Tras mantener una charla con el escritor Félix Madroño salió a relucir el nombre del también creador de palabras Víctor del Árbol el cual, imperdonable por mi parte, me resultaba un auténtico desconocido. Viniendo de donde venía la recomendación, me pasé por la librería para encontrar alguno de sus títulos y salí bajo el brazo con la novela titulada La Tristeza del Samurái. Ni que decir tiene que me la bebí en un par de sentadas. Satisfecho al comprobar el buen hacer literario de este autor catalán, me propuse continuar leyendo su obra y, mientras lo hacía, iba tejiendo en mi mente la forma de abordar una entrevista con quien hasta el momento era un desconocido para mí.
Pero no quise tomar el camino fácil. Pretendía comentar sus obras y esperar a que los lectores propusiesen preguntas para nuestro autor. Sería entonces le presentaría la propuesta. Eso si conseguía que Víctor contestase a mis preguntas y no opusiera resistencia a hacer realidad el proyecto Víctor del Árbol.
Pero el principio ineludiblemente debía ser leer La Tristeza del Samurái, novela de visos históricos narrada en formato de intriga en la que la vida de dos mujeres, Isabel Mola y María Bengoechea, quedarán indisolublemente unidas por un fino hilo temporal y la tragedia de tres familias a las que terminamos o empezamos a conocer de veras justo cuando se produce el desenlace de la trama. La vida misma es un símil que puede servirnos para comprender a los personajes y empatizar con ellos. Se huele en el ambiente el ocre olor de la contienda fratricida española que, con sus tentáculos, alcanza a la joven democracia y a sus protagonistas, torturados todos ellos por avatares que les son impuestos de modo cruel. Mérida, Barcelona e incluso las lejanas estepas rusas se convierten en escenarios de este cruel relato en el que nadie resulta vencedor sino vencido.
Era necesario hacerme con un segundo libro en el que enfocar toda mi atención y para ello me dejé guiar por los consejos de mi librero de cabecera. El título de esta segunda entrega era más que sugerente, Un millón de gotas. Con su lectura, Víctor del Árbol no nos deja indiferentes y teje una trama que, aunque a su modo, recuerda la fórmula utilizada en la elaboración de La tristeza del samurái. En este sentido, recurre a contar una historia en dos tiempos (e incluso tres), la década de los treinta en una Rusia llamada a ocupar un papel de primer orden en la estructura mundial. Lenin ha muerto pero su sombra es larga y a su amparo es Stalin quien sirve como titiritero lejano de la suerte de Elías Gil, un joven republicano español que, sin proponérselo, será la madeja de la que se desprenda el hilo conductor de esta historia en la que el amor, la traición, la suerte, la venganza y hasta el destino aúnan sus fuerzas para tejer el complicado argumento en el que los personajes juegan el papel de antihéroes y terminan siendo víctimas de los actos propios y ajenos. A pesar de tratarse de una larga narración, el tiempo transcurre de un modo ágil que utiliza el lector para atravesar la línea del tiempo cuantas veces haga falta y repasa la trastienda de la Historia, esos hechos que todos saben que ocurrieron y para cuya existencia no termina de confeccionarse una justificación que a todos contente. Gonzalo Gil, hijo de Elías, nada tiene que ver con su padre, al que termina sintiendo como un extraño. Es lo que pasa cuando los recuerdos sustituyen a los hechos del presente.
Un millón de gotas es una novela en la que las mujeres cobran gran fuerza a pesar de quedar en un plano secundario. Ellas son las que condicionan los quiebros de la narración y, sin embargo, rehúsan el papel protagonista que quizás les fuera reservado en un borrador. Nada más lejos que la propia realidad de los años en los que se ambienta esta preciosista sucesión de gotas, quizás tantas que un millón se quede en simple aproximación literaria.
La tercera etapa suponía desandar mis pasos y leer otra novela del autor que tanto me interesa. De nuevo intercambio de opiniones con el librero, que vuelve a acertar con sus consejos. En Respirar por la Herida, Del Árbol nos vuelve a sorprender con una desgarradora historia que organiza de modo cíclico en torno a un eje de infortunios que no es más que una metáfora del destino, el mismo azar que mueve a los personajes en el tiempo para encontrase o desencontrase en dramáticas circunstancias que desvelan miserias de las cuales nadie está exento. Si bien Eduardo, un pintor desencantado con la vida parece erigirse en el personaje principal de la trama, poco a poco el autor nos presenta a personas que lo acompañan en su desgracia pues en el fondo es la tristeza la que se hace con las riendas de estas vidas cruzadas que nos son presentadas poco a poco. Se trata de un libro muy interesante, lejos de adjetivos como iniciación tan de moda en la trayectoria de escritores nacientes que nos dejan indiferentes con sus relatos. Muy al contrario, se trata de una obra madura que seguirá macerando el talento de este historiador con vocación literaria desde temprana edad.
