El personaje de Cervantes encarna como nadie los ideales del ser humano tanto que, tras las mil nutridas páginas de la obra, traspasa el papel para convertirse en alguien ‘casi de carne y hueso’
Cuando Cervantes daba vida a Don Quijote no sé si llegó a pensar si su personaje iba a ser recordado como algo universal. Traigo ahora esta idea a colación por aquello de la celebración del Día del Libro, esa efemérides que se conmemora cada 23 de abril. Lo cierto es que mucho se ha escrito de este hidalgo manchego que se dedicaba a leer un día y otro también páginas de libros de caballería, hasta que decidió formar parte de ese mundo. Tengo que reconocer que siento debilidad por él porque cualquiera que pase de puntillas por la obra cervantina lo tomará simplemente por un ‘viejo loco’, como me dicen más de una vez mis alumnos. “Se le fue la olla, seño (o maestra o profesora, que de todo dicen)”. Es entonces cuando procuro descubrirles la grandeza de ese personaje que para mí siempre ha traspasado la cubierta de cualquier libro que recoja sus aventuras, ya sea para niños, para adolescentes o con ilustraciones de Gustav Doré.
La magia de Quijote va más allá de vestirse de caballero y tomar una lanza. Supone armarse de valor para coger el toro por los cuernos y luchar verdaderamente por lo que uno cree. Pese a todo lo que pueda opinar cada uno de lo que haga, esté bien visto o no según los ojos del que mire. Poco le importó el qué dirán, las críticas, las burlas, los enfados de quienes pese a todo lo querían bien y velaban porque volviera con todo en su sitio. El hidalgo de La Mancha sólo buscaba ser feliz aunque por montura llevara a un rocín al que todo se le volvían pulgas. Su triste figura encarna la valentía por excelencia, pero también el honor, la honradez y el idealismo.
No le costó poco defender sus ideales (que conste que es ironía). Sueños a la intemperie, enfados con los suyos que sólo consiguieron que volviese a casa con artimañas y engaños dentro de ese mundo de fantasía e ilusión que vivía, la incomprensión y hasta el desprecio. Pero supo sobreponerse a todo y contagiar ese entusiasmo vital por luchar por lo justo a quien lo acompañaba, y de qué manera, hasta que luego se cambian las tornas y el labriego que sólo pensaba en molinos ya era el que veía gigantes y animaba a su señor en el lecho de muerte a tomar de nuevo la lanza, la montura y seguir luchando. Buena metáfora de la vida, Sancho, lástima que no tuviera remedio.
El personaje cervantino, como ven, puede ser una persona cualquiera. Alguien que pese a todo lo que le ocurre en la vida aún conserva la esperanza de un mundo mejor en el que se puede tener un sitio en lugar digno y por el que merece la pena seguir adelante. No es de extrañar que el caballero manchego se convirtiese en el objeto de atención de pensadores Ortega y Gasset, por ejemplo, con sus Meditaciones sobre El Quijote o del propio Unamuno, con La vida de Don Quijote y Sancho. Para Don Miguel, Quijote es el “hombre de fe” por excelencia que está despojado del miedo que paraliza al resto. Con miedo no se va a ninguna parte, ni siquiera a la vuelta de la esquina. Muchos me dirán que el contexto del que hablan estos dos pensadores, principios del siglo XX, poco tiene que ver con lo actual, un siglo más tarde. No creo que sea así, sino que hay valores universales que siguen estando vigentes, igual que sigue habiendo vendas en los ojos, temores que nos paralizan e impiden llevar a cabo empresas o los verdaderos deseos que se esconden detrás de esos sueños que sólo persiguen los ‘auténticos Quijotes’.
Luchar por lo que realmente se quiere no es fácil, nadie ha dicho que lo sea. Seguramente salgamos con heridas que tardan mucho en cicatrizar o con el alma hecha jirones. El hidalgo también salió mal parado (y tanto). Hasta que se cansó y no pudo más. Es lo que suele pasar cuando se llama tantas veces a una puerta y ésta no se abre, entiéndame la metáfora, o cuando se espera tanto de algo o de alguien que luego sólo queda la decepción. Ése es el grado de humanidad que tiene este personaje, un luchador que también se cansa cuando se da cuenta de que no logra lo que ansía. La vida misma encarnada en un antihéroe tierno, caballeroso, justo e idealista. ¿Comparten ahora conmigo esa idea de personaje universal?
Noemí González
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