Un artículo de vital importancia para la construcción (de edificios o naval) que antaño debió tener una fuerte presencia en el río Guadalquivir fue la madera, cuya flotabilidad le permitía el autotransporte. Debemos de tener en cuenta que las cantidades de madera necesarias sólo para la construcción debieron de ser enormes, y que la madera (como su propio nombre latino indica: materia) era el elemento fundamental en las actividades humanas. Vitrubio, nos señala que el alerce era conducido desde los Alpes hasta Rávena a través del Po. Nos dice también que, no obstante, a causa de su escasa flotabilidad había de ser colocado en barcazas o balsas hechas con madera de abeto, por lo que su traslado se convertía más bien en tarea de los ratiarii [almadieros]. No obstante lo normal debía ser que se aprovechase la propia capacidad de flotación de la madera para conducir los conjuntos de troncos con la ayuda de pértigas.

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En el Guadalquivir sabemos que el descenso por flotación,  desde las sierras de Cazorla y Segura hasta las ciudades en su curso medio y bajo del Guadalquivir, se produjo hasta 1948. Los documentos medievales nos dicen al respecto que los pinos eran arrastrados por bestias o llevados en carretas hasta el curso de agua que permitiera su traslado, fuese el Guadalimar o el propio Guadalquivir. Sabemos igualmente que el transporte podía ser de troncos individualizados o formando grandes balsas o almadías (rates) («piaras de mill pinos», dicen nuestras fuentes), y que era realizado por profesionales especializados (los ratiarii o almadieros, en grupos de 10, 20 o 30 hombres), que los trasladaban -sirviéndose de perchas- en invierno, época de la tala, o en primavera, que es cuando el río solía contar con un notable caudal que facilitaba la operación. Plinio nos dice que los abetos eran transportados desde las alturas donde vivían a las costas, utilizando las corrientes fluviales, después de haber sido descortezados, con vistas a su utilización en los astilleros.

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También sabemos que estaban sometidos a una serie de impuestos y derechos de paso, en particular en las presas del río. Y es interesante notar que, en esa época, los distintos impuestos consistían en la entrega de una determinada cantidad de árboles (en el caso del paso de las presas, uno de cada 20 o cada 40). En Córdoba, en ocasiones, se procedía al aserrado de los troncos, de forma que una parte de la madera bajaba ya escuadrada hasta Sevilla. Una vez llegada la madera (en tronco o aserrada) a los lugares de destino, se sacaba a la orilla y se dejaba secar, hasta cuatro o cinco años, amontonada y cubierta por lonas impermeables (los centones de época romana, fabricados a base de trapos y pez vegetal y alquilados por los centonarii (fabricantes de centones), a cuya corporación -atestiguada en Sevilla- se le terminaría asignando también una responsabilidad en la extinción de los incendios dado quelos capotes servían para ahogarlos). O sea, se procedería como solía suceder con las mercancías depositadas en los muelles y no metidas en los horrea o almacenes, que, en muchas ocasiones, presumiblemente la mayoría, serían simplemente protegidas mediante telas embreadas que las cubrirían, como sabemos que sucedía en el puerto sevillano en la Edad Moderna. Los centonarii se veían así plenamente imbricados en las actividades de la navegación fluvial.

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Sabemos que todavía en el siglo XVIII se seguían utilizando estas balsas de flotación para conducir la madera desde la zona serrana del río Guadalimar, afluente del Guadalquivir, donde se producían las cortas de árboles, hasta Sevilla. Así, por ejemplo, desde 1734 y durante más de tres decenios se hizo venir la madera (más de 8.000 pinos en un año) desde la sierra de Segura para la construcción del suntuoso edificio de la Real Fábrica de Tabacos ‑hoy ocupado por la Universidad‑ según los datos que nos ha transmitido P. Madoz. También sabemos que esa madera se utilizaba para la confección de navíos en los astilleros de Sevilla, como señala Serafín Estébanez Calderón en sus Escenas andaluzas (1847) cuando nos habla de ese personaje tan peculiar de la ciudad que era Manolito Gázquez:  «Dos tardes entre semana -nos dice- las empleaba concurriendo a cierto paraje enfrente de Triana, a oír leer la Gaceta, sentado sobre su capa en los maderos que, en aquella ominosa época en que teníamos marina, bajaba desde Segura por el Guadalquivir, y que servían en la orilla para cómodo asiento de la gente desocupada. Por aquel tiempo sólo llegaban a Sevilla cinco ejemplares de la Gaceta, único papel que se publicaba en España; cosa que prueba la infelicísima infelicidad de aquella época, en que recibíamos de América cien millones de duros al año. El que presidía el auditorio en donde concurría Manolito -nos sigue diciendo-,cobraba cada ochavo de los que acudían a oírse leer la Gaceta. Allí nuestro héroe oyó hablar de Austerlitz, cuya palabra jamás le pudo caber en la boca».

