Esa parece ser la obsesión del magnífico defensa internacional nacido en Camas, provincia de Sevilla y, teóricamente, sevillista desde la cuna que no desperdicia oportunidad para mandar recados a todos sus objetores e imponer su fuerte personalidad dividiendo al público acerca de la idoneidad de sus actos.
La historia de Sergio Ramos con el Sevilla se ha convertido en una losa difícil de superar. Una mezcla de sentimientos en los que cualquier sevillista se siente engañado por ambas partes de este conflicto, jugador y club.
Cuentan las lenguas antiguas, y a antiguas me refiero a que en el pasado lamían del plato de Del Nido y una vez recibida la patada se alinean en su contra, que el muchacho de 19 años subió a las oficinas del Sánchez-Pizjuán a hablar con el presidente a pedirle un aumento de sueldo.
Una vez invocada la reclamación, el presidente de la entidad quizás con buen criterio aunque con malas formas, recordemos que en ese momento el defensa solo había disputado 51 partidos oficiales con el Sevilla en poco más de una temporada completa (2004-05), rechazó encolerizado la petición del camero emplazándolo a que volviera a subir a la planta noble cuando se lo mereciera un tiempo después, convencido de que así motivaría al muchacho a mantener el gran nivel mostrado y seguir su desarrollo.
En lugar de recoger el guante llevado por su sevillismo y asumir el reto, dolido en su orgullo, decidió buscar a alguien que le pagara lo que quería y ahí entró el Real Madrid, actor acostumbrado a lidiar en estos escenarios. Con la chequera aún caliente en esos tiempos, Florentino Pérez no tuvo el más mínimo reparo en soltar 30 millones por él y así reunirlo con Julio Baptista, que también había cogido el Ave en la misma dirección semanas antes (curiosamente los dos goleadores por parte del equipo sevillista en su enfrentamiento en liga la temporada anterior).
Normal su fichaje, ese Madrid galáctico de la 2005-06 empezaba a convertirse en supernova después de la salida de Vicente Del Bosque y Fernando Hierro por la puerta de atrás. Las desastrosas temporadas se sucedían mientras los turnos en el banquillo blanco pasaban como en una pescadería, habiendo incluso el que desaparece del mostrador incluso antes de que le toque, léase Camacho. Se necesitaba savia nueva para intentar dar un digno final a un conjunto de jugadores que a nivel comercial reportaban mucho más al club que a nivel deportivo.
En la más absoluta descomposición, veía marchitarse a los Roberto Carlos, Zidane, Beckham o Ronaldo, enfilando todos la rampa de salida que ya había cogido Figo dirección Inter. Solo Raúl, Casillas y, según el día, Guti podían suponer un mínimo de cimientos sólidos sobre el que edificar un nuevo proyecto, porque la cantera como que no. Sobre todo si sus máximos exponentes eran Raúl Bravo, Pavón (con todo el respeto a ambos) o un imberbe Roberto Soldado.
Ramos suponía un soplo de aire fresco y más por su polivalencia entre la banda derecha y el centro. Pero no pudo llegar en peor momento.
Sin Valdano, que había dejado el puesto de director general en junio de 2004 después de naufragar con la apuesta de Queiroz, la secretaría técnica decidió que el fichaje estrella de esa temporada sería Robinho. El joven extremo brasileño, quién sufrió el secuestro de su madre el invierno anterior, recalaba con la vitola de ser el mayor prospecto del fútbol mundial. Pero claro, con su nula experiencia más allá del campeonato brasileño su temporada fue decepcionante. Mención especial merece como los titulares de la prensa se deleitaban con las numerosas bicicletas que realizó en su debut liguero en el Carranza, quizás su mejor partido vestido de blanco. Un tanto triste.
