A veces se nos olvida que los acontecimientos históricos están protagonizados por personas, ya sean individuos geniales o masas estúpidas compuestas por miles de esos individuos.
Así pues, cada episodio es como uno de esos dados poliédricos que los aficionados a los juegos de rol lanzan en sus interminables partidas de sábado noche.
A lo largo de este artículo iremos viendo algunas de esas caras del dado y cómo vivieron (más o menos), las sorprendentemente incruentas horas de la Revolución de Octubre.
LA GENTE DEL SMOLNY
El Instituto Smolny es un hervidero de gente que va y viene. En la puerta se forman tremendas colas porque los guardias de la puerta no dejan pasar al que no tenga un pase. No quieren que entren espías del Gobierno. Examinan la documentación concienzudamente aunque muchos de ellos son analfabetos. Si no encuentran los sellos o firmas pertinentes, te sacan de la fila o, en casos graves, son capaces de detenerte para un “interrogatorio”.
Dentro la actividad es frenética en las distintas dependencias de este antiguo colegio de señoritas de la “buena sociedad” petersburguesa. De esas señoritas no queda rastro, pues sus antiguas clases y laboratorios están ocupados por una caterva bolchevique que prepara una Revolución.
Soldados que han arrancado las insignias de sus uniformes y aguerridos obreros se desparraman por los pasillos y duermen en cualquier parte, esperando la orden que les ha de llegar en breve. Hay también muchas mujeres que les atienden y que llevan informes de un lado a otro.
Los jefes deliberan en los despachos de arriba. Todo está listo, sólo es cuestión de esperar una señal.
LOS ARTILLEROS DEL “AURORA”
Apoyados perezosamente sobre el cañón, un grupo de artilleros del crucero “Aurora” bromean y cuentan chistes verdes mientras contemplan a lo lejos las luces de Petrogrado. El oficial a su mando está de buen humor. Al igual que sus hombres, ha quitado las insignias de su uniforme. Lleva un brazalete rojo y fuma un cigarro tras otro mientras mira su reloj de bolsillo. Posiblemente su buen humor no sean más que nervios. Apaga el último cigarrillo. Se dirige brevemente a sus compañeros. Estos cargan el cañón con una salva, sin proyectil. Sólo se trata de hacer ruido.
Los marinos disparan el cañón y el estampido suena multiplicado por el silencio de la noche. Miran hacia la ciudad y esperan. La señal de comienzo ha sido enviada.
OBREROS EN LAS FÁBRICAS
En una lúgubre fábrica del cinturón industrial de Petrogrado un grupo de obreros se reúne. Es una reunión clandestina. No deberían estar allí. Es de madrugada. Son una masa de abrigos grises y pardos con gorra que les alejan del frio de las grandes naves de la factoría. En las otras fábricas de la ciudad también se agolpan algunos centenares de sus compañeros. Algunos llevan fusiles y pistolas, otros las herramientas de su oficio: martillos, llaves inglesas…
Se interrumpen los discursos improvisados de los jefes de los comités y los enviados políticos. Las puertas se abren. Desde la periferia cientos de pares de botas avanzan sobre el centro de la ciudad.
LOS DEFENSORES DEL PALACIO DE INVIERNO
Detrás de la muralla de sacos terreros que bloquea los accesos a la sede del Gobierno pasean otros soldados. Estos si llevan sus insignias. Están alerta. Los fusiles van colgados del hombro. Miran de reojo a sus compañeras del Batallón de Mujeres que les acompañan en la defensa. El estampido de un cañón suena. Parece que finalmente habrá jaleo. Esperan tensos durante minutos que parecen horas. Algo se escucha por las avenidas. Algunos se asoman por encima de los sacos. Las primeras balas silban. Ya vienen.
ESTACIONES Y CORREOS
Patrullas de la Guardia Roja se dirigen a las estaciones de tren y las centrales de correos y eléctricas. Por único uniforme llevan sus brazaletes rojos, aunque van armados hasta arriba. Sólo unos pocos son bolcheviques, pero ahora eso no viene al caso. Por la calle avanzan algunos soldados partidarios del Gobierno. Vienen a apoderarse del edificio.
Los insurrectos toman posiciones y los soldados del Gobierno, al verlos, se retiran en orden para evitar que la gente los linche o agreda. Vuelven hacia el Palacio de Invierno sin saber que Kerenski ya no se encuentra en él.