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 ¿Fue muy de otro modo en la Hispalis romana? Si Manolito Gázquez, como muchos otros curiosos desocupados, acudía a los muelles a oír leer la Gaceta de Madrid, que desde 1762 se editaba por orden real (al principio los martes, y desde 1778 también los viernes) y que hoy conserva el nombre sólo como subtítulo del B.O.E., debemos recordar que también desde la época de César se emitían los acta diurna populi Romani [Hechos diarios del pueblo romano] (Suet., Caes., 20, 1) que han sido considerados como elorigen de la «prensa» escrita, una especie de diario de Roma, aunque E. Cizek (Histoire et historiens à Rome dans l’Antiquité, Lyon, 1995, pp. 25-26) opina que «se trataba más bien de una publicación intermedia entre el Boletín Oficial y un periódico moderno:pensamos en las páginas de «noticias» de los diarios de nuestra época. El tenor de las noticias proporcionadas por estas actas fue muy variado. Estas noticias, brevemente compuestas, trataban sobre los asuntos del Estado, pero también sobre los prodigios. Se mencionaba en ellas las aclamaciones concedidas a los emperadores, las acciones de los magistrados y de los príncipes, los discursos de los tribunos de la plebe. Las actas no dejaban de relatar los acontecimientos relativos a la familia imperial, incluidas las hazañas extravagantes de los príncipes, como las proezas de gladiador de Cómodo, las audiencias concedidas o solicitadas a los Césares o a otros miembros de su familia. Se registraba incluso los días de nacimiento y las exequias de los miembros de la familia reinante. En las actas figuraban además noticias cotidianas de todo tipo, como distribuciones de donativos imperiales, funerales de un auriga famoso, cuando con motivo de los cuales uno de sus admiradores se había dado voluntariamente la muerte arrojándose al fuego, o bien el nacimiento de un niño en una familia ya numerosa, o la fidelidad de un perro. Estas noticias sueltas se referían sobre todo a las grandes familias: figuraban entre ellas noticias necrológicas de los senadores. En general, estas actas saciaban la curiosidad de las masas. Porque,los acta diurna eran publicados mediante carteles en Roma y eran leídos por todos, mientras que ejemplares que las reproducían se enviaban bastante lejos de la capital, en Italia y al Imperio. Tácito precisa que las actas del pueblo y de la Ciudad eran leídas con pasión por los civiles y los militares de las provincias. Los acta diurna se ajustaban normalmente a los intereses de la propaganda imperial.»

Perdónesenos la extensión de la cita, pero hemos querido conservar directamente las palabras de Cizek lo mismo que las de nuestro autor malagueño del siglo XIX, con las que parecen conectar directamente. El río, como antes apuntaba, no sólo llevaba personas y mercancías: también llevaba ideas e ilusiones. ¿Qué impacto causaría en Sevilla aquella noticia que nos transmite Plinio el Viejo cuando nos dice que «una legación de los olisiponenses (o lisboetas), enviada con ese único propósito, puso en conocimiento del emperador Tiberio que, en cierta cueva, se había visto y oído tocar la caracola a un tritón marino que tenía la figura consabida [hombre barbado con cola de pez]». ¿Un bulo o sólo el reflejo de una época sedienta de mitos que el poder alimentaba? P. Veyne nos recuerda que en las colecciones del príncipe se conservaban los restos de un tritón que habría visto Pausanias tras mostrárselos unprocurator a mirabilibus [procurador de las cosas maravillosas]. El río, en todo caso, habría servido de vehículo tanto a los rumores transmitidos de viva voz como a las noticias copiadas en Roma en ese verdadero papel de la Antigüedad que era el papiro, que llevaba órdenes y consignas por todas las vías de comunicación del Imperio.

Genaro Chic García