Este artículo debería ir sobre Luis Gordillo.
Les voy a contar por qué no va sobre Luis Gordillo. Mi compañera y yo fuimos a ver la exposición de Luis Gordillo muy contentos. Bueno, yo iba moderadamente contento y ella entusiasmada pero sin saber quién es Luis Gordillo. Normal. Pregunten ustedes por Sevilla, tacatá, arsa y olé. Pero de Luis Gordillo, niet. En El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo saben mucho de Gordillo entre otras cosas porque si no tuvieran cuadros de Luis Gordillo le tendrían que quitar todas las siglas, porque ni es Centro (está en una esquina de la ciudad donde poco más y lo hacen en Santiponce), ni sería muy Andaluz y mucho menos de Arte Contemporáneo. Así que el CAAC, para acortar, tiene mucho de Luis Gordillo.
Y panelitos. Muy monos. De esos que lo ve algún diseñador gráfico y se ahorca con su propia barba larga. De cómo no llegué a ver a Luis Gordillo puede ilustrarles el hecho de que seguí un itinerario recomendado que acababa frente a un panelito mono que decía
ESTÁ USTED AQUÍ
y oigan, a mí eso siempre me ha parecido muy metafísico. Piénsenlo. A veces te sientes perdido, no encuentras tu camino. Miras al horizonte con una taza de una magdalena postmoderna hecha en su interior (muy ricas las de Dr. Oekter) pensando “¿dónde estoy?” y un panelito te dice “está usted aquí”.
También resulta algo cuántico. “Está usted aquí”. Ok. De acuerdo. Pero, ¿qué es “aquí”? ¿Cómo definirían los protagonistas de ‘Coherence’ el hecho de “estar aquí”? Ya puestos, ¿por qué yo estaba allí y no lo estaba Luis Gordillo? Ya que el panelito me indicaba el vacío, la nada, y sospeché por un momento que era aire. Y que Luis Gordillo jamás había existido, que aparecería de pronto de una dimensión desconocida donde desaparecieron camisetas de mi adolescencia, lágrimas en la lluvia y las luces de la organización de la exposición.
Como no pude ver a Luis Gordillo pensaba hablarles de una exposición muy interesante que había en el CAAC sobre jóvenes artistas andaluces. Muy buenos. Mejor que ver a Gordillo no por nada, sino porque Gordillo después de todo exponía 200 cuadros e iba a ser un hartón de ver cuadros en el rato que está abierto el CAAC. Los artistas andaluces eran menos y prometo que volveré a ver a Gordillo y les hablaré en serio de él y de su obra que lo merecen.
La idea de exponer a jóvenes valores en el CAAC me parece estupenda. Sobre todo si el CAAC no diera algo de grima. Yo lo siento mucho porque conozco gente que trabaja y ha trabajado allí y sé que, por lo general, le echan ganas. Muchas. Como me podría repetir, voy directamente a copiar y pegar una cosa que les dije en ésta, su revista amiga, hace algún tiempo: “El consumidor cultural del siglo XXI es un analfabeto evolucionado, en general. Acude en masa a ver exposiciones porque es donde hay que estar. Aunque luego no entienda nada y resulte molesto para quien sí quiere apreciar lo que está viendo. De ahí se derivan dos vectores. El primero es que el discurso expositivo es pobre, nada que ver con la museografía anglosajona en la que aprendes en cada visita. Aquí apenas se dedican recursos económicos a esta labor. El segundo es que lo que interesa a las administraciones es amortizar la inversión en forma de prestigio”.
A esto les añado que el CAAC recibe a niveles presupuestarios una cosa que va pinchada en un palo. Que sí, que se ha recortado en cultura, pero aun así sigue siendo junto con el BBAA de Sevilla de los que menos reciben. Ahora piensen en las siguientes imágenes:
Les ahorro la cuenta del CAAC por no ponerles una imagen a baja resolución. Hay también una cuestión de estrategia, y es que los museos tienen que ser atractivos. Aquello que decía Bonet de los museos como playas de silencio se cumple a la perfección en los museos sevillanos. Que no es por ser localistas que total, a localistas no nos gana nada más que el Consejo de Hermandades de Sevilla. Pero es que lo de los museos sevillanos roza el absurdo. La exposición sobre Velázquez y Murillo en la Fundación Focus-Abengoa, a 11€ per cápita, tiene entradas agotadas a un mes vista. El BBAA de Sevilla con entrada gratis y los mejores Murillo que ustedes pueden ver tiene sus salas para echarse siestas. Muy largas.
