Recientemente tuve acceso a algunos de los textos e ideas que la filósofa Chantal Delsol ha desarrollado en su libro El final de la Cristiandad. Esta obra, aún no publicada en España, gira en torno a presupuestos que ya han tratado otros intelectuales como el novelista Michel Houellebecq y que no son otros que las causas, realidades y consecuencias de la crisis de la civilización cristiana.

Para evitar interpretaciones malintencionadas me veo en la necesidad de puntualizar que, al hablar de cristianismo, no me estoy refiriendo a las diferentes iglesias, credos y sectas seguidoras de Cristo, sino al marco de pensamiento común que durante casi veinte siglos han compartido Europa y sus áreas de influencia.

La cristiana es una civilización culta con base en tres pilares: la Filosofía de Grecia, el Derecho de Roma y la Ética judeocristiana. Los griegos, en su empeño por dar explicaciones racionales a los misterios del mundo (el logo que remplaza al mito), terminaron por generar, aunque pueda parecer contradictorio, una fe en la existencia de la verdad. Una verdad tal vez inalcanzable cuya búsqueda constituía la consumación de la reflexión metafísica.

Saulo de Tarso (San Pablo en los ambientes) soldó este pensamiento griego con las enseñanzas de Jesús de Nazaret y, a la lucha por acercarse a la verdad (o estar en posesión de ella pues, como dice Cristo en los evangelios, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”¹), le integró la idea del progreso histórico. La concepción de la Historia iba a cambiar para siempre en el zona europea y mediterránea. El carácter circular de periódica renovación iba a ser sustituido (o complementado) por una visión lineal del tiempo en la cual se progresa hacia el fin último, se apellide este Dios, Alá, sociedad comunista o Estado de Bienestar y de Derecho.

Es el Derecho, la ley (que no es lo mismo que la justicia), el tercer gran sostén de la civilización cristiana. La ley es el garante de la igualdad y de la libertad de los individuos, el texto que salvaguarda la dignidad del ser humano. Roma garantizó a través de su Derecho, no sólo la defensa individual de las personas, sino también un código de convivencia común al cual acogerse en última instancia, un sostén para defender la ética colectiva.

Así definida, la cristiandad está sucumbiendo ante los dictados de las nuevas iglesias y poderes, reemplazándose la fe en la dignidad sustancial del ser humano, la búsqueda de la verdad y la inviolabilidad del Derecho por el valor cuantitativo que tiene el individuo para el Estado y el mercado turbo-capitalista. El hombre pasa al servicio de las nuevas causas globales, de un neopaganismo que tiene como único propósito legitimar y afianzar el poder establecido². Para ello ha creado un revestimiento pseudoideológico de etiquetas globales bajo cuya superficie no se esconde nada más que el afán de unos pocos por incrementar su imperio y su riqueza. Han culpado al ser humano como especie y como ciudadano social y lo han condenado por el mero hecho de pertenecer a la Humanidad (neocalvinismo). Al mismo tiempo, han desposeído a la persona de responsabilidad, infantilizándola en una percepción individual de constante reinicio (visión circular de eterno retorno y renovación de uno mismo, de la Historia y del tiempo). En definitiva, han vaciado el corpus filosófico del cristianismo para fundar una sociedad de etiquetas vacías en la cual somos simplemente productores-recolectores, insignificantes y sumisas abejas con una existencia limitada a servir a sus reinas.

Para lograr este objetivo, los gobiernos han ido degradando deliberadamente la Educación. La han empobrecido, desprestigiado y limitado a las élites, creando la consciencia general de inutilidad de las ciencias (Matemáticas, Química, Física, Lengua, Filosofía, Historia…). Los “ciudadanos libres” han sido programados para reclamar una educación útil que enseñe a tener relaciones sexuales (tema que, por cierto, se trata en Biología de 3º de ESO), a comer, a rellenar una declaración de Hacienda, a tramitar una nómina y, especialmente, a gestionar tus emociones. En definitiva, a evitar cualquier tipo de frustración o fracaso, a negar la virtud del pensamiento abstracto, a llevar una vida sosteniblemente feliz como buenos productores-consumidores. La gran distopía ya es realidad.

En estas, se implanta la LOMLOE, la enésima ley educativa del Estado Español. Su fin descarado (no se le puede negar la sinceridad, los próceres pedagógicos y los políticos se han quitado definitivamente la careta) es adoctrinar a futuros trabajadores en cuestiones globales del nuevo credo. La LOMLOE obliga al alumnado a formarse en competencias con el objetivo de transformarla en maquinaria útil que afronta realidades laborales concretas. Los nuevos titulados dominan habilidades y destrezas específicas, mecánicas, pero desconocen las ciencias, carecen de pensamiento crítico y son incapaces de resolver problemas abstractos. Educar ya no es otorgar dignidad al individuo con conocimientos que lo encaminen a la búsqueda de la verdad desde el pensamiento crítico. Educar en la LOMLOE es producir eficientes, pobres, incultos y felices siervos en serie.

Las consecuencias son terribles para la sociedad. La primera, ya expresada, es la muerte de la cristiandad y, por tanto, la pérdida de la verdad como referencia, el quebranto de la dignidad del individuo y el ocaso del Derecho como garante legal. La última secuela será el fin de la democracia y el comienzo de un nuevo periodo de esclavitud que, probablemente, haya empezado ya.

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  1. Juan 14:6

2. El profesor y doctor en Historia Alfonso Lazo desliza esta idea en muchas de sus impagables tablillas de Itálica, publicadas en la red social Facebook.

Curro Huesa (@currohuesa)