Pocas veces los acontecimientos históricos tienen una fecha inequívoca asociada, ya que, generalmente, se trata de procesos complejos.
Sin embargo, algunos de estos hechos pueden ser, de vez en cuando, localizados fácilmente en un calendario.
En el caso del comienzo de la decadencia del Imperio Ruso se trata de los días 27 y 28 de mayo de 1905, hace ahora 110 años.
El hecho en sí, aunque importante a todas luces, cobra otra dimensión ya que coincide con el nacimiento de otra gran potencia: Japón, el Imperio del Sol Naciente.
DOS IMPERIOS, DOS ESTADOS DE ÁNIMO
A comienzos del siglo pasado no había sobre la faz de la tierra dos potencias más diferentes, anímicamente hablando, que Rusia y Japón: el primero, un imperio secular, nacido en el siglo XVI cuando Iván IV Vasilievich unificó los principados de toda Rusia y se lanzó a la conquista de Siberia, apuraba sus últimos años de existencia antes del golpe de gracia de la Revolución de 1917. El segundo, un país que había salido del feudalismo unos 30 años antes y que, tras una modernización vertiginosa, se implicaba en el juego de las grandes potencias mundiales.
Si representásemos los estados de ánimo de ambos contendientes con una gráfica lineal, veríamos como la de Rusia iría descendiendo paulatinamente, mientras que la japonesa experimentaría una subida muy pronunciada.
La intersección de ambas estaría en el ya mencionado momento del 27-28 de mayo de 1905. El lugar: el mar, entre Corea y las costas de Japón.
EL TRASFONDO: LA GUERRA RUSO-JAPONESA
Rusia y Japón tenían, por cuestiones puramente geográficas, unas posibles zonas de expansión solapadas: el Asia oriental y sobre todo, las débiles China y Corea, a las que sería fácil dominar una vez invadidas y que constituían tanto un mercado como una fuente de recursos de primer orden.
El primer chispazo tuvo lugar 10 años antes: tras su victoria sobre la debilitada China de la dinastía Quing en la I Guerra Chino-Japonesa (1894-95), Japón obtuvo por el Tratado de Shimonoseki la isla de Formosa (actual Taiwán), las Islas de los Pescadores y el importante enclave de Port Arthur, que le iba a permitir tener una base naval en el continente asiático.
Sin embargo, el resto de potencias, incomodadas por el “hambre de territorios” nipona, iba a obstaculizar el ascenso del poderío japonés en la zona. Presionado, Japón cedió Port Arthur a Rusia, que asimismo poseía ya bases en el norte de Corea.
El próximo paso del ajedrez estratégico iba a ser la pugna por el control de Manchuria, una región del norte de China, rica en recursos y estratégicamente importante, al ser zona de paso entre China, Siberia y Corea. El conflicto estaba servido, entre un imponente imperio y un pequeño país que había irrumpido en la escena internacional.
Escena que obedecía a unas alianzas cambiantes y frágiles, debido al desmantelamiento de los “Sistemas Bismarckianos” por parte de Guillermo II y la posibilidad que esto brindó a Francia de romper su aislamiento, mediante el sistema “Delcassé”: la más avanzada república de Europa se alió con el país más retrógrado del continente, regido por un sistema autocrático.
Esta alianza beneficiaba doblemente a sus componentes, ya que al mismo tiempo que resolvía el problema del enfrentamiento con Alemania, les permitía formar un frente común contra Inglaterra, a la que los franceses se la tenían jurada desde el incidente de Fashoda y a la que los rusos estaban enfrentados también por el control de Persia y otros territorios de Asia Central.
En el ámbito asiático los ingleses actuaron con celeridad y firmaron un tratado con Japón, que no tardó en fructificar: la marina japonesa imitó el modelo de la Royal Navy inglesa, encargando el gobierno imperial la construcción de modernos barcos de guerra a astilleros ingleses, barcos que demostraron su capacidad contra China en la mencionada guerra de 1894-95.
Para 1904 las espadas estaban en todo lo alto, y los acontecimientos comenzaron a precipitarse: la presencia rusa en Corea era una verdadera piedra en el zapato japonés, debido a que los rusos controlaban el norte de la península, impidiendo el acceso nipón al continente asiático.
