En estos tiempos extraños y en esta España bipolar del tú contra mí y todos contra todos es muy fácil caer en la tentación de etiquetarnos como hicieron hace ya más de 80 años nuestros abuelos y bisabuelos: rojos, fachas, etc. En definitiva, las dos Españas que tanto se dice haber superado pero que están siempre, como diría El Corte Inglés, más de moda que nunca.

Dispuestos a hacerse la puñeta y fusilarse, los dos bandos identifican claramente quién es el contrario a exterminar. Pero algunas veces, surgen individuos o fenómenos que son perseguidos con igual saña por ambas tendencias, rasgo que sin ser típicamente español, sí que encaja a la perfección en la idiosincrasia de un país que nunca acaba de autodestruirse[1].

Esto es una muestra palpable de que las clasificaciones no son más que torpes intentos de simplificar una realidad. Una realidad que muchas veces es más rica y muestra más facetas de las deseables para aquellos interesados en vivir del simplismo y la estupidez ajena. En este artículo trataremos sobre uno de esos caracteres fusilables por ambos bandos y de un libro maldito que hasta la fecha ha pasado 80 años sin ser editado en España, proscrito por los mismos que decían seguir sus ideales.

RAMIRO LEDESMA Y ROBERTO LANZAS, DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA

Para empezar porque eran la misma persona: el primero el hombre de carne y hueso, el segundo su seudónimo literario como autor de ¿Fascismo en España?, la obra que vamos a analizar en estas líneas tratando de no hacer spoiler.

Nacido en una apartada comarca zamorana e hijo de un maestro, se las arregló para entrar a trabajar en el servicio de Correos cuando era muy joven, tanto que terminó sus estudios mientras trabajaba destinado en Madrid.

Licenciado en Filosofía y Letras y discípulo de Ortega y Gasset (un pedante que acabó mendigando reconocimiento en la España de Franco), inició una prometedora carrera de crítico literario, colaborando en prestigiosas revistas intelectuales españolas, como la Revista de Occidente y la Gaceta Literaria, donde conocería a uno de sus colaboradores más cercanos en los tiempos de fundación de las JONS, Ernesto Giménez Caballero. Éste estaba vinculado a las vanguardias literarias, estéticas y políticas. A través de su señora, una italiana, se interesó por el fascismo y la política de Mussolini y fue introduciéndolo, más mal que bien, en España.

Influenciado por este ambiente, el joven funcionario de Correos, abandonó su carrera de esnob criticón de libros ajenos y se embarcó en una más ambiciosa empresa, como era la de salvar a España, incluso a pesar de sí misma. Crítico con la naciente República, a la que consideraba demasiado poco española y desengañado del régimen primorriverista, vio la urgencia de subir a España al carro de la modernidad, que en aquellos años estaba encarnada por la Italia de los “camisas negras”.

En octubre de ese mismo año, el amorfo grupo articulado en torno a un semanario político de inspiración italiana, La Conquista del Estado, dio lugar a la formación de las JONS, cuyos centros de acción se hallaban entre los universitarios madrileños y algunos pequeños propietarios agrícolas de Castilla la Vieja[2]. Entre ellos destacaba el vallisoletano Onésimo Redondo, un antiguo sindicalista católico convencido del uso de la violencia para implantar un modelo de Estado nuevo (las hostias no solo valen para comulgar).

Las JONS iban a vivir numerosas vicisitudes a lo largo de sus tres años de vida independiente, sobre todo debido a su nula capacidad de financiación (oponerse violentamente a los grandes capitalistas es lo que tiene) y a la consideración de grupo subversivo que le adjudicaron los sucesivos gobiernos republicanos. Amalgamada con Falange Española desde 1934 en las kilométricas siglas FE de las JONS, en lo que fue un matrimonio de conveniencia[3], Ledesma no tardaría en chocar con José Antonio Primo de Rivera, abandonando la formación en 1935. Su obra ¿Fascismo en España? nos relata a través del ficticio militante jonsista Roberto Lanzas el interesante recorrido, plagado de vicisitudes, de la pequeña minoría de fascistas que había en España en 1935.

