Que robar es más fácil que trabajar pueden atestiguarlo desde los grandes imperios hasta conspicuos miembros de nuestra actual clase política. Sin embargo hay una serie de ladrones que han cautivado, gracias al periodismo sensacionalista primero y al celuloide después, la imaginación y los sentimientos del común de los mortales: los forajidos del Oeste americano.

Héroes o villanos que Hollywood nos presentó de forma maniquea vestidos de negro, disparando sin recargar (y sin derramar sangre, gracias al Código Hays) o mordiendo el polvo alcanzados por un John Wayne cualquiera.

En este humilde artículo intentaremos arrojar un poco de luz sobre esos personajes tan admirados como temidos en su época y tan evocadores para el público moderno.

Aquí no encontraremos al pendenciero Liberty Valance, sino que conoceremos a un montón de indeseables “outlaws” reales como la vida misma, capaces de las mayores tropelías y audaces atracos que podamos imaginar

CARACTERES

Si pensamos en un forajido del Oeste, nuestra imaginación hará un compendio de tópicos a los que nos han acostumbrado el cine, la televisión y para los mayores de 60, las novelas de Marcial Lafuente Estefanía[1], que conseguía sus ambientaciones usando una guía telefónica, un atlas y un libro de historia estadounidenses.

Vestidos de oscuro, con media barba, un caballo preferiblemente negro (y al decir del refrán, lento), mal encarado, blasfemo y de gatillo fácil y certero, el forajido, acompañado de su inseparable “banda”, se dedica a vagar sin rumbo fijo por las zonas de frontera asolando pueblos cual plaga de langosta.

Algo alejado de la realidad, si vemos las fotografías de la época, en las que la mayor parte de las veces es difícil distinguir al granjero del asaltante de trenes.

Muchos de ellos tenían familia y domicilio conocidos y eran respetados y en algunos casos, queridos, en las comunidades donde se asentaban. En ocasiones tenían trabajos decentes, usando los asaltos como un medio para completar sus magros emolumentos.

Otras veces se trataba de agentes de la ley rebotados, que unas veces estaban a un lado de la línea y otras veces al otro, habida cuenta del laxo sistema legal de Estados Unidos en la época: bastaba ser reunido por un sheriff[2] y jurar hacer cumplir la ley para convertirse en alguacil provisional.

Un gran vivero de forajidos fue el de los veteranos de guerra inadaptados, en su mayor parte antiguos guerrilleros confederados de la Guerra de Secesión, que usaban sus conocimientos tácticos para el robo y su ideología política para justificar sus acciones (“El Norte nos roba” que diría el otro).

Un grupo especial lo componían los “comancheros”, contrabandistas que vendían whisky y armas a las belicosas tribus del suroeste[3], a cambio de ganado que los indios robaban en México o en los propios Estados Unidos y que ellos revendían en las grandes ferias de ganado y otras mercaderías.

Buscavidas, oportunistas, vaqueros en paro y matones a sueldo, junto a unos pocos indios, esclavos manumitidos y marginados completaban la ración.

LOS PRIMEROS FORAJIDOS: LA “BANDA DE LOS JOAQUINES”

Curiosamente los primeros ejemplos de bandas organizadas de forajidos aparecieron entre las comunidades de mexicanos de California al calor de la Fiebre del Oro de la década de 1850.

Una serie de leyes encaminadas a eliminar a los buscadores de oro no anglosajones por parte de las autoridades es el argumento que generalmente se ha empleado para explicar la aparición de bandas de ladrones formadas por emigrantes hispanos, generalmente mexicanos, chilenos y peruanos: arrojados a la marginalidad al negárseles un trabajo, tuvieron que apañárselas como buenamente pudieron.

Uno de los grupos más activos iba a ser la llamada “Banda de los Joaquines”, liderada por el carismático Joaquín Murrieta, secundado por “Tres Dedos” y otros cuatro “joaquines”: Botellier, Ocomoreña, Carrillo y Valenzuela, aterrorizó a las poblaciones no latinas de California, robando oro y ganado desde su refugio en Sierra Nevada entre 1850 y 1853.

Joaquín Murrieta, forajido, mexicano, mejor persona

Joaquín Murrieta, forajido, mexicano, mejor persona

En este año, el gobierno local creó los Rangers de California para acabar con ésta y otras bandas similares.

