Hay un lugar común hoy día muy recurrente para los pedantes filósofos new age, coaches, sociólogos y escritores de libros de autoayuda: el falocentrismo de la sociedad actual que coarta cualquier tipo de inciativa chupiguay que se nos pase por la cabeza.

Realmente la preponderancia secular de lo masculino y sus atributos externos hay que buscarla en otro sitio y en otros lugares, cosa que se escapa del propósito de este humilde artículo, aunque vamos a hacer un recorrido histórico (más o menos) por las representaciones que el aparato reproductor masculino ha protagonizado a lo largo de los tiempos.

Así que acomódense el paquete y síganme en este delirante recorrido por las partes nobles más célebres de la historia y sus ocultos (o no) significados.

PENES PREHISTÓRICOS: EL TAMAÑO PUEDE QUE IMPORTE

Nuestra primera parada nos lleva a la brumosa Europa del Paleolítico, de donde proceden diversas representaciones “itifálicas” dentro del arte mobiliar del hombre primitivo: numerosos “bastones de mando”, unas piezas de marfil o hueso tallados, interpretados como el puño de un bastón por los expertos, son penes, en clara conexión con la fuerza del varón y símbolo probable de su poder viril y preeminencia en una sociedad prácticamente igualitaria.

Imaginemos por un momento al venerable carcamal de 30 años, sin dientes y prácticamente al borde de la tumba (o del banquete caníbal)  que usaba esos artefactos, evocando una fuerza viril posiblemente perdida ya, pero que funcionaba como símbolo de estatus en su comunidad (es decir, “pa carajo, el mio”).

También parece que estaría en conexión con la fuerza generatriz del elemento masculino, del mismo modo que las llamadas “Venus Paleolíticas ,como la celebérrima Venus de Willendorf, con sus fofas carnes, elefantiásicos culetes y pechos capaces de producir la Vía Láctea, son la plasmación del elemento fértil femenino.

Saltando varios milenios en el tiempo llegamos a ese periodo indefinido entre el fin del Neolítico y el comienzo de la Edad de los Metales en el que las expresiones plásticas y mágico religiosas están mediatizadas por el megalitismo (básicamente piedras de varios metros de altura y muchas toneladas de peso clavadas en el suelo de diversa forma).

Imaginemos por un momento que vamos paseando por medio del campo de lo que ahora es Portugal unos 4 ó 5 milenios ante de que Cristo venga al mundo: no sería raro encontrarnos en un emplazamiento más o menos preeminente con un pene de cuatro metros de altura y miles de kilos de masa apuntando erecto hacia el cielo.

Superado el shock inicial, un observador no lerdo se daría cuenta de que se trata de un menhir (si, eso que el bonachón de Obélix cargaba sobre su espalda), tallado, decorado y pintado como un gigantesco falo en erección con todo lujo de detalles. Es el caso del llamado “menhir de Outeiro” que aún se conserva in situ y que puede ser visitado.

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Obviamente los antropólogos expertos en religiones primitivas lo relacionan de algún modo con creencias sobre la fertilidad, en este caso, posiblemente, con las dos divinidades básicas del panteón primitivo: el Padre Cielo que fecunda a la Madre Tierra, otorgando al hombre los dones necesarios para la vida, sin descartar la función posible del mismo como marcador territorial entre varias comunidades humanas.[1] El mismo fenómeno es rastreable en otros monumentos megalíticos del  occidente peninsular, por lo que, al menos durante esta época, el tamaño sí que parecía importar.

LA EDAD ANTIGUA: CIRCUNCISIONES Y AMULETOS

La relación del pene con la historia no está solo limitada a la adoración de la fuerza vital masculina ubicada en esa parte de la anatomía del varón.

También se convirtió en un símbolo externo de pertenencia o no a una comunidad determinada, mediante la práctica de la circuncisión, esa simpática operación quirúrgica que consiste en cercenar el prepucio y coser el sobrante para dejar el glande al aire (o como diría un castizo, para verle la cabeza al galápago).

Comúnmente asociada al credo judío como señal de los miembros del pueblo elegido por Dios, realmente el origen de la práctica se remonta a la noche de los tiempos.

Que sepamos, los egipcios la practicaban, aunque los expertos no se ponen de acuerdo si era algo común entre la población o se restringía a las familias principescas o de la aristocracia, como signo de distinción con respecto a la chusma. Otros exponen que posiblemente fuese un medio para marcar a los esclavos.

Lo cierto es que al parecer su práctica estaba más o menos difundida antes de la irrupción del judaísmo y la aparición del islam (otro pueblo que circuncida a sus varones) por amplias zonas de África (incluyendo el área subsahariana) y Próximo Oriente. En lugares más alejados, como Polinesia o Australasia también era practicada por los pueblos aborígenes a modo de rito iniciático.

