Todas las sociedades necesitan de héroes que las inspiren, que las alienten y que sean el espejo de virtudes en el que mirarse para progresar, tanto a nivel individual como colectivo.

Esta necesidad se hace más patente en épocas de crisis como la que estamos viviendo hoy por hoy en una Europa que se creía el rey del mambo, pero que ya fue retratada hace 200 años por Napoleón[2].

En una época sin guerras entre potencias desarrolladas y encaminada al consumo de masas, el sedentarismo y los aperitivos altos en sal, encontrar a una figura heroica que aglutine detrás de sí a todo un pueblo, se hace poco menos que imposible. Sólo el deporte, ese sustituto de las aventuras bélicas propicio al marketing, la publicidad y la emulación parece un terreno propicio para ello.

Pero no siempre se crea una figura unívoca que arrastre a todo el público, con lo que se genera a veces un fenómeno de polarización social muy curioso y que responde al fenómeno de la identificación del personaje público con una serie de valores, ideologías, en definitiva, modos de vida. Un fenómeno que hoy no nos resulta extraño: he ahí la rivalidad creada a efectos de marketing, publicidad y evasión entre Messi y Cristiano Ronaldo.

Hace ya muchos años (pocos desde el punto de vista histórico), se produjo un fenómeno similar en Francia, nuestro país vecino, dividiendo al país y especialmente a la sociedad francesa en dos polos prácticamente irreconciliables.

Corrían los años 60 y el general De Gaulle, versión francesa y democrática del general Franco, apuraba los últimos años de poder. Francia vivía un periodo convulso, con una guerra colonial y casi civil en Argelia, que anunciaba un nuevo revés al orgullo patrio tras el recibido en Indochina[3].

La sociedad francesa, hastiada, volvió su mirada hacia el deporte, en concreto el ciclismo, ya que en el fútbol el todopoderoso Real Madrid de los “ye-yés” dominaba con mano firme el continente.

Dos figuras se iban a erigir en ídolos del país galo. Dos figuras antitéticas por todo aquello que representaban. Dos ciclistas que dividieron a todo un país: Jacques Anquetil y Raymond Poulidor.

Pocas veces podremos encontrar dos personas tan diferentes en carácter, valores e incluso apariencia física:

Anquetil, rubio, delgado, con ademanes elegantes de sportman de otras épocas, sistemático y preciso.

Poulidor, moreno, fornido, con apariencia de paisano, noble, cumplidor y todo sacrificio.

Anquetil, el seductor, que alternaba con la jet-set de la época, asiduo a fiestas y revistas de sociedad, icono de la Francia gaullista de posguerra.

Poulidor, el campechano y amable, prototipo del granjero y el obrero francés, del pueblo llano, dedicado a su trabajo, su casa y su familia.

Anquetil, el genial ganador, el triunfador exitoso.

Poulidor, el eterno segundo clasificado.[4]

Curiosamente, ambos rivales en la carretera se repartieron de algún modo a la población francesa: la burguesía acomodada y la gauche BoBo o izquierda caviar[5] apoyaban a Anquetil, mientras que los obreros y campesinos eran seguidores acérrimos de Poulidor, al que apodaban cariñosamente Pou-pou. Curiosamente, el único que logró unir a toda la afición francesa sería el corredor Eddy Merckx, apodado “el caníbal” (o “el cerdo belga”), al que se odiaba casi por imperativo legal.

Esta relación deportiva no estuvo exenta de polémica ya que se acusaba a los sucesivos equipos de Anquetil de adulterar la competición, pagando para que los otros corredores desgastasen a Poulidor, o realizando cualquier tipo de trampa, habida cuenta de que disponían de un enorme poderío económico, tanto de patrocinadores como de los círculos oficiales.

Lo cierto y verdad es que Anquetil resultaba bastante odioso al público en general, que lo identificaba con el poder establecido y con las clases pudientes y tenía simpatía por Poulidor, que era un tipo sacrificado y tenía mala suerte, a pesar de que Anquetil conseguía continuas victorias. Se llegó al extremo de idear campañas publicitarias para fomentar su popularidad entre los aficionados, como el disputar dos pruebas diferentes en el lapso de 24 horas y llegar a ganarlas. Los medios, viendo el filón, pretendieron crear una rivalidad personal más allá del deporte, habida cuenta de sus opuestos modos de vida y públicos objetivos, sin éxito.

Nuestros protagonistas se respetaron siempre y fuera de las carreteras llegaron a ser amigos. Se cuenta la anécdota de que una vez  retirados Poulidor fue a visitar a Anquetil, gravemente enfermo de cáncer, poco antes de morir. Éste, divertido a pesar de su situación, dijo a su viejo rival: “otra vez vas a quedar segundo”, ante el hecho de su pronto fallecimiento.

Este fenómeno traspasó las generaciones y hoy por hoy, siguen siendo recordados por todos los franceses, siendo Poulidor una figura muy popular.

En la España optimista de los 80 y 90 se dio un fenómeno similar entre Perico Delgado y Miguel Induráin, aunque no llegó al mismo nivel de rivalidad.

Hoy día sí que podemos vislumbrar algo parecido en las personas ya mencionadas de los delanteros de Madrid y Barcelona, que en plena crisis total de la sociedad española son usados por los medios de comunicación como munición de bombardeo para intentar que la población, machacada en todos los aspectos, se evada y no piense demasiado en sus problemas, identificándose con uno u otro. El fallo del sistema estriba en que hoy por hoy vivimos en una sociedad totalmente desideologizada, proclive a las “ideologías de salón” y abotargada por el consumo, pese a lo que pueda parecer, junto a un empacho de “deporte rey” que llega incluso ya a dar un poco de asco.

Cristiano y Messi, diferencias de carácter aparte, no representan dos modelos de vida radicalmente diferente, ya que son el prototipo del nuevo rico, pertenecen a clubes poderosos con contactos en política y otros círculos que les permiten, entre otras cosas, escapar al fisco. Con estos currículos, amén de su actividad de valla publicitaria parlante, son el espejo perfecto para los jóvenes desclasados y de nulo nivel cultural, productos de un sistema educativo nefasto (reformado para ser, presumiblemente, aún más nefasto).

Pero es el devenir de los tiempos, héroes vacíos para sociedades vacías, inmersas en un torbellino de anuncios de natillas, móviles con TV vía satélite y tostadora incorporada, videoconsolas y doce marcas diferentes de gomina, mientras que los valores de los viejos héroes sólo salen a relucir en contadas ocasiones, muchas veces con gran cinismo y por cuestiones de la mercadotecnia.

Ricardo Rodríguez (@ricardofacts)


[1] Anquetil (izquierda) y Poulidor (derecha, con gorra) pugnan en la subida al Puy de Dôme

[2] “Europa es una topera, yo quiero ir a Asia, donde viven mil millones de personas”

[3] Tras la derrota de Dien Bien Phu en 1954 frente al ejército vietnamita

[4] Poulidor nunca ganó el Tour de Francia, a pesar de tener un palmarés envidiable. En Francia “ser un Poulidor” llegó a significar ser el segundo o quedar siempre detrás de un mismo rival.

[5] Ricos franceses que decían ser de izquierdas, pero que vivían con todo el lujo posible.