El silencio de los corderos (Jonathan Demme)

A finales del año 1990 la productora Orion Pictures tenía lista una película llamada El silencio de los corderos, basada en la novela homónima de un escritor desconocido, Thomas Harris. Si bien es cierto que uno de los personajes principales del libro, un psiquiatra caníbal llamado Hannibal Lecter (aunque con el nombre de Hannibal Lecktor e interpretado por Brian Cox) ya había aparecido en la película Manhunter, de Michael Mann; no era menos cierto que el proyecto liderado por un director sin muchos films de calidad a sus espaldas, Jonathan Demme (Algo salvaje; Casada con todos) no gustaba a muchos: demasiado desagradable, demasiado truculenta para el refinado gusto del Hollywood de principios de la década de los noventa.

Por todos estos motivos, y por el hecho de que la apuesta hacia los Oscar de Orion Pictures ya estaba hecha con un film un tanto personal que había dirigido Kevin Costner sobre la vida de un antiguo soldado norteamericano que se sumerge en la vida de los indígenas americanos: Bailando con lobos (apuesta que, por otra parte, le salió redonda a la productora, ya que dicha película arrasó con 7 Oscar); la película que nos ocupa, El silencio de los corderos, sufrió un retraso en su estreno hasta febrero, quedando así fuera del circuito de los premios aquel año.

La sorpresa saltó un año más tarde, cuando se convirtió en la primera película de terror (y tercera en la historia del cine, tras Sucedió una noche y Alguien voló sobre el nido del cuco) que ganaba los cinco Oscar principales: mejor película, mejor director, mejor guion adaptado, mejor actor protagonista y mejor actriz protagonista. La película había salvado a Orion Pictures y, aunque ya había sido estrenada en VHS cuando recibió toda clase de parabienes, las ventas en dicho formato reportaron millones a la productora. El mito de El silencio de los corderos había comenzado.

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El silencio de los corderos pasa por ser, sin lugar a dudas, una de las películas más influyentes de la década de los noventa; no en vano en 1998 fue catalogada como una de las 100 mejores películas de los últimos 100 años por el American Film Institute.  Y una de las más importantes de la historia del cine por varios motivos que, a ojos de un servidor, podríamos ir desgranando poco a poco:

1. Su factura: la forma en la que Jonathan Demme rodó esta obra maestra del séptimo arte es, sin lugar a dudas, magistral: la historia, durísima, de una novata agente del FBI que debe tratar de sonsacar al psicópata Hannibal Lecter (encerrado de por vida en una prisión para criminales mentales por canibalismo) quién es el asesino conocido como Buffalo Bill, que secuestra mujeres y las desuella para no se sabe qué fin (a medida que avanza la película nos enteramos que es para hacerse un traje de mujer), es realmente un auténtico descenso a los infiernos de la mente humana y a lo peor de la especie de la que formamos parte. El silencio de los corderos es una historia siniestra, donde ninguno de los protagonistas expresa todo lo que sabe, porque todos actúan con segundas intenciones. Una historia donde al mal se le mira cara a cara (soberbios los primeros planos de los actores siempre que se puede) para enfrentarse a él, o dejarse arrastrar a la locura de algunos de sus personajes.

Ejemplo de todo lo relatado en estas líneas es el descenso (no solo metafórico) de la agente Clarice Starling hasta las celdas de seguridad de la prisión en la cual espera, tranquilo, reinando en medio de la locura, Lecter, de un aspecto  inmaculado y una tranquilidad siempre que lo señalan como el auténtico demonio que maneja los hilos de toda la historia a su voluntad. Si a esto le unimos la inmejorable estructura del guión (trabajo tremendamente sólido de Ted Tally), la fantástica fotografía de Tak Fujimoto y la inquietante banda sonora de Howard Shore; además de uno de los mejores finales que se han rodado en la historia, podremos comprender por qué una película que pretendía pasar “sin pena ni gloria” por la cartelera se convirtió en una éxito de taquilla y de crítica, hasta el punto de convertirse en el mito que es hoy por hoy.