En el banquillo, Vanderlei Luxemburgo, con prestigio en Sudamérica y complemento ideal para que Robinho estuviera arropado en su aclimatamiento a Europa, fue incapaz de conducir el proyecto y terminó dejando el cargo a media temporada a López Caro. Mientras, la secretaría técnica continuó con la fiesta, y decidió que los refuerzos para apuntalar ese equipo, y para regocijo de la desaparecida Tabacalera Española, serían nada más, y nada menos, que Gravesen y Cassano.
Con ese entorno, Sergio se hizo con la titularidad en el centro junto a Iván Helguera ganándole la partida a Mejía, al mencionado Pavón y a Jonathan Woodgate (con este las partidas se las jugaría en la videoconsola).
Pero no fue fácil. Con un Barça que iba camino de su segunda Champions y su segunda liga consecutiva, el duelo en el Bernabéu fue una noche dura para la afición blanca y también para nuestro protagonista. Sergio estuvo desbordado todo el partido y solo pudo servir de testigo privilegiado al recital blaugrana de Ronaldinho, Eto´o, Xavi y Messi. 0 a 3 y con el público aplaudiendo a Ronaldinho.
El brasileño marcó el segundo y el tercero, ambos arrancando con el balón desde banda izquierda, ambos regateando a Ramos, una constante ese día, y dejándolo a varios metros de distancia en pocos segundos para batir a continuación a Casillas. Vapuleo en casa y Sergio retratado en los tres goles.
Así fue el principio del fin de Florentino Pérez en su primera etapa. El 27 de febrero de 2006 dimitía mientras el club se sumía en un proceso de luchas internas que continuó toda la temporada y el verano posterior.
Esa primera temporada en el Real Madrid, Sergio volvió al Pizjuán en la última jornada. Con la liga sentenciada, el Sevilla gano 4-3 entre el éxtasis de haber ganado su primera Copa de la Uefa, posterior Europa League.
El partido fue duro para Sergio y empezó nada más y nada menos que teniendo que hacer el pasillo de campeón al Sevilla. Él, que se había marchado de Nervión con la excusa de ganar títulos según decía, se encontraba que en su primera temporada era al revés, y el que conquistaba uno era el equipo de su tierra mientras él estaba empezando a entender que suponía ser defensa central en el Real Madrid y como de sinceras son las sonrisas de los periodistas capitalinos. También empezó a saber lo que era el acoso de la prensa rosa.
Su primera vuelta a casa fue una declaración de intenciones por parte del público local. Pese al júbilo de haber hecho historia y celebrar su primera victoria en una competición europea, el respetable pitó e insultó al canterano de principio a fin.
No importaba el título, no importaba su papel irregular en esa temporada, no importaban los 30 millones que dejó en las arcas, la afición no entiende de dinero. La afición entiende de cariño, de respeto y de compromiso.
Y pese a encontrar en el mercado un recambio fantástico que reunía esos tres principios en Ivica Dragutinovic (lo del cariño lo podría matizar el moranco César Cadaval), el sevillismo no perdonaría la forma y la imagen con la que decidió dejar a su club. Resultaba imposible, era superior a sus fuerzas. En todo aficionado al Sevilla aún está incrustado en la retina el recuerdo de la convocatoria con la selección nacional posterior a la primera jornada de Liga y la aparición de Sergio Ramos con un traje blanco.
Ese guiño a su futuro equipo seguido por su petición/exigencia de abandonar el club rojo y blanco mientras hablaba con los medios, periodistas secuaces que tardaron poco en hacer la pregunta de rigor, fue una daga clavada en el corazón de toda la afición. Un chico criado en casa, uno de los nuestros, de los que teóricamente toman el escudo como corazón propio se precipitaba por la puerta de atrás atraído por las cantidades ingentes de euros prometidos dejando todo a un lado.
El que estaba llamado a continuar la línea de liderazgo implantada por Alfaro y Navarro, y darle continuidad a ese gen mezclándolo con mucha más calidad. Un central de futuro que sirviera como base para crear el equipo ganador que estaba en ciernes.
