Barry Goldwater mira desde su atril a una muchedumbre entusiasmada. Hay una parte de esa América que él pulsa con sus dedos que le aplaude, le sigue. Le ama. Como a Jimmy Carter, que no dudó en hablar de «pureza étnica». Da igual que hablemos de los Republicanos o de los Demócratas. Piensen en Arizona, desierto y conservadores como Goldwater. A mediados de los 60. Decía que había que usar bombas nucleares para deforestar Vietnam y así hacer más fácil la guerra. Hasta en su partido le tenían miedo. El propio Eisenhower escribió que el partido debía elegir cualquier candidato que dijera lo contrario a Goldwater. El imparable.
Sin embargo, en EEUU cualquiera es imparable hasta que deja de serlo. Este análisis digno de todo un presidente en funciones no es tan simple como parece. Kennedy le habría dado un repaso a Goldwater pero un imprevisto llamado bala en la cabeza llevó a Lyndon B. Johnson a escenificar «las dos Américas». La que prefería al corrupto hombre que decía lo que al votante medio le gustaría decir, frente al hombre que decía lo que el votante medio solía decir. Por eso ganó un tipo tan gris como Johnson.
Si al final tenemos duelo al sol entre Trump y Hillary Clinton los americanos sólo habrán ganado en una cosa respecto a 1964: Clinton es mujer. Bueno, un hombre político atrapado en un cuerpo de mujer, pero mujer. Aparte de eso, tendríamos a un candidato republicano que asusta y repele a los de su propio partido y una candidata demócrata en quien no confían en su propio partido para cambiar el mapa electoral.
Seguramente ustedes no han visto los debates por las primarias. Éste que les escribe se ha tragado unos cuantos. Los republicanos han vivido una verdadera carrera de demolición. Pienso en Marco Rubio, un tipo joven al que todos veían como el Kennedy republicano que se va diluyendo bajo los apodos que Trump le va colgando. Como el de «artista imbécil» (se podría traducir incluso más duramente). Bueno, Trump ha llegado a bromear hasta con el tamaño del pene de sus rivales. Seguro que no se atreve a hacerle ese chiste a Obama. Entretanto, Ted Cruz se dedica a atacar, de manera no mucho más elegante, a sus dos rivales.
Lo que sorprende a un votante medio europeo no es tanto la acritud y chabacanería del debate como el hecho de estar llevando a los republicanos a plantearse la naturaleza de su partido. En España, por ejemplo, es frecuente ver campañas y debates que llegan a ser verdaderamente un espejo de zafiedades (ese momento «ruiz y miserable, ay) pero nunca llega a dar la sensación que el debate es sobre el propio partido. A la hora de la verdad, «prietas las filas» no vaya a ser que toda la estructura se venga abajo. En cambio, en EEUU está sucediendo algo que parecía impensable: un partido estable, asentado en conservadores de libremercado, neocons, intereses particulares y corporativos que incluso parecían no tener interés real en la política se transforma en un partido populista, proteccionista y con un modelo de inmigración, libre comercio e intervencionismo militar profundamente escéptico.
Trump ha cambiado al Partido Republicano porque tiene un mensaje claro y sus aliados están fuera de la estructura de poder, apoyado en medios que lo aúpan. Es demagogo, racista, homófobo, islamófobo, pero no de forma absoluta sino basándose en el mensaje relativo que todo votante poco informado tiene elaborado en su cabeza. Lo que está sorprendiendo a las bases conservadoras de Washington es el numeroso grupo dentro del partido que se está sumando a este mensaje como excusa para acabar con el libre comercio, la Seguridad Social y un sistema mínimo de salud.
No es algo nuevo, en realidad. Tanto Trump como otros candidatos ya descolgados, caso de Marco Rubio, han insistido en la idea de que el sueño americano está o muerto o en proceso de hacerlo. Ese sueño del que Jeremy Rifkin decía en ‘El sueño europeo’ que no era más que una ilusión de frontera, una conquista basada en la huida hacia delante donde. Un europeo ve en el sueño americano un «sálvese quien pueda». Un americano un «sálvese quien lo merezca». Es el mito de un país: no importa dónde empiezas, sino dónde acabas. Por eso la fortuna de Trump actúa en el electorado como lo hacía en la antigua Roma. Es una riqueza sagrada, basada en dioses que lo acompañan en sus decisiones. Al verlo, y al hacer ostentación de ella, la gente dice «eh, este tío sabe tomar decisiones». No es, como se han aventurado a decir algunos medios europeos, un Berlusconi para EEUU. En Italia muchos votantes querían «ser como» Berlusconi. En EEUU quien el «ser» de Trump. Porque, como él mismo proclama, es «rico, no necesito el dinero de nadie».