2. Actores en estado de gracia: si la historia era tremenda, había que buscar unos actores que estuviesen a la altura de tamaña barbaridad visual y narrativa; y ahí es donde encontramos las otras dos piezas fundamentales de la película: Anthony Hopkins como el doctor Lecter y Jodie Foster interpretando a la agente especial Starling. En principio no eran las primeras elecciones para estos personajes; para el papel de Clarice Starling la favorita era Michelle Pfeiffer, quien lo rechazó porque consideraba que la historia era demasiado violenta. Meg Ryan y Melanie Griffith fueron otras candidatas. Sobran los motivos para dar gracias por esas negativas; ya que el papel que le dio su segundo Oscar consecutivo a Jodie Foster no hubiese sido igual sin esa mezcla de fragilidad y dureza que caracterizan al personaje, y a la que Foster supo dotar a la perfección. Para la terna de candidatos del psicópata Lecter la lucha estaba siendo encarnizada: Sean Connery, Robert DeNiro, Jack Nicholson, Jeremy Irons e incluso el actor que poseía en un principio los derechos de la novela, Gene Hackman, rechazaron el papel por unos u otros motivos (este último por considerarla demasiada violenta y desagradable).

El premio gordo recayó en un actor inglés no muy conocido, Anthony Hopkins, que tras este papel pasó, por méritos propios, al Olimpo de la interpretación, ya que su papel trascendió tanto que se ha convertido en un icono cultural de nuestra época. La química que destilan ambos protagonistas, reflejada siempre en los primeros planos de ambos, es tal que no podemos imaginar esta película protagonizada por otros actores y, además de llevarlos a ambos a conseguir un premio Oscar (a pesar de que Hopkins sale en pantalla unos veinte minutos aproximadamente), lograron tal compenetración que no sabemos si el antropófago doctor desea matar, amar o devorar a la joven agente (posiblemente las tres cosas…).

Y a esto le debemos unir la magnífica terna de actores de reparto (sublime para mi gusto la interpretación de Ted Levine como el psicópata Buffalo Bill, del que dicen que estaba tan metido en el papel que no se hablaba con la actriz Brooke Smith, que interpreta a Catherine Martin, secuestrada por él, y que tuvo que acumular más de 12 Kg para un papel tan pequeño).

3. Un mito: para concluir estas “tres patas” de la película, no podemos obviar que, desde casi su estreno, El silencio de los corderos se convirtió en un mito del cine. Fue el thriller más influyente, sin lugar a dudas, de los década de los noventa. Todas las películas estrenadas posteriormente beben de esta. Además, abrió una nueva etapa para este tipo de films, que pasaron de ser películas denostadas y maltratadas por el público y a veces la crítica, a ser motivo de auténticas apuestas de las grandes productoras. Para un servidor, junto con Seven (David Fincher) el mejor thriller de la década de los noventa.

Junto a esto no podemos olvidar la multitud de detalles que hacen de El silencio de los corderos una película de culto: desde la calavera que se encuentra dibujada en la polilla del cartel promocional (y que es en realidad una fotografía surrealista de Dalí, titulada In voluptas mors, tomada en el año 1951); hasta el famoso: “Quid pro quo, Clarice. Usted me cuenta cosas y yo le cuento cosas…”, pasando por los cameos de grandes directores de terror como George A. Romero o Roger Corman; o la voz… esa voz terrorífica en la versión original de Lecter, que el propio Anthony Hopkins definió como “una combinación de Truman Capote y Katharine Hepburn; o los propios asesinos en serie, inspirados en psicópatas reales como Ed Gein (que se hizo un traje de piel humana e incluso mobiliario), Gary Heidnick (que encerraba a sus víctimas en un pozo) o Ted Bundy (que usaba una escayola en el brazo para atraer a sus víctimas hacia su coche).

Si lo mezclamos todo y agitamos en su justa medida nos encontramos con una película espectacular que jamás se cansa uno de ver, porque siempre es nueva, y siempre aterradora.

Apaguen la luz de su casa, y déjense atrapar por esta historia del bien luchando a contrarreloj contra el mal. No se arrepentirán por muchas veces que la vean, se lo aseguro. El doctor Lecter jamás defrauda.

 Carlos Corredera