Ya dolió ver partir a José Antonio Reyes, mucho, pero era necesario. Pese a haber sido tan solo un par de años antes, la economía del club no daba para más, no había más remedio, pero esa temporada se había vendido ya a Julio Baptista, el mejor jugador del equipo, al mismo protagonista y también el jugador brasileño forzó su salida con las típicas declaraciones que tanto gustan en Madrid. Se repetía semanas después. Llovía sobre mojado empapando una gran parte de las esperanzas puestas en el equipo para la siguiente temporada.
Sergio Ramos en el Sevilla no ha sido más que una promesa que se torció como tantas otras, desviada del camino esperado por el viciado mundo del futbol y atraído como una polilla, junto a su familia, a la luz que desprende el faro futbolístico y mediático que representa el Real Madrid.
Roma no paga a traidores. Sevilla tampoco.
Y en eso se escudó José María Del Nido. Sabedor de que sus palabras dieron un empujoncito a que unos de los mejores defensas salidos de la cantera de la carretera de Utrera abandonara el equipo, no dudó en atacar tanto a Sergio como a su hermano y representante René. Un ataque sin cuartel que fue encolerizando más al seguidor de a pie con el objetivo de eludir cualquier responsabilidad acerca de que el usufructo de tan prometedor jugador se iba a producir en la capital del país.
La temporada siguiente se repetía la historia, con la diferencia que Sergio ganó su primera Liga. Algo que hizo empequeñecer en su corazón el dolor de no estar presente en los dos títulos europeos consecutivos con los que la providencia regaló al Sevilla.
El comienzo de la 2007-08 regalaba una Supercopa de España entre el Real Madrid y el Sevilla y un tremendo partido de vuelta que el conjunto sevillano ganaría 3-5 en el Bernabéu. Allí marco Sergio su primer gol al Sevilla. En una falta lanzada por Sneijder y fusilada de cabeza ante Andrés Palop, hacía el empate a 3 que daba cierta emoción al partido antes que Kanouté en dos ocasiones terminara con la agonía merengue. No hubo aspavientos, tampoco podía permitírselo si querían remontar, pero sí que hubo un gesto parecido al de principios de 2017.
Levantó el dedo hacía el palco señalando a José María Del Nido, se tocó la cabeza queriendo reflejar la calvicie extrema del dirigente nervionense y volvió a señalar, esta vez su nombre en la camiseta.
Ahí estaba él. Marcando un gol al Sevilla y de nuevo haciendo distinciones dentro del club. Dedicando el gol al presidente del Sevilla, solo a él. Al igual que recientemente solo fue a los Biris. Distinciones inútiles.
Las temporadas fueron pasando. Él en Madrid ganando ligas, las que dejaba el Barcelona, y el sevillismo en su casa viendo como la mejor etapa pasaba, presuntamente.
Pero no todo fue siempre hostil.
Tanto sus excompañeros, como sus ex entrenadores, como la gente llana del club que convivió con él, siempre lo habían defendido.
Manolo Jiménez, su entrenador en el filial, defendía su sevillismo en un documental realizado sobre el club en conmemoración de los éxitos recientes y pasados. Pablo Blanco, coordinador de cantera, se prestaba (y presta) a hablar de él de manera positiva cada vez que tenía opción. Daniel Alves, Javi Navarro, Andrés Palop… todos intentaban hacer ver al público que la decisión de salir del conjunto hispalense se debía a la escasa duración de la vida deportiva del futbolista y que la oportunidad que había llamado a la puerta era irrechazable.
Con los años esa idea fue calando en la afición. Uno de los criados aquí había ganado una Eurocopa. Dos de los nuestros habían ganado un mundial (junto a Jesús Navas) para posteriormente ganar otra Eurocopa. Y en cada una de las celebraciones, nunca dudó en recordar al icónico, malogrado y querido Antonio Puerta. Tampoco podía ser tan mala persona.