EL PLENO DEL AYUNTAMIENTO
Ante los acontecimientos, el pleno de concejales de Petrogrado se reúne. Han recibido mensajes desde el Palacio de Invierno. Está rodeado por soldados y marinos rebeldes y Guardias Rojos. Los soldados que lo defienden están desmoralizados y en inferioridad.
La votación es tensa: se propone que los concejales y el alcalde se dirijan en manifestación hasta el Palacio de Invierno y lo defiendan del asedio con sus propios cuerpos desarmados. Un noble gesto. Los concejales bolcheviques votan en contra.
Ya en la calle, los concejales avanzan cantando La Marsellesa, el himno de la libertad. Son detenidos por un contingente de marinos rebeldes. Han llegado a cientos desde la cercana base de Kronstadt. Los ediles municipales se disuelven. Ni siquiera se han acercado al Palacio.
LAS TELEGRAFISTAS DEL PALACIO
Atrapadas en medio de la Revolución, las telegrafistas se mantienen firmes en sus puestos, entre otras cosas porque no pueden hacer otra cosa. Nadie sale ni entra del Palacio de Invierno.
Este grupo de chicas bien se afanan en servir a los ministros del Gobierno Provisional y a los defensores del Palacio lo mejor que pueden. Los rebeldes deben haber ocupado las centrales eléctricas y telefónicas. No es posible comunicarse con el exterior y tampoco hay luz. No queda más remedio que actuar como improvisadas enfermeras. Algunas fantasean con la posibilidad de encandilar a alguno de los jóvenes oficiales que se enfrentan a los rebeldes.
Al cruzar por un pasillo, un grupo de ellas ve varias sombras que se deslizan por los corredores. Se quedan paralizadas. Algunos son marinos y otros obreros con brazaletes de varios colores. Son los rebeldes. El miedo a la violación y al asesinato (y no necesariamente en este orden) se apodera de las muchachas. Todo ha terminado. Varios meses después algunas conservan sus puestos de trabajo.
LOS MINISTROS DEL GOBIERNO
Recluidos en el Palacio, el consejo de ministros ofrece un aspecto lamentable. Es un pulpo que se ha quedado sin brazos. Nadie les obedece. No tienen luz, ni teléfono. Sólo unos soldados, de dudosa fidelidad, se han quedado a defenderles. Ni siquiera su líder, Kerenski, está presente. Se ha largado. Unos dicen que al frente en busca de tropas, otros que ha aprovechado para fugarse de Rusia.
Fuera se oye alboroto. Parece que algunos rebeldes se animan a entrar a los patios del Palacio de Invierno. Sus defensores los desarman. Sin nada más que hacer, esperan.
EL CONSEJO MILITAR REVOLUCIONARIO
El Soviet creó este organismo tras el Golpe de Kornílov. Su cometido es reforzar la seguridad, controlando a las organizaciones y unidades militares mediante los famosos “comisarios”.
Su presidente es Lazimir, un joven miembro del partido Social Revolucionario. En una hábil jugada, Trotski, el avispado presidente bolchevique del Soviet, lo ha colocado como hombre de paja. En realidad el Consejo está puenteado por los bolcheviques, que hacen y deshacen a su antojo. Trotski, por tanto, controla una gran masa de gente armada y se enfrenta al Gobierno.
Poco a poco el Consejo Militar va acaparando el mando de la guarnición, arrinconando a los militares profesionales al servicio del Gobierno. Las primeras armas llegan a los obreros.
Cuando Kerenski se quiere dar cuenta, la Revolución le estalla en plena cara. Trotski le ha robado la casi totalidad de las fuerzas armadas sin disparar un tiro.
LOS ASALTANTES
Después de dos días rodeando la sede del Gobierno, esta madrugada es la definitiva. Han fracasado las mediaciones, aunque algunos defensores han entregado las armas y se han marchado a casa.
Cerca de las dos de la mañana, en una fría noche de octubre, las defensas del Palacio ceden. Los rebeldes se desparraman por su interior. Las muchachas del Batallón de la Muerte son de las últimas en entregarse: temen ser violadas.
El bolchevique Antonov-Ovseyenko dirige un selecto grupo de asaltantes. Deben capturar al Gobierno en pleno. Órdenes de Trotski, que sabe lo que se hace.