Los judíos la adoptaron posiblemente de los egipcios, civilización madre de la cuenca mediterránea y la convirtieron en emblema nacional, por así decirlo. De este modo, los filisteos (antepasados de los palestinos actuales), un pueblo enemigo que no practicaba la circuncisión recibe en la Biblia el calificativo peyorativo de “incircunciso”.[2]

El porqué de esta dolorosa práctica no está muy claro, explicaciones trascendentes aparte. Los antropólogos materialistas, tan despegados de las cosas del espíritu, argumentan que esa operación mejora la higiene local y previene ciertas infecciones, comunes en las áreas de clima caluroso.

Lo cierto es que los musulmanes la tomaron de los judíos (si los primitivos pueblos árabes no la practicaban con anterioridad, lo que no es descartable del todo) y hoy en día es una seña de identidad de millones de varones, que, por cuestiones de fe o simplemente por prescripción médica (recuerden la popular operación de fimosis de muchos adolescentes y no tanto) llevan al “soldadito” viendo mundo.

Para griegos y romanos, como para otros muchos habitantes de la cuenca del Mediterráneo, el pene era el lugar donde se depositaba la fuerza del hombre y también su valentía.

De este modo, los guerreros griegos y romanos no escatimaban la ocasión de cortar los penes de sus enemigos muertos[3], ya que creían apropiarse de la valentía del guerrero caído en beneficio de la suya propia.

No debemos pasar por alto que , en la etiqueta de la aristocracia griega, era común que un hombre adulto en plenitud de su virilidad se presentase en público con un muchacho o efebo al que instruía en los misterios de la vida. Hilando fino, las relaciones sexuales que maestro y alumno mantenían no eran más que el traspaso de la valentía de un hombre hecho y derecho a un joven aún por formar. Esto no es óbice para señalar que las relaciones puramente homosexuales estaban mal vistas, ya que reducían el número de ciudadanos-soldado para un futuro.

Los romanos por su parte también veían al pene como algo muy importante, al menos en su vida cotidiana: son numerosísimas las representaciones de los mismos en el arte (al igual que en Grecia) y en los conocidísimos “falos”, unos colgantes con forma de pene que se entregaban a los niños y jóvenes para protegerles del mal de ojo y que hoy son pieza común en muchas colecciones de arte expoliado a lo largo y ancho de España.

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Asimismo, numerosos expertos coinciden en señalar que los romanos veían en los espectáculos de gladiadores un ritual de fertilidad, considerando la sangre y los genitales de los que luchaban en el anfiteatro como elementos mágicos de gran potencia.

Todo ello podemos apreciarlo mejor si tenemos la suerte de visitar el Museo Arqueológico de Nápoles, donde encontraremos un Gabinete Secreto, repleto de arte fálico, destacando uno de piedra de enormes proporciones que estaba ubicado en la fachada de una casa como signo de buena suerte. Un bromista escribió en el mismo “uno como este me metí por el culo”. Y es que, como reza otra de las piezas “Aquí habita la felicidad”.

Incluso en la agreste Iberia el pene (y sus amigos los testículos) eran tenidos por símbolo de potencia, energía y valentía, como atestiguan multitud de exvotos de guerreros iberos con enormes atributos erectos procedentes de los santuarios iberos de Despeñaperros.

LA EDAD MEDIA: EL SITIO DEL DEMONIO

La llegada del milenarismo cristiano medieval supuso un cambio en la visión de la desnudez y de los símbolos de fertilidad, al menos oficialmente.

Los genitales pasaron de depósitos de vida a ser el lugar donde se ubicaban la lujuria y las bajas pasiones; sitio propicio para los pululantes demonios y alimento preferido de íncubos y súcubos[4].

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De ahí que sus representaciones sean escasas, aunque si podemos hablar de algo relacionado con los penes: la proliferación de eunucos, bien sin testículos o bien sin todo el “paquete”

Eunucos hubo desde siempre y  cantores castrados también y poseerlos era un símbolo de estatus para muchos monarcas medievales.

Además, ideológicamente se veía como un acto de piedad cortar los testículos y el pene a los niños para salvarlos de una vida de lujuria y pecado, transformados en seres asexuados, como ángeles terrenales.

De este modo, el Rey de los Romanos o Emperador de Bizancio, vicario de Dios en la Tierra tenía una corte de estos “ángeles” a imitación de la corte celestial de Dios en el Paraíso.

La costumbre estaba extendida por todo el Mediterráneo, siendo Al Andalus un centro de referencia mundial: los esclavos comprados en Europa y África eran internados en Lucena, que se convirtió en un centro de castración manejado por cirujanos judíos, desde donde eran redistribuidos al resto del territorio del califa cordobés, que conseguía pingües beneficios.

