. Antes se acude a otras lecturas más personales.
Quizás sea el gran triunfo de las redes sociales, la posibilidad de construir una identidad sin contenido.
Las redes sociales se han convertido en una cloaca donde se vierten cosas sin ningún pudor. Yo no entiendo la obsesión por hacerse fotos continuamente y exponerlas. Creo que es un oropel que encierra un profundo tedio. Las devociones íntimas, por ejemplo, se acompañan de montajes imposibles, de frases grandilocuentes y poesías edulcoradas y se están convirtiendo en una chanza donde todo es un exceso.
Hablando de excesos, eso me lleva a la Semana Santa.
Cuando yo salía de costalero nos hacíamos una foto el Jueves Santo antes de salir y ya está. Ahora hay fotos hasta de los ensayos. Pero no solo hay exceso de fotos. Hay exceso de salidas extraordinarias, hay excesos de protagonismo en las juntas de gobiernos, excesos en las bandas, en los costaleros… Y hay excesos de gente. Los momentos íntimos de la Semana Santa son cada vez más escasos. Se está perdiendo eso tan exacto y a la vez tan etéreo que todos conocemos como la medida.
Como armao de la Macarena o como costalero sí se viven esos momentos.
Yo tengo uno de los títulos más grandes que se pueden tener en Sevilla que es el de patero izquierdo del Sentencia. Y como dices, he conseguido pertenecer a la Centuria. Estoy muy orgulloso de ser armao de la Macarena. Tengo un curriculum macareno importante, porque también he salido de nazareno con antifaz morado. En eso consiste ser poliédrico, en poder darle uno mismo la vuelta de su propio caleidoscopio.
Cuando estaba en el instituto pensaba cosas y me planteaba cosas. Yo leía todo lo que había de Semana Santa. Además de los datos históricos o artísticos, yo demandaba algo más. Entonces descubrí a Núñez de Herrera en una pequeña colección que se llamaba Cosas de Sevilla. Después leí a Isidoro Moreno. Ahí empecé a encauzar mi religiosidad. Y sobre todo con Juan Ramón y su “Dios deseado y deseante”. Asumí mis contradicciones y seguí hacia adelante. Yo salía de costalero y a la vez estaba en el grupo de teatro con Salvador Compán, colaboraba en la revista Taracea Poética y tenía el pelo largo, una chaqueta y un foulard de mi abuelo. Y las gafas de Lennon. Estaba deseando tener gafas para hacerme unas gafas redondas como las de Lennon.
Yo nací en el Hospital. No hace falta decir qué Hospital. Maternidad era la clínica de la Esperanza, la puertecita por la que ahora se hacen las visitas al Parlamento. Y me he criado en la calle Don Fadrique. Desde mi terraza se ve el Arco. Las mejores fotos antiguas del paso de la barbería y del palio de la Macarena están hechas en mi calle. Yo me asomaba a la terraza y observaba a los armaos que iban a recoger al capitán, el “Pelao”, que se vestía al lado de la taberna, El Tendido 11. Ahí está mi memoria, mi infancia. El Viernes Santo mi casa era una fiesta. Venía toda mi familia y olía a garbanzos con bacalao, a miel de las torrijas y a arroz con leche. Por eso defiendo la Semana Santa de la infancia, la que está unida a la memoria.
Tengo a huevo la pregunta: ¿Qué es la Semana Santa?
La Semana Santa es un fenómeno tan rico y tan complejo que cualquier punto de vista unívoco puede llevarnos a equivocación. Es una identidad que uno se labra con su gente, con su barrio, con sus amigos.
En el mundo moralista de etiquetas donde nos movemos, ¿cómo se entiende esta visión tan abierta de la Semana Santa?
Eso tiene mucho que ver con la visión única. Yo que soy un gran machadiano, discrepo cuando escribió: “Tu verdad no, la verdad. Vente conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”. En este caso no estoy de acuerdo con él. A pesar de haber completado la ruta de todos los lugares machadianos y que cerré delante de su tumba en Colliure, yo no creo en una sola verdad. Yo creo en las verdades. Y las verdades te permiten cuestionar cosas. Quien no se cuestiona cosas se aborrega, se adocena.
La Semana Santa tiene muchísimas contradicciones, como la ciudad. ¿O acaso solo existe la Sevilla idealizada? Seríamos capaces por ejemplo de erradicar el Vacie. ¿Acaso no decimos que somos cristianos? ¿Qué hace ese barrio de chabolas ahí? Hay una ciudad más allá de Chaves Nogales, de José María Izquierdo, de Romero Murube o de Juan Sierra. Es la Sevilla de los negritos de los semáforos, la Sevilla de los desahucios, de los que no llegan a fin de mes, la Sevilla de la periferia. No les podemos negar su sitio, menos aún porque sea la Sevilla “de siempre” la que lo diga. Existen múltiples realidades y múltiples verdades, igual que existen múltiples Sevillas. El problema es de quienes no lo asumen.
La Semana Santa es una más de esas contradicciones, debe analizarse desde un punto de vista muy complejo, no solo desde la perspectiva de quien pretende mandar en esto. Pero aquí no manda nadie. Mi Macarena es la Macarena de las viejas del barrio sentadas en la silla de enea esperando que pase la Virgen de la Esperanza. Mi Macarena es la de las fotos de nuestras imágenes en los puestos de la plaza de la Feria y de la Encarnación. Esa es mi Macarena, que no tiene nada que ver con los señores diseñadores de moda que están ahora en el atrio dejándose ver. ¿Qué saben muchos de los callejones, de la muralla, del barrio, de las tabernas? ¿Y esa proliferación de trajes y medallas? Esta Sevilla de la palmadita en el hombro y la puñalada en la espalda es la que desgraciadamente tenemos. Y gran culpa la tienen los golpes de pecho diciéndose “yo soy más sevillano o más macareno que nadie”.