Se le acusa de tener un tono pesimista acerca de la realidad, como si la economía o la estructura política de EEUU fueran un caos. Lo cierto es que, en términos de PIB, Obama va a dejar al país como el primero del mundo, con un PIB Per cápita trimestral de 12.311€ euros. Es el cuarto país en nivel de vida y su crecimiento roza el 3%. A pesar de ello, Trump promete devolver al país a un lugar grande, donde cada persona prospere económicamente como lo ha hecho él. Sin embargo, si el problema no es económico, porque es evidente que el electorado al que se dirige Trump no es el de Sanders, ¿de qué está hablando realmente el hombre de la cara anaranjada? Probablemente de algo que, como europeos, nos pueda sorprender.
Para entender lo que es el fenómeno Trump hay que entender quién era Trump antes de todo esto. Sus rascacielos, su pelo, su línea aérea exclusiva, era el líder del ego creado a golpe de oro en New York. Se le podía ver en los asientos más caros de un combate de lucha libre, comprando la franquicia de Miss Universo, usando coches de grandes ruedas (esto les gusta mucho a los americanos) e incluso diciendo que había mantenido relaciones con Lady Di.
Y aquí estamos ahora. Trump ya no se conforma con tener cerca campos de golf, o los reality shows. Lo que quiere es comandar las fuerzas armadas de Estados Unidos y controlar sus códigos nucleares. Tiene la intención de proponer una legislación, conducir los asuntos globales de Estados Unidos, presidir su aparato de inteligencia nacional, y tomar las innumerables decisiones morales y políticas requeridas de un presidente. Esto no es una película de Seth Rogen. Esto es tan real como el barro. Invita a los grupos de supremacía blanca, y se ha establecido como el heredero de una larga tradición de nativismo, discriminación y autoritarismo. ¿Qué lo diferencia de la ola de autoritarios y xenófobos que han llegado al poder en Rusia, Polonia y Hungría, y que conducirá movimientos tales como el Frente Nacional, en Francia. Vladimir Putin y Trump han expresado su admiración mutua. No es difícil ver por qué. Putin ha borrado los primeros brotes de la democracia rusa como evidencia de debilidad y obediencia a Occidente; su índice de popularidad es del 80%, basada en despertar el nacionalismo y el odio a las minorías (étnicas y sexuales), la supresión de la disidencia, y una imagen de macho con el torso desnudo. Con razón dice Trump de Putin que «por lo menos es un líder, a diferencia de lo que tenemos en este país.»
Trump cree que su éxito se basa en gran medida en su falta de «corrección política». En los mítines consigue algunos de sus aplausos más fuertes cuando se pide la ampliación del uso de la tortura, cuando menciona la construcción de una frontera amurallada frente al sur y para la sustitución inmediata del Obamacare con. «algo fenomenal.»
La pregunta sigue siendo por qué el fenómeno Trump ha demostrado ser tan boyante e inexpugnable. Algunos han atribuido seriamente su éxito a las fuerzas sociales y económicas generales, en particular la «nueva normalidad» que ha traído el modelo económico post-crisis: estancamiento de los salarios, subempleo y «deslocalización.
Las fuerzas socioeconómicas son reales, pero Trump es también el beneficiario de un largo proceso de decadencia intelectual occidental. El electorado de Clinton se sitúa entre aquellas clases acomodadas, urbanitas, con un alto nivel de estudios y con cierta mala conciencia por su situación. Para entendernos, lo que en Francia sería la ‘gauche caviar’. A ese electorado, generalmente cosmopolita y de alta formación académica, no puede atraerse Trump. Sí puede hacerlo con parte del electorado que estaría dispuesto a votar a Sanders pero no lo hace por el simple hecho de que habla en términos de comunidad y Trump de individuos. El americano de pura cepa es un individuo en una comunidad, y no al revés. Quiere acercarse al rico para prosperar como él. Cree que «arbeit macht frei» (el trabajo libera), como ponían los nazis en los campos de concentración (y no sería raro que Trump usara el eslogan). Porque si le preguntas a un estadounidense medio, incluso asimilado por la emigración, te reconocerá que es bueno que haya ricos porque todo el país se beneficia de ello.
Las promesas de Trump son, a pesar de ello, un espejismo debido a su parcialidad. La intolerancia que ejecuta en su doctrinario, él y sus seguidores, no es la de un sueño para individuos sino para un sector concreto de la población. Ignora en sus palabras, quizá intencionadamente, quizá por ser verdaderamente ignorante, que su riqueza se labró en un momento en el cual las políticas racistas y exclusionistas de los gobiernos llevaron a los blancos a intensificar su escala de ingresos mientras que los negros se mantuvieron en niveles ridículos. Rubio sí habla de la lucha y el crecimiento propio a través del esfuerzo: préstamos estudiantiles, hipotecas, exclusión en un segundo hogar, incluso alguno de los escándalos en los que se ha visto envuelto como pagar el arreglo de su coche con la tarjeta del partido, hablan de un modelo ‘made-himself’ más real. También es otro pesimista respecto a la situación, ojo.
