Este es un artículo que no se tendría que haber escrito pero que he acabado escribiendo por vergüenza. Porque siento auténtica vergüenza de que las únicas palabras que ha recibido Abel Martínez, el primer profesor muerto en España en acto de servicio (como gustan decir cuando muere un soldado), se las haya dedicado Luis Azcárate Iriarte en una carta al director publicada en El Mundo.

En acto de servicio, fíjense, murió un soldado por un error de Israel. Un soldado. No voy a entrar en si unos valen más que otros, sino por qué todo lo que rodea a la noticia ha pasado prácticamente desapercibido. Mi pregunta es por qué la muerte de una persona cuya lucha era la de sacar vidas adelante, construirlas y prepararlas para el “gran infierno del mundo” apenas merece un titular que oculta su nombre.

Como profesor que soy también estuve tentado de escribir en caliente. Pensé, ingenuo de mí, que dada la gravedad del asunto saldrían sesudos análisis en columnas de varios diarios. Que la tele nos bombardearía con entrevistas a compañeros y que incluso algún periodista radiofónico iría a hablar con profesores. Pero nadie se hizo eco de ello. Ni aquel día, ni al día siguiente, ni en los que siguieron. Ninguna consejería de educación dictaminó un solo minuto de silencio e incluso en algunos centros lo disfrazaron con la tragedia de los muertos en el Mediterráneo. Ya ven, 23.000 muertos después y ahora hacen un minuto de silencio por ellos.

En unas semanas nadie se acordará ya de Abel Martínez. Su nombre no estará en la placa de ningún aeropuerto al que no vayan aviones, ni en ningún mercado moderno pagado con sobrecostes. Ni veremos en televisión un perfil trazado al milímetro acerca de su dieta, sus relaciones de amistad, de pareja o de por qué decidió meterse a profesor. Porque ni tan siquiera para las miserias se han preocupado de indagar. No pilotaba un avión y lo hizo estrellar. No estaba en un museo haciendo de turista-soy-del-primer-mundo-a-mí-qué-me-va-a-pasar en Túnez. No hacía alpinismo en Nepal.

Estaba dando clase. Un maldito privilegiado, ¿verdad? Porque de eso va el asunto. Eso es lo que los medios silencian. Lo que no nos quieren contar es que el Rey está desnudo.

No quieren contar que esto no es simplemente un “es que el chaval estaba mal de la cabeza”. No es tan solo “mira, como en Estados Unidos”. Porque esto no es Estados Unidos y nuestros esquemas mentales, a pesar de la aculturización más superficial que real, son bien diferentes.

Hay algunas cosas de las que no se quiere hablar. Por ejemplo de que el Estado y los políticos que lo gestionan han ido gestando durante décadas una imagen del funcionario público como una casta de privilegiados que viven a cuerpo de rey. No cuentan que se acaba atrapado, por cómo está la puta vida, en una profesión que te gusta pero que no puedes ejercer y donde encima te menosprecian y te juegas la vida y la salud en clase y en la carretera. No se habla del desprecio intergeneracional, interprovincial, intermunicipal, interclase entre los profesores. Ni del odio y el rencor como sistema social, que así funciona todo. Así funciona el fútbol, la política, la educación y la economía. Y cuando hay uno al que se le cruzan los cables, porque se habla poco y mal de la drogadicción blanda y el alcoholismo de los chavales, pues pasa esto.

No se menciona a esos padres que financian e incluso compran el alcohol a sus hijos menores (a veces muy menores) bajo la excusa de que de este modo saben qué es lo que beben (prostitúyanlos y así sabrán también con quién lo hacen). No se habla de la excesiva tolerancia con un porro que “eso casi no es droga”. No se menciona nada de eso porque lo que los medios quieren silenciar hablando a gritos de psicóticos y leyes educativas es que el emperador no tiene traje, que nuestro sistema de valores ha colapsado hace tiempo, que la ilusión de la sociedad ha fracasado porque el contrato social que suscribimos está totalmente roto bajo el único motor del sálvese quien pueda.

Se menciona con frecuencia a aquellos elementos que son incontrolables para justificar la inopia, que sí es responsabilidad nuestra. Por ejemplo, se mencionan las nefastas leyes educativas, los programas de televisión con audiencias desorbitadas (alguien los verá, quizá los mismos que votan a partidos que luego dicen no haber votado), la desestructuración familiar, la crisis… y así una retahíla de monstruos distante, adimensionales, como aquel «sistema» al que se culpa de todo.

¿Y qué es el sistema? Dices mientras clavas tu pupila en mi pupila azul. El sistema eres tú. El «sistema» me cuenta un compañero de Barbate es la tolerancia con alumnos menores de edad que faltan unos días fijos a clase para recoger fardos de droga en la playa. Y luego se pasean, repito, siendo menores de edad, en su propio BMW. A lo mejor lo han visto en The Wire. Pero no es Baltimore, sino un pueblo de Cádiz. El sistema es la tolerancia sistemática de los diferentes gobiernos municipales, provinciales, autonómicos y nacionales con la Economía del Mal, que permite evitar políticas reales de empleo. Mientras se regule la válvula de lo ilegal con alguna redada de vez en cuando, todos contentos.

Todos contentos menos los profesores del Estrecho, que viven amenazados y tienen auténticos criminales en clase. Para ellos su labor no es enseñar ni educar, sino arriesgar el pellejo en lo que en otros sitios sería un correccional. Porque me cuenta otro compañero que alguna vez ha visto navajas en clase.