Ahora les voy a contar una cosa inquietante: el CAAC es el tercer museo andaluz en visitas, en concreto fueron 194.041 el año pasado. Números oficiales del régimen. El primero es el Museo de la Alhambra que lo tiene fácil claro.
¿Qué tiene que ver todo esto con Cristina Mejías y otros compañeros artistas de esta jerezana? Mucho. Porque cuando expone quiere que su obra luzca. Mucho. Que la vea mucha gente también. Pero que la vea mucha gente de verdad, no como yo que va con gafas de pasta y pose intelectualoide, sino gente que va para pelearse con la obra, o amarla, dejarse seducir, no tener que pensarla. Asumirla. Interiorizarla. Y el Monasterio de la Cartuja es bonito. Un montón. Pero como espacio para el arte contemporáneo es un horror.
La propuesta de Mejías es ‘Tro, tro’, una videoinstalación donde nos convertimos en el eje en torno al cual parece girar un caballo proyectado alrededor de la sala. Me recordó un intento interesante en el Museu Coleção Berardo donde la idea era parecida pero te ponías una caja de cartón en la cabeza y dentro había unas gafas de realidad virtual. También me recordó lo mismo en el Media Markt días atrás probando el Playstation RV. La técnica, por tanto, ha sido vencida de nuevo por la necesidad de contar algo. Esto es bueno, evidentemente, porque durante mucho tiempo en gran parte de las vanguardias históricas y la postmodernidad la técnica lo era todo. Hacer cosas cómo nunca nadie las había hecho. Ahora, en cambio, la técnica es accesible a todos. Así que la narrativa está volviendo a la obra de arte.
Precisamente a Mejías suele preocuparle la cuestión de la comunicación y sus códigos. El caballo y yo jamás podríamos haber interaccionado en la vida real, pero su proyección seccionada y metabolizada en un producto nos permite acercarnos. No es el espectador el que dialoga con el caballo sino con el medio que lo reproduce. Sin embargo, seguimos necesitando del soporte explicado para comprender la propuesta de Mejías y eso sigue siendo un elemento del pasado que hay que pulir. Ser capaces de transmitir sin exigir al espectador que se aprenda todo lo que el artista ha interiorizado para llegar allí.
En ese punto nos encontramos a Gloria Martín, que recurre a la pintura de un modo convencional usando lenguajes comunes para una narrativa que evoca los elementos propios del trampantojo en Storeroom. Su narrativa es precisamente la del contexto de la obra de arte, la burbuja que la rodea y le permite adquirir forma. Recuerda a la caja que envuelve al gato de Schrödinger, permitiéndonos pensar acerca de si aquello que consideramos arte no es más que un objeto que adquiere tal consideración por estar expuesto y constituido institucionalmente como tal.
Es algo que me recordó a unas palabras de Pilar Albarracín en una entrevista que nunca me dejó publicar. “Aquí se da la burbuja. Llegas aquí y al final te puedes hacer tu propia burbuja. El problema de las burbujas es como la polinización cruzada. Si tú te metes en una burbuja con gente con la que no conectas, eso se muere. Pero si te metes en la burbuja adecuada, al final eso no es una burbuja, es un parque temático. Gente que se desarrolla y que te da las posibilidades de burbuja que te da Sevilla, algo cotidiano, de verse todos los días y, por otro lado, cuando las cosas enraízan surgen nuevas fórmulas que son increíbles.”
“La sensación que tengo ahora que la gente, en general, no se preocupa del fondo de las cosas. Opinan libremente sobre arte, flamenco, toros, pero no buscan la raíz de las cosas. Entonces, cuando tú buscas la raíz o te enganchas o no. Hay que volver a recomponer las cosas.
Es como una pulsión general. En el mundo del arte también te pasa. Vas a una expo donde se supone que está lo más “cool” de todos lados y te ríes de los “cool”. Quieren estar en la Bienal y hacen algo con su nombre para estar allí, y está allí como podría estar en cualquier parte. Yo me creo más a las culturas africanas, a las de otro sitio, que son más auténticas.”