En este momento es cuando debo confesar que el Proyecto Víctor del Árbol, murió antes de haber nacido. El motivo, más que justificado, no es otro que el haber contactado con la persona que más sabe de estas maravillosas historias y accede complacido a contestar nuestras preguntas: El propio Víctor del Árbol. Cargado con las preguntas que he recogido de aquellos que han leído a Víctor y las mías propias, le doy la bienvenida a Revista Distopía.
En las solapas de algunos de tus libros se cuenta que comenzaste con esto de la literatura a una muy tierna edad (a veces se confunde ternura con inmadurez) ¿Cómo de maduro era ese Víctor? ¿Qué escribía?
Me parece muy bien diferenciar entre ternura e inmadurez. Sobre todo porque el término “madurar” nunca me ha acabado de gustar cuando lo relacionamos con el proceso de evolución de la personalidad. El niño que yo fui estaba armado con un escudo infranqueable, que era la ingenuidad. Ingenuidad al pensar que el poder de la lectura era absoluto, que las palabras escritas o leídas podían abarcarlo todo… Pero ingenuidad al ver el mundo real y contrastarlo con el universo imaginado, pensando que ambos podían ser el mismo. De modo que, en ese sentido, no he madurado. A fin de cuentas, sigo creyendo lo mismo. Escribía lo que me salía del corazón, sobre aquello que necesitaba indagar, identidades, perfiles, paisajes, acciones y reacciones. Y poesía, atrozmente íntima, como no podía ser de otra manera.
¿Cuándo y cómo empieza a escribir Víctor del Árbol, el autor maduro?
La conciencia de ser escritor la tuve desde siempre. No recuerdo la primera vez que cayó en mis manos un papel y empecé a garabatear letras por puro placer estético. La conciencia de ser autor ha llegado con los años, en esa encrucijada con la que todo creador se encuentra en cierto momento de su vida: la de vencer el miedo al escarnio, a la censura y a la burla, superar el temor al fracaso y mostrarte a los demás. Cuando publiqué El peso de los muertos supe que ya no habría marcha atrás. Luego ha ido llegando la conciencia de la propia voz, su singularidad, la búsqueda del punto de vista original, el alejamiento de la imitación de los autores que admiro, la administración del propio universo creativo… En definitiva, la asunción de una entidad propia como creador.
¿Cómo fueron tus experiencias con las editoriales al principio?
Duras, excitantes, curtidoras. Aprender que el libro, una vez concluido, pasa a formar parte de un engranaje que el autor no controla genera un vértigo muy especial. Conocer todo el proceso del libro, sus etapas hasta el lector, es estimulante. Y una vacuna contra la fragilidad del ego en este país nuestro donde la cultura y la escritura son cuestiones menores.
Hoy en día eres un autor traducido a múltiples idiomas. ¿Qué idioma te falta?
No estoy traducido al alemán. Y es algo que me haría mucha ilusión, sobre todo porque me han hablado maravillas de sus lectores y de sus librerías.
Supongo que le guardas cariño a todas tus novelas pero si tuvieras que salvar una del fuego, ¿cuál sería?
La que estoy escribiendo ahora mismo.
Te gusta ser un poquito dramático (desmiénteme si me equivoco) y al final tus personajes no lo pasan muy bien ¿por qué?
No hay mucha diferencia entre el drama y la vida (y no confundamos drama con melodrama), porque el drama es el origen de la literatura y la literatura trata de explicarse ante los hombres como un espejo de sí mismos. Hay muchas acepciones para la palabra drama. A mí me gusta la de origen, del griego. Toda literatura, en realidad todo arte, se basa en el conflicto entre lo que somos y la visión idílica de lo que querríamos ser. Yo asumo que vivir es mucho más que pasar de puntillas sobre el dolor. Miramos el dolor de frente, lo sufrimos, lo superamos y seguimos adelante. Creo que mis personajes están dotados de esa cualidad tan humana, la resilencia.
La Guerra civil española, Rusia…
La memoria del olvido, las voces de los derrotados, los obligados a callar, las mentiras metódicas de la Historia, sus sujetos mitificadores, sus banderías y sus héroes… Son temas recurrentes que me interesan mucho. Somos, al mismo tiempo creadores y víctimas de la Historia, no podemos eludir su influencia en nosotros.
Y de pronto el Premio Nadal…
Es un momento de magia, para aquellos que quieren creer que eso existe, un instante de felicidad absoluta, de reconocimiento a todas las personas que te quieren y te han traído hasta ese instante (padres, amigos, esposa…). Luego pasa, vuelves a casa y te pones a escribir. Para mí, el premio Nadal ha sido un acicate para intentar vencerme a mí mismo, para ser mejor, mucho mejor escritor.
Víctor del Árbol es un escritor asequible pese a vender, ¿cuál es el secreto?