PENES MITOLÓGICOS

La mitología también tiene su rinconcito para el pene, que es protagonista en multitud de relatos a lo largo y ancho del mundo.

Comenzando en Egipto, como no podía ser menos, encontramos al dios Min, que con su falo enhiesto, cual jubilado con sobredosis de viagra, nos saluda divertido desde los bajorrelieves de los templos egipcios.

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Este dios, secundario dentro del enorme panteón local, personificaba la fertilidad en su máxima expresión. Esto no debe ser considerado a la ligera, ya que Egipto, definido como un “don del Nilo”, dependía para su supervivencia de los limos que depositaba la crecida del rio, lo que permitía al país asegurar su manutención mediante los fértiles campos de las riberas.

Pero no sólo los dioses egipcios segundones tenían penes protagonistas: Osiris, el gran señor del mundo de ultratumba, el dios que resucitó de entre los muertos, también tenía una historia que contar sobre su miembro viril:

Osiris y su hermano Seth no se llevaban muy bien que digamos, pues uno era soberano de los dioses y el otro un resentido segundón.  Como en un buen culebrón, Seth decidió desembarazarse de su hermano, intentando varias tretas para matarlo, sin éxito.

Furioso, Seth recurrió al expediente más simple: el puro homicidio y la posterior desmembración del cadáver, cuyos trozos el taimado asesino esparció por todo el País de las Dos Tierras[5].

Sin embargo, Isis, esposa de Osiris y hermana de ambos[6] se dedicó a recuperar los trozos de su hermano-esposo muerto y a “montarlos” para, mediante  conjuros, devolverlo a la vida[7].

Encontró todo el cuerpo, salvo el pene, que cayó al Nilo y fue comido por un pez, que desde entonces lleva el miembro pegado en la boca[8]. Así que el pobre Osiris, anteriormente dios de la vegetación hubo de cambiar su empleo a señor del inframundo y juez de los muertos, mientras un humilde pez nada con su pene en la boca por las fangosas aguas del Nilo.

Saltando al mundo romano encontraremos al simpático dios Príapo, cuya principal característica era la de tener un descomunal miembro viril en permanente erección[9].

Este dios, relacionado con la fertilidad de los campos, era considerado popularmente el protector de los sembrados, especialmente de las viñas. En su honor se compusieron una serie de cantos y poemas conocidos como “priapeos” en los cuales se pide a Príapo que proteja con su miembro viril las parras de los ladrones, a los que supuestamente dejaba sin sentido golpeándolos en la cabeza con su extraordinario pene; en otras ocasiones ponía en fuga a los amigos de lo ajeno al intentar meterles su descomunal verga por el ano…

Si asombrosas parecen estas historias de las culturas más cercanas a nosotros, en otras latitudes también tienen rituales y leyendas relacionados con las partes nobles del varón.

Sin ir más lejos (porque no se puede), en Japón se celebra cada año el Festival del Pene, que conmemora una leyenda que se remonta al siglo XVII y que tiene como epicentro el santuario de Wakamiya.

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Este particular espacio sagrado guarda símbolos fálicos y también vaginales, relacionados con el culto a la fertilidad y era frecuentado en épocas pasadas por las prostitutas con el fin de rezar para no contagiarse de enfermedades venéreas.

Asimismo custodia un pene metálico relacionado con la leyenda antes mencionada: un demonio se encaprichó de una joven y poseyó su vagina, de modo que mordía con sus colmillos cualquier pene que intentase penetrar a la joven. Ésta, tras ver como el demonio amputaba el pene de dos maridos, oró en el santuario y pidió que los dioses le enviasen un pene de hierro.

Los dioses se apiadaron de ella y lo enviaron. La joven se lo introdujo en la vagina y el demonio perdió los dientes al morderlo, de modo que, escarmentado, decidió dejar a la chica en paz.

Prácticas más cruentas se documentan entre los pueblos amerindios, como los mayas: los reyes, llegados determinados rituales, debían ofrecer sangre de su pene como ofrenda a los dioses.

La ceremonia consistía en punzarse el glande, usando el aguijón de una raya varias veces y dejar gotear la sangre sobre unas tiras de papel vegetal. Posteriormente ese papel era quemado en una pira o incensario mezclado con ciertas sustancias alucinógenas, que llevaban a los sacerdotes a poder  “ver” y comunicarse con el mundo divino, toda vez que la sangre procedente del pene real era considerada un elemento con gran poder mágico-religioso.

PENES ANTOLÓGICOS

Siempre ha existido el orgullo de poseer un miembro lo más grande posible, a pesar del mantra de que “el tamaño no importa”. No importa si lo tienes grande claro, que diría el poseedor de uno de tamaño estándar tirando a mini.