¿FASCISMO EN ESPAÑA?: UNA OBRA POLÉMICA

Que diseccionaremos, como dijimos más arriba, haciendo el menor spoiler posible. El libro, breve y con una prosa directa, aunque no exenta de cierta retórica de la época, se divide en dos partes, incluyendo cada una de ellas un número variable de capítulos.

La primera parte hace referencia al fascismo en su época como “revulsivo” de unas sociedades amenazadas de algún modo por el auge del comunismo en los años 1920 y 1930. Así el fascio se define como un movimiento de transformación social, revolucionario y nacionalista, capaz de enderezar a los obreros “descarriados” por el marxismo.

Seguidamente se exponen las vicisitudes del fascismo en España, centrándose en su origen e introducción y haciendo patente su disconformidad hacia los primorriveristas y monárquicos que al hilo de la modernidad pretendían subirse al carro:

Retrata con mordacidad y algo de mala leche el intento del médico José María Albiñana[4], que fundó el Partido Nacionalista Español nada menos que en Barcelona. Éste, si bien era un tradicionalista declarado, copió algunos arreos externos, incluida una milicia del partido, los “Legionarios de España”. Ledesma siempre consideró a Albiñana como lo que era: un defensor de los terratenientes y de la reacción. Por lo tanto, un enemigo de la causa de la “revolución nacional” que hacía más mal que bien en la actividad política.

Es de destacar también su curiosa admiración por un adversario marxista, Joaquín Maurín, líder del malogrado POUM[5], purgado convenientemente tras los Sucesos de Mayo en 1937[6]: pone por encima de todo la honda preocupación de Maurín por el bienestar del obrero patrio, la “revolución nacional” y la fuerza de la juventud.

Trata también esta primera parte de la incapacidad de las fuerzas democráticas y los partidos burgueses para acometer la tarea de la redención nacional, con especial desprecio hacia la burguesía izquierdista, capaz de convertir a España en una especie de “Méjico” (sic).

La segunda parte de la obra, más extensa, se dedica a relatar las actividades de las JONS desde su fundación en Madrid hasta el año 1935, cuando Ledesma decide abandonar FE de las JONS y articular de nuevo el movimiento por separado. Aquí, entre asaltos a locales de partidos marxistas (generalmente el PSOE y el PCE), peleas callejeras, represalias, tiroteos y muertes, que constituyen el ABC de la política mundial en los años 30, se abren paso algunos temas interesantes, por lo desconocido.

En primer lugar, el trasvase casi continuado de tránsfugas entre los partidos y grupos revolucionarios (incluyendo a las JONS) en la agitada vida política de la República: anarquistas, comunistas, socialistas y jonsistas eran etiquetas, en muchos casos, artificiales. Quien una semana te abría la puerta de un cuartillo para escapar de la policía, podía tirotearte el mes siguiente al doblar una esquina.

Seguidamente es interesante analizar el rechazo que le provocaba la derecha convencional (paradójicamente, tendencia que se apropiaría de su herencia política) por “reaccionaria” y defensora de una moralidad y una sociedad “tradicional”, con los intereses de los terratenientes y la iglesia de Roma planeando sobre el resto de la “nación”.

Por último, las relaciones con los otros capitostes del fascismo patrio dejaban mucho que desear. Ledesma se consideraba a sí mismo el único que entendía bien lo que era una revolución nacional, contraria al capitalismo y al marxismo. El resto, pensaba él, no eran sino derechistas asustados por el auge del movimiento obrero marxista.

Al unificarse las JONS y Falange Española, las cúpulas dirigentes se amalgamaron más mal que bien, merced a los caracteres de las personas que las formaban: Alfonso García Valdecasas, intelectual y escritor, se mantuvo en el partido hasta que, como relata mordazmente Ledesma, se casó con la hija de un millonario y se fue de luna de miel para no regresar. Así el “cuarteto” dirigente se transformó pronto en un triunvirato con el propio Ledesma, Ruiz de Alda y Primo de Rivera.

Julio Ruiz de Alda[7] es descrito como un malísimo orador, pero al mismo tiempo, un buen organizador y gestor de grupos humanos (era militar de carrera). De José Antonio Primo de Rivera guarda Ledesma un recuerdo ambivalente: hombre de gran cultura y educación, Ledesma vio en él grandes dotes de jefe, aunque lastradas por su “dependencia” del dinero de los derechistas que pretendían usar (y usaban) a FE de las JONS para amedrentar a los sindicalistas anarquistas y marxistas y por la figura de su padre, el dictador.