Así pues, las hostilidades no iban a tardar en producirse: en febrero de 1904, los japoneses, empleando una táctica que les haría célebres (a saber, atacar a su enemigo sin previa declaración de guerra) torpedearon a la flota rusa anclada en Port Arthur, iniciando el asedio de la plaza fuerte.
Poco después, en las batallas navales de Chemulpo y el Mar Amarillo, la flota nipona, al mando del almirante Togo se las arregló para destruir a la Flota Rusa del Pacífico, lo que constituyó un gran revés para las armas imperiales rusas: sin el abastecimiento y la ayuda de la marina, las tropas de tierra (principalmente regimientos siberianos, mal armados y entrenados) iban a pasar por serios aprietos frente a los japoneses, que, entrenados siguiendo el sistema prusiano, iban a dar una serie de desagradables sorpresas a los rusos.
Así, para 1905, los rusos habían sido vapuleados en una serie de batallas terrestres, como Liaoyang y Mukden, aunque todavía les quedaba el trago más amargo
LA BATALLA DE TSUSHIMA
El alto mando ruso, lastrado por camarillas y rencores, decidió auxiliar a sus tropas enviando al Pacífico la Flota del Báltico y unidades estacionadas en el Mar Negro, en un periplo que iba a durar de octubre de 1904 a mayo de 1905.
Debido a las complicaciones diplomáticas, los buques rusos, obstaculizados por los británicos, tuvieron que rodear África para llegar al Índico, ya que éstos alegaron su “neutralidad” e impidieron al grueso de la flota rusa cruzar por el Canal de Suez ni abastecerse de carbón en las bases británicas, siendo el panorama peor tras el incidente de Dogger Bank[1].
Por ello recurrieron a sus aliados franceses para abastecerse de carbón, cosa que les obligó a sobrecargar los buques de carbón: llevaban carbón hasta en las cubiertas, impidiendo el uso de los cañones.
Como la flota rusa era un conglomerado de buques anticuados y modernos que navegaban a velocidades diferentes, escogieron como punto de reunión Madagascar y Saigón (colonias francesas), antes de marchar, los más unidos posible, hacia el destino en aguas de Corea.
Hemos de hacer notar aquí el grado de estrés y desmoralización de las tripulaciones rusas tras varios meses de singladura, encerrados en su buques y sin poder dar rienda suelta al tedio de las labores cotidianas.
Por el contrario, se enfrentaban a unas tripulaciones japonesas fogueadas en combate y que iban a luchar cerca de sus costas y bases de aprovisionamiento.
El enfrentamiento tuvo lugar el 27 de mayo en el estrecho de Tsushima, situado entre Japón y Corea, de donde había partido la flota nipona al encuentro de los rusos.
Éstos navegaban en barcos en mal estado, debido a su largo viaje. Llevaban los cascos repletos de lapas y otros moluscos, que ralentizaban su marcha, por no hablar del cansancio de las tripulaciones. El mando recaía en el almirante Rozhestvensky, un aristócrata próximo al zar Nicolás, al que sus marineros bautizaron como el “perro loco”. Al llegar al escenario del combate estaba aquejado de una crisis nerviosa, posiblemente motivada porque sabía que la misión era un camino rápido hacia la derrota o una tumba submarina.
Los japoneses obedecían las órdenes del almirante Heihachiro Togo, un marino con talento, educado en occidente como parte del programa de modernización de Japón emprendido en la Era Meiji. Además contaba con buques modernos, entre ellos el Mikasa, el más poderoso de su época, lo que compensaba su menor número de acorazados (4 por 11 de los rusos).
Al avistarse ambas flotas, los rusos abrieron fuego a algo más de 6 kilómetros de distancia, alcance máximo de sus sistemas de puntería (los japoneses podían llegar a 8000 metros), una distancia considerable para la época.
Los japoneses, siguiendo un plan preconcebido, aprovecharon la mayor velocidad de sus embarcaciones y la pericia de sus tripulaciones para maniobrar y cobrar ventaja frente a los rusos, cruzando por delante de la línea rusa y dando media vuelta, disparando continuamente.
Togo arriesgó así sus buques, recibiendo los acorazados un duro castigo por parte de los rusos (el Mikasa recibió casi 20 impactos), aunque gracias a la puntería de sus artilleros y los proyectiles empleados, de mayor potencia que los del adversario, cobraron ventaja en el intercambio de golpes: fueron puestos fuera de combate los acorazados rusos Osliabia, Suvórov, Alejandro III y Borodín.