No dejarte atrapar por los espejismos. Un creador, un artista, solo puede dar lo mejor de sí mismo si tiene una actitud humilde ante la vida, si sigue interpelando a la realidad, si es consciente de que solo es una gota en un océano. Yo vivo mi vida con alegría, sabiendo que hago todo lo que está en mi mano para que así sea, trato de mejorar pero eso solo es el cincuenta por ciento de la ecuación. El resto no depende de mí y procuro no olvidarlo nunca.
¿Tiene manías a la hora de ponerse a escribir?
Escribir los primeros borradores a mano, espacios abiertos para poder fumar, dejar mi ejemplar de cada novela en la gruta de Montserrat (lugar maravilloso y mágico) con una dedicatoria anónima para quien la encuentre… Sí, tengo mis manías pero no dejo que me dominen.
Alguna anécdota literaria…
La primera versión de El Peso de los Muertos que escribí la destruí a pedazos cuando casi la había terminado porque leí un libro de Miguel Delibes que me hizo pensar que yo jamás podría hacer algo mínimamente a su altura. Me costó meses de arrepentimiento aquel gesto de estúpido orgullo.
Alguna anécdota en una Feria del Libro…
La primera vez que estuve en la Feria del libro de Madrid, hace casi doce años, firmé ocho ejemplares (entre los tres días que estuve) y a mi lado estaba un gran escritor, del que luego he sido gran amigo, que no dejaba de firmar. Me pidió que le firmase un ejemplar y creo que lo hizo por compasión.
Si tuvieras que escribir a cuatro manos ¿quién aportaría las otras dos?
Me gustaría que fuera con Lola, mi ex compañera y quien ha impulsado mis mejores historias. Y si no sus manos, me gustaría que me prestara su voz.
¿Por qué es tan difícil en este país vivir de lo que uno escribe?
Porque es difícil vivir incluso trabajando como asalariado, con los salarios medios que se cobran. Porque las instituciones públicas no nos protegen ni nos cuidan, ni nos valoran, porque sigue existiendo la idea perniciosa de que la cultura gratuita es más democrática, cuando en realidad solo es más banal. Porque, en definitiva, leemos poco y compramos pocos libros, se paga tarde, mal, o no se paga directamente, y porque no existe un sistema fiscal que nos salvaguarde como sucede en otros países de nuestro entorno.
¿Cuáles son sus influencias literarias?
Desde Herman Hesse a Albert Camus, Steimbeck, Dostoyesky, Emile Zola, Miguel Delibes, Lorca, Machado, Espronceda, Góngora… De todo y de todos se aprende si se está dispuesto.
¿Dígame algún título imprescindible?
El Extranjero, de Albert Camus.
Víctor, mientras escribe, bebe…
Café con leche en vaso. Muy caliente.
¿Recuerda algún piropo literario que hayas recibido?
“Es usted el escritor del dolor”
Cuándo planteas el argumento de tus novelas, ¿sabes el final, comienzas por el principio y todo fluye o intercalas momentos de inspiración?
La estructura está clara y su desarrollo. Pero a veces dejo que los personajes me sorprendan con algún giro inesperado que me obliga a repensarlos.
Háblanos unas palabras de El peso de los muertos, Premio Tiflos de Novela 2006 y la próxima que me lea si me convences.
Todo lo que he ido levantando después se sustenta sobre ese armazón. Alguien que quiere dejar atrás el pasado sin tener que huir. Alguien que regresa al origen de su dolor para enfrentarse a sus muertos cara a cara en una lucha feroz, a vida o muerte.
Por supuesto, unas palabras acerca de El abismo de los sueños, que llegó a ser finalista en el Premio Fernando Lara.
A veces los demás ven algo que tú no ves, pero siempre debe prevalecer tu criterio. Porque nadie más que tú sabe lo frágil que puede ser un andamiaje demasiado grandilocuente.
Y ahora lo que hace tan especial a La víspera de casi todo para hacerse con el Premio Nadal 2016.
La verdad. La verdad con todas sus imperfecciones, la verdad de un escritor que ha dado voz a sus fantasmas interiores, el roce de la locura en sus personajes, la necesidad de perdonar sin ser perdonado y un acercamiento a esa maravillosa tierra gallega de Costa da Morte. Poesía en la muerte, creación en la destrucción.
Sabemos que tiene nuevos proyectos en mente.
En septiembre publico una nueva novela tras el Nadal. Se llama Por encima de la lluvia y es una historia rompedora en lo que a mí respecta. Porque me he zambullido en la experiencia de aprender a vivir y no solo a sobrevivir.
Para terminar, ¿cómo se definiría Víctor del árbol en pocas palabras?
Soy un tipo que se mira al espejo con la esperanza de que su reflejo no le observe con demasiado cinismo.
Acabada la entrevista, el proyecto se ha convertido en realidad aun habiendo muerto antes de nacer.
Javier Torres
Leave A Comment