Hace ya 40 años un tanque T-55 de fabricación soviética derribaba las puertas del Palacio de la Independencia de Saigón. La foto constituye el símbolo del inicio de una nueva época en Vietnam y de paso, del mayor fracaso de la política de EE UU hasta la fecha.
Para aquel entonces, lo que había comenzado como el típico apoyo a un país “amigo”, terminó por convertirse en un sumidero de dinero, vidas y carreras políticas que aún hoy constituye el mayor drama y/o trauma colectivo del país de las barras y estrellas.
ALIANZAS EN LA GUERRA FRÍA
El principio de la historia hay que buscarlo en la posguerra de la II Guerra Mundial y en el virtual reparto del mundo que hicieron las dos superpotencias de la época: la URSS y EE UU.
Tras varios encontronazos entre los vencedores de la guerra (la Guerra Civil griega, el Tratado del Danubio, el bloqueo de Berlín…) iban a surgir dos alianzas multinacionales, sobre el papel de carácter “defensivo” (contra los integrantes de la otra) lideradas por cada una de las superpotencias.
EE UU articuló en 1949 la OTAN/NATO (Organización del Tratado del Atlántico Norte), plasmación práctica de la Doctrina Truman de contención del comunismo. Ésta englobaba a los principales países de Europa Occidental, salvo España.
Por su parte, la URSS creó su propia alianza en 1955, el Pacto de Varsovia, integrada por las “democracias populares” de Europa Oriental (salvo Yugoslavia).
A partir de entonces, ambas alianzas iban a pugnar por la hegemonía mundial de un modo peculiar, pues se rehuía el enfrentamiento directo entre ambas, usando para ello a terceros países en cuyos gobiernos influían o intentaban derrocar. Este tipo de relaciones diplomáticas y bélicas serían calificadas por el periodista Walter Lippman como “Guerra Fría”, término que hizo fortuna y que iba a calificar al periodo entre el fin de la II Guerra Mundial y la caída de la URSS.
Para esta lucha indirecta, EE UU iba a patrocinar una serie de alianzas internacionales copiadas de la OTAN, entre EE UU y una serie de países geoestratégicamente muy importantes.
Así surgieron la CENTO, que englobaba a Irán, Irak, Pakistán, Reino Unido y Turquía, que aseguraba la hegemonía del bloque capitalista en Asia Occidental y Central, y la SEATO/OTASE (Organización del Tratado del Sudeste Asiático), que contaba con Australia, Nueva Zelanda, Francia, Gran Bretaña, Pakistán, Filipinas y Tailandia, aparte de EE. UU. Como observadores se inscribieron Camboya, Laos y Vietnam del Sur.
EL LIO DE INDOCHINA
Para comprender con total claridad el verdadero alcance de la caída de Siagón en manos comunistas y la repercusión de dicho acontecimiento, hemos de retrotraernos a 1945.
El fin de la II Guerra Mundial no iba a suponer el final de las hostilidades en el mundo, muy al contrario, iba a abrir la puerta a la mayor concentración de guerras de toda la historia de la Humanidad.
En esta nueva etapa, el sudeste asiático iba a ser un centro de primera magnitud: en la antigua colonia francesa de Indochina, un movimiento comunista iba a surgir, exigiendo la independencia del territorio de Francia y el establecimiento de un gobierno comunista. Dicho movimiento, el Viet Minh, estaba dirigido por Ho Chi Minh (alias de Nguyen Sinh Cong ), hábilmente secundado por un militar bastante hábil, Vo Nugyen Giap, cuyo nombre iba pronto a hacerse famoso y a convertirse en un dolor de cabeza constante para los franceses y luego para los norteamericanos.
Así las cosas, en 1946 comenzaba la Guerra de Indochina, entre los seguidores del Viet Minh y Francia, que, tras una larga guerra de siete años, tuvo que firmar en Ginebra (1954) un tratado de paz que establecía la independencia de Indochina, dividida en varios estados, Camboya, Laos y Vietnam; este último dividido a su vez en dos: un Estado comunista al norte del paralelo 170 y otro al sur de dicho paralelo, con un gobierno capitalista.
La solución no era nueva. Simplemente se copiaba el sistema seguido tras la Guerra de Corea (1950-53), que garantizaba a cada superpotencia de la Guerra Fría un área de influencia propia, en espera de una ulterior violación de los tratados para unificar el territorio.