¿Hay razones para tanto pesimismo viendo los datos macroeconómicos de EEUU? Lo cierto es que ahora mismo, sólo 1 de cada 25 personas que nacen en EEUU podrán tener ingresos de alrededor de 100 mil dólares cuando lleguen a los 30. Nos puede parecer una barbaridad desde nuestro punto de vista pero debemos enmarcar esta cifra en un país donde lo habitual es tener que suscribir seguros de salud privados, fondos de pensiones y donde la educación desde la infancia a la universidad genera una carga gigantesca para las familias. La realidad del sueño americano es que no acaba de cristalizar en realidades nunca. Un niño que nazca en el sector más pobre de la población sólo tiene un 9% de probabilidades de llegar a lo más alto. Lo más habitual es acabar como Rubio, con unas deudas de alrededor de 130 mil dólares. Pero los americanos no quieren acabar como Rubio sino como Trump, de ahí su éxito en el «supermartes». Quieren creer que el sueño americano está a su alcance.
En el otro bando la cuestión es similar. Clinton representa el complejo por el sueño americano. Sanders el miedo a no conseguirlo. Y, ¿quién es Sanders y por qué se habla tan poco en Europa de él? Una de las respuestas más sencillas es que, teniendo en cuenta la situación europea con el Brexit, los refugiados y la insoportable levedad del parlamentarismo español, como para ocuparse de un candidato a candidato. Sin embargo, es verdad que Sanders representa un modelo que se nos antoja más parecido a la mentalidad de esta parte del charco. Se acerca a votantes jóvenes y liberales blancos con estudios superiores, como hizo Obama, pero éste sumó esta base a la del electorado negro. La forma en la cual se está intentando ganar el voto de los demócratas es mostrar el realismo de Clinton, su experiencia política como debilidad, frente al idealismo de las propuestas de Sanders.
Tras el Supermartes, Sanders parece haber emergido en cierto modo como vencedor a pesar de no haberlo sido en términos electorales. Detrás de él tiene el ideal que representa Rubio para los republicanos pero sin la carga de ser el americano medio endeudado. Es un rico radical que grita en sus mítines que es «demasiado tarde para la política del establishment y la economía del establishment», que «no representamos los intereses de la clase multimillonaria, Wall Street, o la América de las grandes corporaciones. No queremos su dinero.» «Vamos a crear una economía que funcione para las familias trabajadoras, no sólo la clase multimillonaria». ¿Es un populista Bernie Sanders? En España ya le habrían encontrado conexiones venezolanas y un móvil iraní seguro. En EEUU más que populista está generando una corriente de «sanderismo» cuyo doctrinario busca apelar al sentimiento de culpa del liberal blanco con estudios superiores. Apela a no seguir a Clinton, cuyo único programa es ser ella. Mientras Sanders propone un idealismo de clase trabajadora, Clinton se ofrece a «seguir haciendo lo que he hecho toda mi vida, voy a seguir luchando por usted». Aunque no dice luchar para qué.
No lo dice, y eso es también su debilidad. En su programa sí recoge propuestas como la subida del salario mínimo, la eliminación de las lagunas fiscales que benefician a los ricos, la ampliación de la educación preescolar, la mejora en el acceso a la universidad, etc. Los límites de Clinton son la realidad, y los de Sanders la imaginación. Proponer, por ejemplo, un sistema de cobertura universal de salud como en España. No es una cuestión de justicia social o de números, sino de mentalidades. Proponer vacaciones pagadas (en EEUU no existen a menos que la empresa lo ofrezca y eso es infrecuente salvo que usted sea un alto ejecutivo), matrícula universitaria gratuita en las universidades estatales y un gigantesco plan de infraestructuras sólo casa con la mentalidad del estadounidense medio si estamos hablando de 1930 y lo que se propone se llama New Deal que, por cierto, fracasó y de ahí la necesidad de la guerra. Algunos expertos opinan además que la única forma de financiarlo es subiendo impuestos y eso es un tema tabú en EEUU. Ahora bien, ¿es la intención de Sanders ganar? Probablemente no.
Sanders se ha fijado enormemente en los movimientos que se han venido produciendo en Europa y si Trump ha sido calificado como un Berlusconi-Le Pen a la americana, Sanders está cerca del Tsipras que se aupó en base a movimientos de masas orientados a luchar contra los intereses corporativos. Sanders ha llegado a afirmar que su programa no es ambicioso y costoso, y que por ello es imposible de realizar, sino que es irrealizable porque el sistema político está roto y endeudado con sus intereses lobbistas. «Tienes que movilizar al pueblo, organizarlo en sus bases de una forma que no hemos hecho antes», dijo en una entrevista en el Washington Post. El objetivo, por tanto, de Sanders no parece ser llegar al gobierno sino generar un movimiento capaz de oponerse a la estructura que impide los cambios.
Puede parecer que son dos Américas diferentes pero el ‘trumpismo’ y el ‘sanderismo’ se nutren de una misma raíz: la descomposición. La mala gestión social y política de las medidas económicas para salir de la crisis de la burbuja bursátil ha generado una sensación de estructura del «ellos» frente al «nosotros». La oclocracia se abre paso en Occidente como un medio de generar políticas transversales pero la oclocracia, amigos, no es algo nuevo. Y sus resultados nunca han sido buenos. Al menos igual de catastróficos que el gobierno de las oligarquías.
Fernando de Arenas
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