Este cuerpo, dirigido por un antiguo Ranger de Texas, el capitán Love, aseguró haber dado muerte a Joaquín Murrieta, exhibiendo su cabeza en un frasco de brandy y cobrando la recompensa por su captura.

Envuelto en la leyenda, la figura de Joaquín Murrieta ha servido como catalizador de las reivindicaciones de los hispanos frente a los atropellos de los “anglos” en las zonas del suroeste de los EE. UU.

Protagonista de numerosas canciones populares y del libro de Ridge “Vida y aventuras de Joaquín Murrieta”, más tarde el escritor Johnston McCulley lo usaría de base para su personaje “El Zorro”, una especie de Robin Hood californiano.

Su testigo delictivo lo recogió su sobrino Procopio, un activo bandido californiano durante las décadas de 1860 a 1880.

WILLIAM QUANTRILL: EL PROFESOR DE BANDIDOS

Las guerras, especialmente las civiles, actúan muchas veces de antesala de un incremento de la delincuencia en la inmediata posguerra.

Así durante la Guerra de Secesión en Estados Unidos ambos bandos hicieron uso extenso de tropas irregulares compuestas por hombres de frontera.

Estas tropas se dedicaban a una sucia guerra de guerrillas en la zona limítrofe entre los estados esclavistas y abolicionistas, especialmente en la zona de Missouri.

Allí adquirió protagonismo un antiguo profesor rural transformado en hombre de frontera llamado William Clarke Quantrill[4].

Temperamental y violento, como cualquiera de sus congéneres, creó una guerrilla pro-confederada que actuó por su cuenta en las zonas fronterizas.

Sus expeditivas tácticas consistían en la rapidez de movimientos a caballo y los ataques por sorpresa a convoyes y poblaciones partidarias de la Unión.

William Quantrill, el amigo de los niños

William Quantrill, el amigo de los niños

Tan brutales eran sus métodos que el ejército confederado, del que no formaba parte, le asignó el cargo honorífico de “capitán” de su propia unidad, la Compañía de Quantrill con el objetivo de hacerle respetar las mínimas leyes de la guerra, sin éxito.

Su acción más famosa fue el saqueo e incendio de la localidad de Lawrence, Kansas, en 1863, acompañada del asesinato de 200 hombres y niños (curiosamente las mujeres fueron respetadas en la matanza).

Entre sus compañeros de correrías destacaron William “Bloody Bill” Anderson[5] y unos alumnos aventajados como los hermanos James (Jesse y Frank) y Younger (Cole, Jim, Bob y John) que alcanzarían la notoriedad tras la guerra.

LAS GRANDES BANDAS Y EL FIN: JAMES-YOUNGER, THE RUSTLERS, THE COWBOYS, LOS DALTON, BUTCH CASSIDY

Como dijimos anteriormente, el fin de la Guerra de Secesión empujó a muchos hombres a la senda delictiva, por una serie de razones:

-algunos regresaron para encontrar sus haciendas destruidas o sus mujeres en brazos de algún “emboscado”

-otros, especialmente los perdedores sureños, argumentaban la persecución a la que se veían sometidos por parte de las nuevas autoridades

-finalmente algunos se acostumbraron al modo de vida libre y salvaje que comportaba la guerra y fueron incapaces de readaptarse a la vida civil.

La aparición de numerosas bandas de delincuentes que pululaban en las zonas casi vírgenes del interior de EE.UU. no se hizo esperar.

Una de las más célebres sería la encabezada por dos grupos de hermanos, procedentes de la mencionada Compañía de Quantrill: la banda James-Younger, protagonista de numerosos robos y asesinatos que parecen remontarse a 1866, sólo un año después del fin de la guerra.

El objetivo de la banda eran los bancos y los trenes, justificando sus acciones porque los propietarios de ambos tipos de negocios eran “yankees” que estaban despojando al sur. En realidad sus propósitos eran simplemente crematísticos, aunque de vez en cuando socorrían a sus convecinos con la sana intención de comprar su silencio.

El más carismático de sus componentes fue sin duda Jesse James, el forajido arquetípico: hijo de un pastor protestante, a los 16 años se unió a Quantrill, en compañía de su hermano Frank, combatiendo hasta el fin de la guerra.