EE UU, impulsora de los Tratados de Ginebra, jugó un papel ambiguo, pues si bien repugnaba del comunismo, tampoco tenía buenas relaciones políticas con Francia, cuya expulsión del territorio tras la dura derrota de Dien Bien Phu se vio con buenos ojos, ya que le iba a permitir sustituir a la vieja potencia colonial como apoyo del nuevo gobierno de Vietnam del Sur. Este estaba dirigido por el anticomunista Ngo Din Diem, que llegó al poder por un golpe de Estado con la connivencia de la CIA.
LA GUERRA DE VIETNAM (1960-75)
Desde 1959, una guerrilla comunista surgida en Vietnam del Sur, el Vietcong, realizaba acciones armadas, apoyadas por el gobierno de Vietnam del Norte, que pretendía unificar los dos Estados.
EE.UU. ni se lo pensó a la hora de apoyar al gobierno survietnamita, haciendo buena la “Doctrina Truman” y su “teoría del dominó”. Juzgando inapropiado a Ngo Dim Diem, se instauró en el poder en 1963, golpe de Estado mediante, a un ambicioso y capaz político, Nguyen Van Thieu, que se iba a convertir en el hombre fuerte de Vietnam del Sur hasta el fin de la guerra.
Así las cosas, EE UU no tardó en suministrar pertrechos, armas y asesores al gobierno survietnamita, que, desbordado, iba perdiendo terreno frente a las ofensivas del Vietcong y del ejército regular del Norte, presionando en dirección a Saigón.
Para empeorar la situación, una serie de militares protagonizaron un golpe de Estado en Vietnam del Sur, exigiendo más “mano dura” contra la población civil que apoyaba a los comunistas del Norte, y exasperando de paso a los asesores y al ejército norteamericano, que cada vez en mayor número iba haciendo acto de presencia en Indochina.
La solución fue mantener en el poder a Nguyen Van Thieu (en tanto que ostentaba el cargo de general), aunque una Junta Militar, presidida por el coronel Nguyen Cao Ky, jefe del sector más duro, iba a detentar amplias cotas de poder, reafirmado con el cargo de Primer Ministro que Cao Ky ocupaba.
A partir de entonces, la guerra entró en un intercambio de golpes por parte de ambos contendientes, toda vez que EE UU movilizó a la SEATO, enviando sus miembros tropas a Vietnam y llevando los estadounidenses el peso de las operaciones, ya que no se fiaban mucho del ejército de Vietnam del Sur, cuyo régimen, corrompido, era más un lastre que un apoyo en la lucha.
Por su parte, los comunistas, siguiendo la “modalidad china”[1] de hacer la guerra, impulsada por su estratega, el general Vo Nguyen Giap, avanzaban hacia el sur, a pesar del lastre de numerosas bajas y de represalias contra la población civil. Con un fusil de la Segunda Guerra Mundial y un saco de arroz a cuestas, los guerrilleros comunistas del Triángulo de la Muerte mantenían en jaque a un ejército moderno y allanaban el camino a los regulares norvietnamitas.
Éstos, abasteciéndose irregularmente a través de la Ruta Ho Chi Minh (que recorría la vecina Camboya), se las arreglaron para montar grandes ofensivas, como la del Tet en 1968[2] y convertir la guerra en un sumidero de vidas y sobre todo, de dinero para EE UU.
Sucesos posteriores como la Batalla de la Colina de la Hamburguesa (llamada así por el estado de los cadáveres que se recuperaron) no hicieron sino ahondar el rechazo a la guerra por parte de amplias capas de la población civil de EE UU, que sufrían la muerte de sus hijos o su regreso convertidos en lisiados físicos o mentales.
Cabe aquí hacer un receso en el relato bélico para hacer notar que los presidentes del Partido Demócrata, en este caso Kennedy y su sucesor, Lyndon B. Johnson se mostraron como belicistas convencidos, aumentando el presupuesto militar y las levas para la guerra, contrariamente a lo que tradicionalmente el público general suele pensar de los demócratas.