El caso es que los grandes hombres de la historia vinieron al mundo con sus aparejos correspondientes y se fueron de él tal como vinieron (aunque a veces se les aligerase el equipaje).

El desván de la historia está plagado de estos cotilleos que dan para escribir libros carísimos y sensacionalistas o artículos entretenidos como este que mezcla un poco de todo.

Entre ellos cabe destacar el caso de Fernando VII, que padecía una hipertrofia severa de su miembro, de manera que era más grueso en su parte superior que en su parte inferior, lo cual motivaba que sus cuatro mujeres experimentasen verdaderos tormentos a la hora de mantener relaciones con él.

Finalmente, el monarca, calificado por una de sus desdichadas compañeras de lecho como “una bestia”, tuvo que recurrir al empleo de un cojín con forma de rosquilla que hacía las funciones de tope, impidiendo de este modo desgarros y otras complicaciones.

A este club de “Amigos del Cojín” pertenecerían también Carol II Hohenzollern, penúltimo rey de Rumania, que de hecho lo usaba también (a grandes males, grandes remedios), el futbolista Garrincha, con un manubrio de 30 cm y el misterioso y disoluto Rasputín[10].

Este monje iluminado, inmortalizado por Boney M y culpado por Disney de la Revolución de Octubre[11] poseía al parecer un elefantiásico pene de otros 30 cm que le fue amputado tras su asesinato y que fue dando tumbos por media Europa hasta encontrar acomodo en el Museo Nacional de Arte Erótico, conservado en su tarrito de formol. Sea el de un animal o un pepino de mar disecado, lo cierto es que el mito perdura casi un siglo después de la muerte de su supuesto propietario.

En el otro lado de la balanza tendríamos al genio militar por antonomasia: Napoleón.

Afamado artillero, podríamos decir que su dotación era no más que una culebrina[12]: cuentan que Napoleón fue completamente castrado tras su muerte y que su pene, como el de Rasputín ha ido dando tumbos por esos mundos de Dios.

El poseedor del mismo, profesor universitario de profesión, atestigua que era diminuto, de unos 4 y pico centímetros, llegando en erección a unos 7, centímetro arriba, centímetro abajo.

Resulta paradójico que un general reconocido por sus numerosas aventuras con mujeres, desde prostitutas bretonas hasta condesas polacas tuviese tales guarismos en los calzones.

Sin duda la erótica del poder jugaba decididamente a su lado.

Sin embargo, el poseedor del aparato genital más sobresaliente de la historia del que tengamos constancia está muy alejado del glamour, de los grandes salones y del poder absoluto: se trata de Joâo Baptista dos Santos, un humilde gitano portugués nacido en el Algarve en el siglo XIX.

Este buen hombre, aparte de tener una pierna de más, poseía 2 penes completamente operativos y tres escrotos…

Ante tamaño poderío, no queda más que levantarse, quitarse el sombrero y dejar de escribir.

Ricardo Rodríguez

[1] No queremos decir que todos los menhires sean itifálicos, sólo que existen algunos que sí lo son. Los seguidores de Obélix pueden respirar tranquilos, ya que su héroe no tendría por qué cargar con enormes penes de piedra sobre su espalda.

[2] En la misma Biblia se menciona la historia de un pretendiente que quería desposar a una de las hijas del rey David. Éste le pidió como precio por la princesa un saco lleno de prepucios filisteos.

[3] Esto contrasta con la imagen de pueblo de filósofos que tienen los griegos actualmente

[4] Demonios con apariencia de hombre y mujer que seducen a los vivos y mediante la fornicación les extraen la energía vital

[5] Así conocían los egipcios a su propio país

[6] El matrimonio entre hermanos era típico de la realeza egipcia por motivos religiosos y de pureza de sangre

[7] Como un predecesor del monstruo de Frankenstein

[8] Este pez es real y se llama “pez elefante” u oxirrinco

[9] A la enfermedad que provoca erecciones incontroladas se le llama hoy día “priapismo”

[10] Gregori Efimovich Rasputin pertenecía a una congregación de monjes siberianos que practicaban el desenfreno sexual como medio de tener experiencias místicas, aparte de no lavarse. Supuestamente curó al zarévich Alexis de su hemofilia, por lo cual ganó gran influencia sobre Nicolás II y especialmente sobre la zarina Alejandra. Fue asesinado en un complot palaciego en 1916.

[11] En la película Anastasia, Rasputín es mostrado como el cabecilla de la Revolución bolchevique, toda una lección de historia en imágenes

[12] Pequeño cañón giratorio usado en los barcos de guerra de la época.