Cuando un año después de que Pilar Albarracín me dijera esto me puse delante de la obra que Julia Llerena ha llevado al CAAC me acordé de sus palabras. Su recreación de la Noche Estrellada de Van Gogh de forma situacionista, montando dos pantallas, una habitación oscura y la disposición de las estrellas como si pudiéramos verlas allí, es de una autenticidad pasmosa. Auténtico en el sentido del referente. Algo terriblemente eurocentrista, qué duda cabe, como también lo es acordarse de las culturas africanas como lo hacían en su momento Picasso o Modigliani. Al oponer a un lado y otro el cielo de Van Gogh con el cielo en nuestros días uno cae en la cuenta de su narrativa: no podemos ver las estrellas.
Le pregunté a Pilar Albarracín: En relación a las obras donde muestras ese tipo de cosas, está por ejemplo lo que sucede con Banksy con, lo que ha montado en Dismaland. Parece que su intención es mostrar un tipo de protesta, ¿el artista tiene que hacer eso?
Ella me respondió: “El artista, en general, es un supermaldito porque la gente está pendiente de lo que dices, de lo que opinas, pero tú al final eres una persona, eres humano, con tus problemas, con tus cosas. Al final tu obra te supera si no has conseguido llegar a ese equilibrio. La gente te ve y no eres tú como persona, es tu obra.”
Y como seres humanos, como hace Llerena o nos narra Gloria Martín, nos encontramos que bajo el cielo infinito no podemos ver las estrellas, ni ser conscientes del estado pre-artístico de la obra de arte convertida en un proceso institucional y de mercado.
BREVE EXTRACTO DE DOS PREGUNTAS DE LA ENTREVISTA INÉDITA A PILAR ALBARRACÍN PARA COMPRENDER POR QUÉ ANDALUCÍA TIENE ARTISTAS JÓVENES Y EL CAAC NO ES UN BUEN SITIO PARA ELLOS AUNQUE PAREZCA UN DESCARO PARA RELLENAR EL ARTÍCULO
Unir la “baja cultura” y la “alta cultura”, expresar la cultura como un todo.
Exactamente, la alta sin la baja no es nada, y la baja sin la alta no habría sobrevivido. Lo interesante de todos los canales es la simbiosis. Encontrar cosas que se compenetren, que generen energías nuevas. Lo que pasa es que nuestra sociedad no está preparada para abrirse con unos medios ontológicos, sino para enfrentar al más fuerte con el más débil, el hombre aplasta a la mujer, el hetero al homosexual, siempre es una lucha y eso no me interesa. La sociedad se transforma y eso es lo interesante.
Y a veces es difícil canalizar lo que en este momento la gente necesita. Porque hemos vivido un período de tiempo muy cómodo. Después del franquismo vino un tiempo de hipercomodidad, con generaciones que se han acomodado a todo, no solo al trabajo, sino en el pensamiento, en todo. Hoy es complicado ir atrás para borrar, y rehacer. Al final nuestra sociedad necesita rehacer cosas, volver a analizar sus cuestiones y elaborar de nuevo.
Parece que fuera hay más respeto por el artista contemporáneo que aquí no hay.
Es una cuestión de bases culturales. En Francia, que es el país que yo conozco más, hay una aceptación de acoger que deja un poso cultural que aquí no hay. Al final todos los países son un poco iguales a la hora de articular los proyectos culturales, pero la sensación de que alguien te escucha, es muy diferente. Aquí todavía tenemos mucho que hacer para ponernos al día.
Al final cuando ves eso, son carencias. A mí me interesa más el trabajo de campo. Los proyectos culturales no pueden ser un flash. Hay quien tiene un proyecto fantástico, lo pone en un museo y a los cinco años ¿dónde está? Yo cuando lo hago pongo mis ideas, mis cosas, porque estoy en contacto y es una reflexión sobre lo que está pasando en el día a día. Mientras más gente venga a aportar a esa cultura, eso queda. Lo otro son archivos, archivos de dictadores que dicen lo que se guarda y lo que no. Por eso yo trabajo para la calle, para lo que pasa. Si luego va a un museo, perfecto, pero al final somos algo molesto que se quiere meter en archivos institucionales.
Aarón Reyes (@tyndaro)
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