Con este panorama, el general Westmoreland, jefe del contingente de la SEATO en Vietnam del Sur, hizo buena su táctica preferida: pedir más tropas y material, lo que no hizo sino exasperar a la opinión pública americana y mundial, pues a las atrocidades de la guerra se unieron los bombardeos con napalm y la contaminación con el “agente naranja”
Sin embargo, la situación iba a cambiar desde la llegada de los republicanos al poder, dirigidos por Richard Nixon (desde mi punto de vista, un mandatario tan menospreciado como Kennedy sobrevalorado).
Elegido de forma casi contemporánea a los desastres del Tet y la Colina de la Hamburguesa, Nixon, cuáquero practicante, se decidió a modificar el papel de EE UU en la guerra, apoyado por el miembro más útil de su gabinete, Henry Kissinger, su Secretario de Estado.
Sus líneas maestras, prefiguradas en el célebre discurso de la Mayoría Silenciosa (expresión que ha hecho fortuna en política), pasaban por retirar escalonadamente al ejército norteamericano, cosa que se hizo en el lapso de unos 4 años y proceder así a la “vietnamización del conflicto”, cosa que se logró en 1973 tras los acuerdos de París. El cambio de orientación fue patente al llevar a cabo contactos con la China de Deng Xiao Ping a partir de 1974, una vez Nixon había abandonado ya el poder.
EL TRATADO DE PARÍS Y EL FIN DE LA GUERRA
Así las cosas, Kissinger se reunió en París con el representante norvietnamita, Le Duc To (Ho Chi Minh había muerto en 1969), llegando al siguiente acuerdo en 1973, tras la reuniones previas de 1969: EE UU abandonaba Vietnam del Sur y se establecía la posibilidad de una reunificación pacífica, respetando la soberanía de Vietnam del Sur, aunque los soldados norvietnamitas permanecerían en los territorios del sur que ya controlaban. Esto garantizaría el fin de la Guerra de Vietnam, al menos en teoría.
Y en teoría se quedó: los norvietnamitas continuaron su ofensiva, tomando importantes ciudades del sur, como Quang Tri, antigua sede del mando americano.
El régimen de Vietnam del Sur, cada vez más corrupto y carente de apoyos, fue cediendo terreno, hasta el punto de que durante el mes de abril de 1975 sólo controlaba Saigón y sus alrededores.
No tardaron los políticos y dirigentes militares en abandonar el barco: Cao Ky y Van Thieu se exiliaron en EE UU, que había seguido apoyando al gobierno survietnamita con armas y dinero.
Tres días después de la dimisión de Van Thieu como Presidente de la República, su sucesor, Duong Van Minh hacía efectiva la rendición de Vietnam del Sur y las tropas norvietnamitas hacían su entrada en Saigón el 30 de abril de 1975.
SAIGÓN, LA CIUDAD OBJETIVO
Una de las Perlas del Pacífico en tiempos coloniales, Saigón se había convertido poco a poco con la guerra en un lugar de turismo sexual para soldados de permiso, nido de espías del Vietcong y sede de uno de los gobiernos más corruptos de la época.
Agazapada durante las 48 horas anteriores a la entrada de los soldados y guerrilleros comunistas, gran parte de la población más comprometida intentó huir vía embajada americana, mediante helicópteros, para evitar las represalias.
Dos fotografías se convirtieron en iconos de la ocupación: una, la del último helicóptero saliendo del tejado de la embajada americana, dejando atrás a una multitud desesperada.
La otra fotografía es la de la sucesión de carros de combate T-55 derribando las puertas del Palacio de la Independencia, que también ha quedado como símbolo del fin de una era y del fracaso de una superpotencia que sacudió las conciencias y que abrió la puerta a una nueva época.
Casi inmediatamente Saigón fue rebautizada como Ciudad Ho Chi Minh, nombre que hacía honor al gran líder muerto en 1969 y encarnaba la voluntad de reunificación. Para EE UU significaba una derrota dolorosa, que iba a tener su contrapunto en la ocupación soviética de Afganistán pocos años más tarde.
Ricardo Rodríguez
[1] Ocupar el campo con guerrillas y así estrangular a las ciudades, carentes de suministros. Fue una táctica empleada por Mao Tse Tung en la Guerra Civil China contra el Kuomintang.
[2] Aunque fue una victoria para las armas norteamericanas, su opinión pública lo percibió como una derrota moral e inclinó la balanza a favor del no a la guerra
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