Hábil jinete y con un valor rayano en la temeridad, lideró a la banda hasta el fiasco de Northfield[6] (1876), tras el que la banda James-Younger desapareció, sustituida por la “James Band”, que siguió cometiendo atracos seis años más, a pesar de la persecución del gobierno y de la poderosa agencia de detectives Pinkerton.

Sus correrías llegaron a su fin cuando en 1882 Robert Ford, un miembro de su banda, le disparó en la nuca con un revólver Schofield[7], con el honesto propósito de cobrar la recompensa por su cabeza.

Coetáneamente otro célebre truhan comenzaba su carrera delictiva al verse involucrado en una guerra sucia entre los ganaderos del condado de Lincoln: William H. Bonney[8], un pobre diablo buscavidas que fue empleado por el inglés John Tunstall en su explotación.

Butch Cassidy y su banda, de gira

Butch Cassidy y su banda, de gira

Este ganadero, un recién llegado, junto con otros socios, estaba enfrentado a los negociantes ya asentados, que sobornaban al sheriff local.

Éste asesinó a Tunstall, lo más parecido que Bonney tuvo a un padre en toda su vida. En venganza, sus empleados formaron una partida y se dedicaron a matar a sus adversarios allá donde los encontraban, curiosamente, al amparo de la ley[9]. Bonney entró en la leyenda: había nacido Billy the Kid.

Numerosos encontronazos con las autoridades federales, huidas, robos y asesinatos, hicieron célebre al grupo por todo Nuevo México. Para sobrevivir se dedicaban a robar ganado, de ahí el apodo de la banda (The Rustlers/Los Cuatreros), en la que se encontraban tanto anglosajones como algunos mexicanos como su compañero Chávez.

Su persecución y muerte a manos de Pat Garrett son parte del Olimpo del Far West por derecho propio.

Otra de las bandas míticas del periodo tuvo su hogar en los desolados parajes de Cochise County, en Arizona. Serían los protagonistas de numerosos asaltos y tiroteos, como el celebérrimo duelo en Ok Corral contra Wyatt Earp.

En esta ocasión el cine ha deformado mucho la realidad de los “Cowboys”, presentándolos como una banda perfectamente organizada a través de las diferentes películas en las que estos aparecen.

En realidad eran un grupo de unos 200 ó 300 individuos dedicados a negocios turbios que se apoyaban entre sí llegado el caso: normalmente se trataba de pequeños rancheros que se dedicaban ocasionalmente a pequeños robos, extorsiones y a la reventa de ganado que ellos mismos robaban en México. Ocasionalmente se empleaban también como matones a sueldo o en el cobro de morosos. Emprendedores con un negocio diversificado, que dirían algunos.

Entre sus miembros más destacados se encontraban los hermanos Clanton, los hermanos McLaury, Johnny Ringo y William “Curly Bill” Brocius.

La palabra “cowboy”, con la que eran conocidos, era en la época un insulto equivalente a cuatrero o bandido, por lo que los vaqueros honrados se sentían ofendidos si eran llamados de ese modo.

Así pues esta especie de “asociación comercial” prosperó al abrigo de las flexibles leyes de la frontera, hasta que una serie de cambios económicos y legales supusieron el fin de sus días.

En primer lugar, las tensiones entre el gobierno federal y el local motivaron que las acciones de este tipo, toleradas por las autoridades de los pueblos y condados donde vivían (que se llevaban una parte del negocio), fuesen perseguidas por Washington. De este modo, los sheriffs locales llegaban a enfrentamientos armados con los agentes del orden del gobierno que querían encarcelar a sus inocentes vecinos.

Por otro lado, la cada vez mayor presencia de comerciantes e industriales venidos de fuera (y especialmente de los estados norteños) incomodaba a los rancheros locales, partidarios de un estilo de vida agreste y fronterizo, frente a la paz social que demandaban los recién llegados.

Este fue el telón de fondo en el que se desarrolló el tiroteo en Ok Corral el 26 de octubre de 1881: el enfrentamiento fue entre dos pandillas de matones, aunque algunos de ellos, en este caso los Earp y su amigo “Doc” Holliday estuviesen en ese momento al servicio de la Ley.