La relación entre ambos no fue fácil y Ledesma, finalmente, decidió arriesgar: abandonó el partido sincrético e intentó sin éxito, revitalizar las JONS volviendo a la esencia de 1931: nacionalismo, sindicalismo, antiseparatismo (por burgués). No consiguió nada. Se convirtió en un paria de la política, superado por la mejor financiada Falange de las JONS.

Apartado casi de la vida política, el destino le encontró al poco de iniciarse la Guerra Civil, siendo ejecutado por milicianos del Frente Popular en Aravaca (Madrid).

DESTINO DE LIBRO, DESTINO DE ESCRITOR

Libro y escritor bajaron de la mano al infierno del olvido durante casi ochenta años.

Ledesma tuvo que cargar con el estigma de ser calificado como “demasiado proletario” para la España Nacional, aburguesada, católica e hipócrita, que prefirió como mártir a Primo de Rivera, una figura más aseada, menos brusca y más “trascendente” desde el punto de vista de la propaganda.

El hecho de que Ledesma se hubiese enfrentado a él lo descalificaba para entrar en la Santísima Trinidad de los mártires del franquismo, compuesta, paradójicamente por gente que en vida no tuvo demasiado en común: José Antonio, Calvo Sotelo y Onésimo Redondo[8]: un burgués atraído por el “fascismo”, un monárquico anti demócrata y un jonsista, respectivamente.

Así, de modo irónico, la destrucción de las JONS y de un fascismo español capaz de apropiarse del Estado vino de la derecha católica tradicionalista, partidaria de los latifundistas y de la Iglesia: la España casposa y beaturra que los jonsistas decían odiar casi tanto como al marxismo.

La puntilla la dio el Decreto de Unificación de 1937, por el que FE de las JONS se unía con su antítesis: el carlismo de la Comunión Tradicionalista. El resultado fue un partido, FET de las JONS, con unas siglas tan largas como vacía era su ideología. La Revolución Nacional se transformó en la “Revolución Pendiente” a un ritmo tan rápido como al que los derechistas católicos, burgueses y socialistas y comunistas entraban en las filas de la nueva Falange de Franco.

Estos “Camisas Nuevas” en el argot de la época fueron desplazando a los “Camisas Viejas” cuya ideología obrerista era incómoda para los dirigentes de la Nueva España. De esta manera, fue el Estado el que se apropió del partido fascista y no al revés, en lo que fue un caso único en la historia de este movimiento político.

De resultas de todo ello y al socaire del desarrollo de la II Guerra Mundial, la obra de Ledesma fue censurada en la práctica, dejándose de editar, hasta ser rescatada hace poco del sueño de los justos. Su título, interrogativo, pareció ser una premonición de la evolución española de la única ideología que Europa legó al siglo XX.

Ricardo Rodríguez

[1] Otto von Bismarck, el famoso canciller de Prusia, estableció que España era la nación más poderosa del mundo, ya que llevaba siglos tratando de autodestruirse sin lograrlo.

[2] Nombre pretérito que corresponde, chispa más o menos, a la actual Castilla-León

[3] Falange, formada por selectos miembros de la alta burguesía, poseía liquidez. Las JONS aportaron los símbolos (yugo y flechas, bandera rojinegra) y la ideología

[4] Hombre de procelosa vida, sería asesinado en 1936 en la Cárcel Modelo de Madrid

[5] Partido Obrero de Unificación Marxista. Fue un pequeño partido marxista-leninista opuesto a los dictados de Moscú.

[6] Ver el artículo “Algo pasa en Barcelona”

[7] Aviador militar, fue uno de los integrantes de la tripulación del Plus Ultra, que atravesó el Atlántico desde Palos a Buenos Aires en 1926, en compañía de Ramón Franco, Rada y Durán. Todos ellos se convirtieron en héroes muy populares en todo el país.

[8] Redondo, fiel a su palabra, se echó al monte con una partida de seguidores. Encontró la muerte en Quintanilla de Abajo, en buena lid contra milicianos del Frente Popular. El pueblo sería rebautizado como Quintanilla de Onésimo, en loor de santidad.