Tengo una amiga a la que veo cada año bisiesto, aproximadamente. Desde que nos conocimos tenemos la coña marinera de ir al cine a ver la película más nefanda, infecta, dolorosa para el alma y creadora de quistes cerebrales que pueda elegir. Una vez me metió en una de Kiefer Sutherland donde Kiefer Sutherland se ha olvidado de que en realidad es Jack Bauer interpretando a Kiefer Sutherland. Se titulaba «Espejos» o «Reflejos» o algo por el estilo. El caso es que Kiefer debía resolver el misterio de por qué había gente a la que se la tragaba la susodicha superficie pulida colgada sobre el lavabo del baño. O quizá emergieran criaturas del averno de aquellos espejos con la noble intención de sacarle las tripas a los extras. La verdad es que no lo recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es que, a cambio de aquel montón de guano de murciélago albino, la próxima vez yo decidía la peli, lo que significaba que el listón de calidad y virtuosismo fílmico iba a estar incomparablemente más alto, que mi amiga iba a poco menos que convertirse en boquiabierta estatua de sal, ojiplática, shockeada ante el divino descubrimiento cinematográfico que le estaba regalando.
Creo que nos metí en una de los Coen. Debió ser de los Coen, recuerdo ir sobre seguro. Recuerdo que no me cabía la triunfal y muy satisfecha sonrisa en el cuerpo durante la proyección. Al encenderse las luces me quedé muy quieto, como quien no quiere la cosa, como quien ignora que ha ganado, lo ha petado, ha bailado sobre la cuerda tendida entre las Torres Petronas y ha salido vivo, victorioso y en la tele.
-¿Qué tal?
-Meh.
Y eso fue todo.
La última vez que nos vimos nos condenó a hora y pico de la última de Luc Bresson, «Lucy».
Salía el doblador de Morgan Freeman y el cuerpo de Morgan Freeman y Morgan Freeman interpretaba a un científico que da charlas, por lo que al principio no podíamos dejar de hacer vocecitas, como si de un momento a otro fuese a ponerse a soltar un rollo sobre la Vía Láctea o los quásares, que es a lo que se dedica la voz de Morgan Freeman acompañada del pecoso cuerpo de Morgan Freeman en los documentales del Discovery Channel. Luego entraba en escena Scarlett Johansson, en un momento de lo más impactante para el espectador promedio de Españoles Por El Mundo: está expatriada en Taiwan, no tiene pasta y toda su esperanza de supervivencia fiscal pasa por un novio tan genuinamente gilipollas que podría protagonizar él solo toda una temporada de El Diario de Patricia. Por alguna otra razón (los empellones argumentales de las pelis siempre se me escapan en cuanto pasan dos meses), Scarlett acaba como conejillo de indias de una triada que se dedica al tráfico de una pastilla capaz de ampliar cosa mala la capacidad intelectual de la gente. Ayer mismo me llegaron tres correos a la bandeja de entrada con esa misma promesa. Si uno corre el vírico riesgo de hacer clic, termina en una página de los dos mil con una foto de lo que queda de la cara de Stephen Hawking y un artículo muy largo, muy lleno de negritas, donde afirma que el científico motorizado no quiere que se descubra la existencia de un fármaco semejante.
Pues en la peli la pasti es real, lo que demuestra que para hacer ciencia-ficción no hace falta meter láser ni rascacielos gigantes ni adolescentes de sexualidad reprimida con cortes de pelo a Lo Malasaña. Basta con hacer realidad el spam del Gmail.
Total, que convierten a Scarlett en mulera, se rompe el paquetito, Scarlett pilla una sobredosis de las Pastillas Para Ser Mejor Que Stephen Hawking y, a partir de ahí, inicia un proceso evolutivo imparable que desemboca en ella transformándose en la voz esa que responde preguntas a la gente que se compró un iPhone.
Entre tanto aparecen escenas de Morgan Freeman subido a un atril hablando de monos.
Cuando parecía que no había vuelta atrás en la punzada abdominal de aquel despropósito, Luc Besson agarra un pastel en forma de canción para los créditos, me lo estampa contra la cara y dice: ¿Qué? ¿Esto tampoco te gusta?