Corren por los pasillos y cruzan habitaciones. No dan con ellos. El Palacio es inmenso.
Al fin los encuentran. Son una panda deprimente. Se rinden. Los jóvenes soldados y oficiales que los protegen tienen orden de no luchar. Están presos de los bolcheviques, ¡viva la Revolución!
UN PASEO A LA FORTALEZA
El gentío es inabarcable en la calle. Su griterío es tal que resulta difícil entenderlos, aunque las intenciones son claras por sus gestos amenazadores. Los ministros son conducidos a la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, escoltados por los mismos marinos y obreros que los capturaron horas antes. Resulta curioso saber que su vida depende ahora de esos muchachos que llegados de Kronstadt y Helsingfors[1] acaban de ayudar a derrocar al Gobierno.
Pasan andando cabizbajos por las puertas de la imponente fortaleza. Casi ninguno de ellos logrará sobrevivir a los acontecimientos por venir.
¿DÓNDE ESTÁN LOS LÍDERES?
Es una buena pregunta entre tanta confusión, tanta masa y tanto marinero en tierra (que diría Alberti, conspicuo comunista).
Lenin está escondido en Finlandia, a buen recaudo desde los sucesos de Julio. Aparece por Petrogrado cuando todo está ya preparado. El plan no es el que él quiere, una toma del poder violenta por parte de los bolcheviques. Aun así, se presenta para dirigir el cotarro. Se dirige al Smolny disfrazado de obrero, acompañado de dos gorilas del Partido. Logra eludir a los soldados del Gobierno y entra en el Instituto para dirigir la fase final de “su” revolución.
Por su parte Kerenski está como loco. Al darse cuenta de las maniobras (hábiles por cierto) de Trotski y del Consejo Militar Revolucionario, manipulado por éste, se dedica a ir de aquí a allí, buscando ayuda allá donde pueda encontrarla. Abandona a su Gobierno, asediado en el Palacio de Invierno y se dirige al frente. Los generales se niegan a darle tropas para marchar sobre Petrogrado. Prefieren que los soldados se dediquen a matar a los alemanes de enfrente. Finalmente Konovalov, un monárquico, marcha sobre la ciudad con algunos centenares de cosacos. Demasiado tarde. Kerenski, el gran manipulador de Febrero y Julio debe huir por la puerta trasera hacia un exilio en EE. UU.
Trotski ha logrado imponer su criterio a Lenin: emplear una táctica lenta pero segura, usando la fuerza armada de otros partidos y manipulando al Consejo Militar Revolucionario. Controlando al inexperto Lazimir y desde su presidencia del Soviet, ha orquestado una toma del poder en dos fases. La captura del Gobierno ha sido solo la primera. La siguiente está por llegar.
EPÍLOGO: AQUÍ NO SE VOTA
El Gobierno instaurado por los bolcheviques (Sovnarkom) se iba a encontrar con algunas dificultades a la hora de impulsar “su” Revolución (recordemos que el Gobierno derrocado también era revolucionario). El principal escollo fueron los resultados de las elecciones a la Asamblea Constituyente, llevadas a cabo en 1918. En ellas los Social Revolucionarios y el sector moderado del Partido Social Demócrata obtuvieron resultados mayoritarios.
Alarmado, el Gobierno, con Lenin a la cabeza, encargó al lúgubre Félix Dzerzhinski[2]un plan para eliminar solapadamente a los políticos problemáticos.
Finalmente, la opción más drástica y tajante se impuso: los bolcheviques se negaron a reconocer a los diputados de la Asamblea, cuando habían exigido al anterior Gobierno su convocatoria. Apoyados por el entusiasmo revolucionario de los marinos de la flota y de unidades militares adictas al Partido, acabaron por disolver la Asamblea a punta de bayoneta. La democracia no era más que una vía muerta. Lenin, que había pasado escondido gran parte del proceso revolucionario,estaba ahora a los mandos. Así comenzó la construcción de la Unión Soviética.
Ricardo Rodríguez
[1] Nombre ruso de Helsinki. En la época, Finlandia formaba parte del Imperio Ruso
[2] Aristócrata ruso-polaco, fue el fundador de la ChK o Cheka, una policía secreta anterior al KGB. Murió en 1926 y es hoy día una figura polémica en Rusia y Polonia.
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