La salida de del Nido de la presidencia del Sevilla y la llegada de José Castro sirvió para dar otro impulso a la paz social. El actual dirigente no dudó en realizar un homenaje en el Sánchez-Pizjuán aprovechando que la selección volvía a la casa nervionense como preparación hacia el mundial de Brasil de 2014.
Un Sergio Ramos tremendamente emocionado recogía de mano de Castro una pequeña estatuilla conmemorativa con la forma del escudo del Sevilla. Por fin, reconocía en los micrófonos de la televisión, era recibido en la que él denominaba su casa de buena manera. Pero esa tarde no estaban los Biris en el gol norte. Hace falta ser un bisoño para no darse cuenta que solo se trataba de una bonita ficción derivada de un partido que no interesaba a nadie. Muy difícil que se hiciera realidad en un partido normal.
Pero el no cayó en eso, o no quiso hacerlo, después de ser padre recientemente intentó disfrutar el momento. Lágrimas que enjuagaban todos los malos recuerdos de sus vueltas vestido de madridista, vueltas a su tierra en las que ninguno de sus familiares podía pisar el estadio nervionense con el fin de evitar el sufrimiento que supone ver a un ser querido insultado gravemente por una parte de la afición que no perdona ni olvida. Especialmente por su abuelo materno. Un sevillista que trató de hacerle amar los colores que defendió, no pudo pisar su estadio para ver a su nieto durante los últimos años de su vida.
Los años pasan y la tierra añorada no es la que tienes por delante sino la que dejas atrás. Tierra vetada para él y tremendamente acogedora para muchos otros que nacieron a miles de kilómetros y eso duele.
Ahora que el Sevilla encontró otro ciclo ganador con otras tres Europas League, ahora que el camero conquistaba dos Champions con el Madrid, ahora que se enfrentaron en la Supercopa de Europa marcando para empatar el partido en los últimos minutos sin que eso disparara las iras del sevillismo, ahora todo apuntaba a un acercamiento progresivo.
Pero Sergio Ramos lo ha dilapidado.
Un gesto evitable, torpe y a destiempo. Difícil de creer en un jugador inteligente y maduro dentro del campo.
Con un penalti a lo Panenka, con la eliminatoria sentenciada para los madrileños, en los estertores del encuentro con el único objetivo de dedicárselo a los Biris, solo ha conseguido volver al punto de salida. La indiferencia reinante y el cierto cariño que iba sembrándose en el grueso de la afición se ha visto cortada de raíz en un solo acto. Solo para sentirse por encima, para indicar que se llama Sergio Ramos, como bien señaló nuevamente.
Marcó, señaló su nombre y volvió a su campo pidiendo perdón a tres cuartas partes del estadio, como si con ellos no fuera la película, como si esa noche el marcador fuera 3 a 3 para los Biris y 3 a 2 para los demás. No solo ha reventado las ganas del club por hacerle la vida más llevadera por Sevilla, sino que ha unido al sevillismo, tremendamente malhumorado ante semejante desplante.
Quizás fue el momento de tensión del partido. Quizás fueron los recuerdos de su abuelo. Quizás la tensión de ver como en 10 años la situación no ha cambiado del todo. Quizás fue que al salir de aquí le prometieron que a la gente se terminaría olvidando su salida o quizás fueron las ganas de humillar a la parte de la afición que no le perdona. Quizás, quizás, quizás…
Dejémonos de banderas en ataúdes y demostremos las palabras con actos.
Qué importa que Sergio Ramos sea sevillista o no, qué importa si él se siente o no, ni falta que le hace a nadie. Ni al excelente defensa que está teniendo una carrera a un nivel extremadamente alto y llena de logros colectivos ni a la entidad que ha cosechado sin su presencia tantas victorias como nunca se podría haber imaginado nadie cuando partió en verano de 2005.
No hay mayor desprecio que no hacer desprecio, reza el refranero popular. Quizás es el momento en que ambas partes se apliquen el cuento.
Carlos Sabaca (@casabaca)
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