Puestos a hablar de armas, a otro le ofrecieron pistolas de saldo en Sevilla porque a la alumna le había llegado un chivatazo de que iban a asaltar su casa y se iban a llevar el arsenal que su familia tenía para traficar. En el mismo centro unos alumnos entraron en horario no lectivo, arrasaron con todo y luego le ofrecieron desde la Administración un guardia privado para callarles la boca y que no trascendiera a los medios. Por no hablar del alumno al que reventaron la mandíbula de una patada en la boca o del profesor amenazado por un padre casco en mano por haber expulsado a su hijo de clase.

Doisneu La Classe

Los profesores de un gran número de centros en España viven bajo una amenaza constante porque no se respeta lo que no tiene poder. El triunfo de un determinado tipo de políticas mal llamadas «sociales» a partir de los 60 trajo consigo el enarbolamiento de la mediocridad. Todos podían aspirar a igualarse en el punto más bajo porque la finalidad era la de ser iguales en la religión del consumo y el endeudamiento. El propio diseño de la EGB y el BUP en la España de Franco demostraba esta finalidad: educación básica y gratuita hasta la edad de trabajar; a partir de ahí, quien pueda pagarlo.

En los 80 se labró en bronce el lema del «hijo del obrero a la universidad». El objetivo era destruir un modelo universitario para imponer progresivamente una universidad llena de puestos digitales, endogámicos y burocratizados. En lugar de abrir la elite del profesorado universitario a nueva sangre, se abrió a nuevas clientelas. Su modelo fue el del resto del país en el siglo XX: imbricar elites viejas con nuevas, ya que muchos de los «nuevos» aspiraban, como la burguesía decimonónica, a convertirse en aristocracia.

Fue así como la educación, aquí y en otros países, se convirtió en algo secundario. Todo debía ser economía. En los 80, en los 90, en las políticas de todos los partidos, la obsesión era el crecimiento económico, ya fuera legal, alegal o ilegal.

En todo ese proceso, cuando hizo falta abrir la mano, construir institutos y contratar profesores, se hizo. El dinero lo calla todo. Los supuestos privilegios difundidos desde la administración hacia el elemento de la cultura popular harían que pudieran pasarse por alto los alumnos que van por la mañana a traficar con droga al centro y por la tarde a Proyecto Hombre. Podrían pasar por alto a esa madre que viene a traerte el niño expulsado por amenazar a un profesor porque ella no lo quiere tener en su casa, que lo aguantemos nosotros «que nos pagan por ello y a ella no le dan nada por tenerlo» (literal, oído por quien les escribe). Porque la culpa es nuestra, como se encargaron de decir los que en los 80 introdujeron la palabra «motivación» en el lenguaje pedagógico, como si en la vocación y en la pasión por lo que uno hace no fuera implícito el hecho de la motivación.

Ahora, que tanto se habla de empoderamiento, les pregunto, ¿qué poder tiene un profesor cuando lo que hace no vale para nada según el contrato social? Se respeta solo lo que tiene poder. Por eso nadie usa una ballesta contra Rato, o contra Blesa, Chaves, Mar Moreno, o contra toda la caterva que ha robado, defraudado, estafado y llevado a este país a la ruina. Porque a pesar de todo, todos saben que lo que han hecho lo han hecho por poder.

Abel Martínez no tenía ningún poder. No lo tiene ningún profesor cuando te dicen «yo cargando con droga gano más que tú en un año». No puede tenerlo cuando un alumno de 14 años puede permitirse el lujo de cogerte por el cuello e irse riendo una hora más tarde porque su castigo es irse expulsado 1 mes (o no tener ningún castigo). No puede tenerlo cuando quien tiene poder no tiene estudios, ni se avergüenza por ello. Cuando ni siquiera entre los propios representantes de lo público se defienden entre sí.

No se puede tener poder en esta cultura del «pobrecito». Se olvida tantas veces que uno de los grandes logros de nuestro «sistema» es precisamente la oferta de oportunidades. Nunca en la historia de este país un alumno ha tenido tantas oportunidades para salir adelante. Orientadores, tutores, servicios sociales, planes de atención a la diversidad, adaptaciones curriculares, repeticiones de curso, exámenes de recuperación… No se hacen ustedes a la idea de lo poco que hay que hacer para tener un mínimo de estudios en España.

Sin embargo, todos son «pobrecitos». Pobrecito por su familia, por su medicación, por su entorno, porque toma drogas, porque se emborracha con el alcohol que le compran los padres, porque su padre es otro hijo de puta encerrado en la cárcel por pegarle a su madre… Y es el profesor, que no es un pobrecito sino un privilegiado, quien tiene que cargar con sus iras en clase, con las psicosis. Pobrecito porque en vez de estar atendido en un centro adecuado la administración ha decidido que es mejor (y más barato) que esté donde están todos. Pobrecito porque los 3345 profesores agredidos en 2014 fueron golpeados, vejados y amenazados por pobrecitos con miles de oportunidades regaladas que no han querido aprovechar.

Porque, ¿son los profesores quienes disfrutan de sus cuentas en Suiza, de tablets y móviles regalados al entrar a dedo y por clientelas en sus puestos? ¿Gozan de los privilegios de una pensión vitalicia por unos meses de trabajo en su vida?

Son héroes, que nos llamó Susana Díaz. Mire usted, no aspiramos a ser héroes porque los héroes mueren. Ser profesor no puede ser un acto de heroicidad. Y eso es de lo que ningún medio quiere hablar. No quieren hablar de la ruptura del contrato social que solo se sostiene porque aún somos un país que mira hacia arriba con respeto (tal vez con envidia) y hacia abajo con desprecio.

Si mañana alguien con una ballesta hecha en su casa matara a un solo político, a un único banquero, cientos de tertulias abrirían durante semanas con su semblanza. Pero si usted es profesor, sepa que nadie lo hará cuando esté muerto.

Aarón Reyes (@tyndaro)

Francisco Huesa (@currohuesa)