Por si fuera poco, Rozhestvensky, fue herido en la cabeza y cayó inconsciente, pasando el mando en medio del fragor del combate al almirante Nebogatov, que hizo lo que pudo.
Por la noche, los buques rusos, dispersos en pequeños grupos fueron presa fácil para las ágiles torpederas japonesas.
Al día siguiente, 28 de mayo, Nebogatov tuvo que rendir los restos de la flota rusa para evitar su aniquilación. Habían perdido 34 barcos, entre los hundimientos, capturas y averías. Sólo tres barcos pudieron refugiarse en Vladivostok, mientras que otros cuatro, entre ellos el célebre crucero Aurora, se refugiaron en Manila.
Los rusos habían perdido la flota y la guerra.
El Aurora en San Petersburgo
CONSECUENCIAS DE LA GUERRA: LA PAZ DE PORTSMOUTH
Reunidos los representantes de ambas potencias en EE UU, la paz de Portsmouth iba a arrojar un saldo final en el que los japoneses se convertían en la potencia hegemónica en China y Corea y por ende, de toda Asia Oriental.
Los rusos por su parte quedaron en estado de shock: un pueblo no blanco, y por lo tanto, inferior, los había derrotado por completo, les había arrebatado sus posesiones y les había humillado. No iba a tardar en estallar la revolución de 1905 en Rusia, primer paso para la caída del régimen zarista en 1917.
Por su parte, los japoneses entraban por la puerta grande en la escena internacional, cosa que inquietó al resto de potencias, especialmente su antiguo aliado, el Reino Unido y también EE UU., lo que no impidió que Japón ocupase las colonias y concesiones alemanas en China durante la Gran Guerra, en la que participó al lado de la Triple Entente. El almirante Togo se convirtió en un héroe en vida, hasta su muerte en 1934.
En la Conferencia de Washington (en los años 20), los tratados de las 4 Potencias, de las 9 Potencias y de Shangtun, bloquearon el expansionismo japonés en Asia y Oceanía.
El nuevo emperador, Hiro Hito, aprendería la lección y pondría en práctica el Memorándum del general Tanaka (1927) para la construcción de un imperio japonés a partir de 1935, con la ocupación de Manchuria. La sucesión de ocupaciones y conquistas de las colonias europeas en Asia iba a desembocar en el bombardeo de Pearl Harbor (1941), pero eso ya es otra historia.
DOS SUPERVIVIENTES
Hoy día aún podemos rastrear los ecos de la batalla 110 años después, pues dos de los buques que participaron en ella siguen hoy a flote (más o menos) como museos en Japón y Rusia.
Por parte japonesa se conserva el Mikasa, acorazado del almirante Togo, dentro de la base naval de Yokosuka. Tras la batalla quedó muy dañado y acabó hundiéndose por una explosión interna. Reflotado, prestó servicio en la Gran Guerra y fue preservado como museo desde 1923. Milagrosamente no fue dañado durante la II Guerra Mundial y hoy en día recibe innumerables visitantes.
Por parte rusa se conserva en el puerto de San Petersburgo el crucero Aurora, uno de los que se refugió en Manila tras la batalla. Durante la Gran Guerra realizó patrullas por el Báltico, aunque su momento de gloria llegó en la Revolución de Octubre de 1917, en la que su tripulación, partidaria de los bolcheviques, efectuó el disparo convenido como señal para el asalto al Palacio de Invierno.
El Mikasa en 1905
La II Guerra Mundial le afectó tremendamente: acabó hundido en el puerto de Oraniembaum, siendo restaurado posteriormente.
Empleado como museo, sólo el Ermitage en San Petersburgo recibe más visitas que él, conservando una tripulación militar activa.
El auge del nacionalismo ruso han propiciado su restauración completa hasta dejarlo en condiciones de navegar, como ya se hizo con el rompehielos Krasin (de la misma época), con el objetivo de ser el nuevo buque insignia de la Armada rusa. Se prevé que esté listo en 2016.
Ricardo Rodríguez
[1] Los rusos bombardearon una flota pesquera inglesa en Dogger Bank, al creerlos torpederos enemigos. Otros incidentes incluyeron el sabotaje del cable de comunicaciones entre África y Europa, al creerlo parte de un artilugio explosivo.
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