¿Hay un problema de educación general o es una cuestión estructural de Sevilla como urbe cerrada?
Tal vez ambas cosas. La educación es algo fundamental, te permite abrir y tomar caminos desarrollando espíritu crítico y valores estéticos. El que puede elegir y desechar es porque tiene una formación.
Por otro lado, como dices, Sevilla es una ciudad difícil. Tan maldita y tan codiciada, tan bendita y tan canalla.
Usted también es profesor y creo que sabe qué voy a preguntarle. ¿No está se está más preocupado en el sistema educativo de cumplir programas que de fomentar un espíritu crítico? Por decirlo de otra forma, ¿se adoctrina más que se enseña?
A la Educación le falta el poso de las Humanidades, cada vez más defenestradas. De hecho, la Educación va ahora encaminada a la especialización. Eso es malo, porque además se dedica más tiempo a la burocracia que a la propia clase.
La Educación tiene que abrir caminos. La poesía en esto se parece mucho a la Educación. Cuando tú te enfrentas a una clase tienes un reto diario que debe afrontarse con entusiasmo y mucha creatividad. A un poema uno se enfrenta igual. El entusiasmo y la imaginación es la manera de conectar con los chavales. El docente debe enseñar caminos para guiar a los alumnos en su recorrido.
En cualquier caso, yo creo en la Educación Pública porque nivela por abajo, no por arriba. Yo tengo alumnos con muchos problemas familiares. Otros vienen de aldeas cuyo igual más próximo está a veinte kilómetros de su casa. Acuden al instituto cada mañana esperando al autobús del transporte a pie de carretera. Es un reto enorme para ellos el mostrar interés por ejemplo, por mi asignatura de Inglés. Ahí está nuestra labor de motivación. Y gracias a la Educación Pública estos niños tienen las mismas posibilidades de aprender Inglés que otro chaval que va a una academia pagada por sus padres. Hay que intentar que sea así al menos.
Ser maestro es una tarea maravillosa pero a veces, muy ingrata. Se habla de las vacaciones pero las horas y el desgaste emocional que sufrimos día a día lo sabe o reconoce muy poca gente.
Probablemente esto derive en que el profesor se ha convertido a día de hoy en un educador a todos los niveles que debe afrontar, no solo la enseñanza de una materia sino también una educación emocional.
El profesor tiene que ser cercano porque pasa muchas horas con los alumnos. Yo no soy corporativista pero creo sinceramente que cualquier profesor o profesora quiere lo mejor para sus alumnos. Pero hay métodos que veo que están años luz de lo que yo planteo. Debemos adaptarnos a los nuevos tiempos. A mí me faltan horas que yo necesito para hacer actividades distintas y motivadoras: un taller de creación literaria, paseos por la ciudad…
Hace falta hablar, dialogar, cooperar con los compañeros y compañeras, trabajar con los alumnos, bajar a primera línea, colaborar con los padres y madres. Hay que hacerse entender por todos los alumnos y las alumnas.
Mucha gente se jacta de ser friki, aunque a veces debajo de la forma no hay fondo.
Todo el mundo tiene un punto friki. Lo importante es que debajo haya contenido, dedicación.
¿Pepe Gálvez es un friki de la poesía?
Escribir para mí es revisar continuamente mi vida. No soporto los modismos pero voy a usar uno. Ahora se estila la palabra reinventarse. Escribir es, en cierta forma, reinventarse a uno mismo. Un poema es una revisión continua, una batalla contra el yo en busca de territorios interiores por explorar. Cuando tú consigues reunir un grupo de poemas y luego cuentas con un respaldo editorial como el que tengo con Rosa, Esperanza y Begoña, que luchan contra viento y marea para sacar poesía a la calle, eso te hace sentirte diferente. No sé si friki, pero diferente.
Dentro de los más de 80.000 libros al año que se publican al año, ¿qué lugar ocupa la poesía y un poeta como Pepe Gálvez?
Gianni Rodari, en Gramática de la Fantasía, comenta la inutilidad de la poesía, pero como una inutilidad necesaria. Francisco Brines escribió: “Y yo sigo buscando entre los versos sin saber muy bien ni por qué ni para qué, uniendo palabras para quemar la noche y hacer un falso día hermoso”.
La poesía en una sociedad utilitarista como la de hoy no tiene demasiado espacio. Y si te hablo de Cuadernos de silencio, imagínate. De todas formas los críticos hablan de horizonte de expectativa, que es la distancia que hay que cubrir entre un autor y el lector. Yo lo único que aspiro es, si llega a manos de alguien este libro, que se contagie y que comparta la emoción. El libro se llama cuaderno por mi condición de docente y de silencios por lo que implica ponerse a escribir delante de un folio en blanco.
El silencio, como decía el rockero Silvio, también es música.
La música es ritmo, como la poesía. La música es fundamental en el poema, pero los silencios también.
Yo digo que mis referentes son mi abuelo José, que me enseñó a amar el flamenco en la Alameda; Manolo García, que para mí es un artista total, los Beatles y la banda de la Centuria Macarena y sus cornetas y tambores milenarios. Ahí es donde yo encuentro la pureza y el ritmo. Yo soy un defensor de la teoría del pellizco. Le explico a mis alumnos que el pellizco es ese repeluco que te entra cuando ves una escena de una buena película, escuchas una buena canción, ves un cuadro o una escultura… Es algo que no se sabe de dónde llega, pero que se siente. Por supuesto, también se siente si se lee un buen poema.
Francisco Huesa (@currohuesa)
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