Ese fue el punto de salida de una guerra sucia, tanto a tiros como legal, entre los Earp, encabezados por Wyatt, que representaban al gobierno central (y a sus intereses económicos personales) y los “Cowboys” restantes, que se amparaban en el sheriff de Tombstone, que los empleó como ayudantes.

La intervención final del gobierno, que implantó una sólida presencia militar en Arizona acabaría finalmente con la pugna.

De todas las famosas bandas, una de las más tardías sería la de los hermanos Dalton, parientes de los hermanos Younger y fuente de inspiración para los simpáticos antagonistas de Lucky Luke.

Estos pasaron de corruptos representantes de la Ley a formar su propia banda criminal: mientras eran ayudantes del sheriff, Bob y Grat Dalton fueron condenados por contrabando de bebidas alcohólicas con los indios y por robo de caballos.

En 1890 lideraban su propia banda, a la que se unieron otros hermanos, Jack y Emmet, empleándose en el no siempre lucrativo negocio del robo de trenes.

Decididos a mejorar sus suerte, se pasaron a robar bancos, intentando robar los dos bancos de Coffeyville, Kansas, a plena luz del día y ataviados con barbas postizas.

Los vecinos, armados y dirigidos por las autoridades locales, se enzarzaron en un tiroteo en el que murieron cuatro de los asaltantes, quedando así la banda desarticulada. Era 1892 y los tiempos de los forajidos estaban tocando a su fin.

Esto lo comprobaron en carne propia el célebre Butch Cassidy y su compañero, “Sundance” Kid[10], quienes, dándose cuenta de que no tenían sitio en los Estados Unidos de principios del siglo XX, emigraron a Sudamérica para continuar con su estilo de vida en la siempre peligrosa Bolivia de los primeros años 1900.

Dedicados a pequeños robos que no les merecían la pena, asaltaron al pagador de una compañía minera, robándole las nóminas de los mineros. Cercados por las autoridades locales y un piquete del ejército boliviano, se supone que murieron en el enfrentamiento, ubicado en la localidad de San Vicente, en 1908. Confusos relatos posteriores afirmaban que al menos uno de los delincuentes había sobrevivido y que murió siendo ya un anciano.

Con ellos murió un modo de vida, rudo, salvaje y con normas flexibles, pero un modo de vida, al fin y al cabo, que transporta a algunos hoy día a una tierra de emocionantes aventuras.

Ricardo Rodríguez

[1] Escritor español que produjo unas 2600 novelas del Oeste desde los años 40 hasta su muerte. Ingeniero, llegó a ser general artillero en el Ejército Popular durante la Guerra Civil Española y uno de los autores más prolíficos y populares de la literatura española.

[2] El sheriff era un cargo electo por la comunidad. En las poblaciones del Oeste era el que monopolizaba la violencia y por tanto en muchas ocasiones sobornado por empresarios, políticos o ganaderos sin escrúpulos para deshacerse de sus enemigos. Muchas veces eran delincuentes o pistoleros aupados al cargo por estos poderes fácticos.

[3] Generalmente comanches o apaches

[4] Quantrill llegó a liderar una fuerza de 400 hombres, la mayor parte de ellos gentes duras de la frontera, desertores o criminales. Murió en acción de guerra a los 27 años en 1865.

[5] Anderson implantó la costumbre india de arrancar los cueros cabelludos de sus enemigos. Tras pelearse con Quantrill recibió en su banda a los hermanos James. Murió en 1864 en acción de guerra.

[6] Localidad poblada por inmigrantes suecos, la población local se defendió tenazmente contra el asalto al banco. La mayor parte de la banda fue liquidada o apresada.

[7] Irónicamente era el modelo que usaba el mismo Jesse James

[8]Uno de los nombres de Billy the Kid, también conocido como Henry McCarty. Una foto suya, publicada al revés en los periódicos, fue el inicio de la leyenda de que Billy era zurdo.

[9] El grupo era conocido como los Reguladores

[10] Tras crear la “Banda Salvaje” y experimentar varios reveses se dieron cuenta de la cada vez mayor presión de las autoridades, decididas a incorporar los territorios vacíos del Oeste a un modo de vida productivo y al amparo de la Ley. Decidieron emigrar.