Se trataba de Sister Rust, el tema que Damon Albarn compuso ex profeso para Lucy. Y, de algún modo, tres minutos y veintisiete segundos de música envolvieron hora y media de suplicio visual. No como una recompensa, no como una guinda en un pastel de nata dejado sobre una repisa al sol en agosto. Sister Rust tuvo el efecto sobre Lucy que tienen las palabras adecuadas, los silencios intercalados en el momento preciso, la sinceridad más cándida, limpia de pretensiones.
No es que a día de hoy Lucy me parezca mejor película. Lo que ocurre es que Sister Rust es una maravilla, instrumental, narrativa, lírica, capaz de incrustarse en mitad de cualquier experiencia, por anodina o ridícula que sea. Esto no es suficiente para la mayoría de la gente, no digamos ya esa raza forestal, extrañamente protegida, que es La Crítica. Pero me reconozco en ese fenómeno, en el detalle capaz de redimir toda una cadena de despropósitos, errores, cagadas y estupideces en general. A los desposeídos de un talento constante y permanente, ya sea facial, intelectual o músculo-deportivo, es el clavo ardiendo que nos queda. ¿Y acaso no es el rescate urgente de nuestras soledades y defectos privados aquello por lo que uno sigue volviendo a la literatura o el cine o los acordes dos por cuatro, más allá, muchísimo más allá, de forma, técnica o zarandajas críticas varias? Como en prácticamente todo, el valor general casi nunca se corresponde con el valor personal (eso no te conviene, eso es una mierda, eso no alcanza cotas de calité porque Bla y Ble). Como en prácticamente todo, las ecuaciones personales, internas y exclusivamente privadas, ecuaciones de resultados imprevistos, rara vez comparten fiesta con las ecuaciones y soluciones y sentencias (sobre uno, sobre esa peli, sobre esta o aquella decisión) arrojadas por los demás.
Y todo este muermo viene a colación de que quería presentarles CUATRO momentos musicales espléndidos y fluorescentes en películas y series que van de la Obra Maestra Admitida Por El Homo Sapiencial a ¿En Serio Me Estás Defendiendo Ese Zurullo?
Lucy: Damon Albarn – Sister Rust
Bueno, ya he aclarado de sobra por qué. Tampoco es plan de regresar a la insondable chapa.
Deadpool: Juice Newton – Angel of the Morning
La cantante se llama Jugo y Deadpool es la peli adecuada para ver en el peor momento vital posible, siempre que contenga ciertas dosis de frustración y odio y tristeza, no a partes iguales, más de lo primero que de lo último. Al igual que el resto del metraje, los créditos son un canto a la autoparodia, canto que, como la Guinness o las clases de inglés, deben durar lo justo, lo justito, antes de volverse cargante a más no poder. Y si algo hay que agradecerle a Deadpool es lograr contenerse lo suficiente en su broma como para no acabar en el círculo del infierno donde vagan sin rumbo los cuñados y los conocidos de amigos que nadie sabe por qué invitaron a la fiesta y se mimetizan con la tela del sofá.
Mommy: Lana del Rey – Born To Die
Pues porque es un finalazo increiblemente montado y Lana del Rey tiene una boca de pato muy bonita acorde a esa voz agotada-pero-siempre-regresando-a-la-cúspide.
Los Soprano: The Kinks – I´m Not Like Everybody Else
Todo. Es decir, ¿puede concentrar una escena de final de episodio más matices, detalles, reflexiones, retratos de la psique de un personaje y su entorno que este? Ojo, con ello no me refiero a esa descripción aséptica de Cómo Construir Un Personaje Sólido. Estoy hablando de seis minutos donde asistir a un desfile de reacciones y zonas de sombra que más de uno sabrá reconocer en la mezquina, resentida, puerilmente divertida decisión de Tony Soprano de sacar de sus casillas a toda costa a su hermana, otra matona de mucho cuidado incapaz de contener su verborrea sobre lo muy en paz con el universo que se encuentra últimamente.
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