Durante las últimas semanas ha sido tema de actualidad la polémica suscitada o provocada en Francia por el debate y reciente aprobación del matrimonio para todos. Resulta complicado de creer que un país que destaca por su laicismo y autoproclamado liberté, egalité, fraternité se haya generado semejante oleada de protestas ante un derecho fundamental que en algunos casos ha desembocado en agresiones. Las protestas tienen su principal foco en el movimiento Manif pour tous, que liderado por Frigide Barjot ha aglutinado todas las opiniones en contra de la iniciativa gubernamental. La –en cierto modo- sorpresiva oposición ha provocado un aumento de la homofobia en Francia, con agresiones de todo tipo que numerosas organizaciones han denunciado. Y con un lugar prominente en todas las protestas encontramos como siempre a la Iglesia, equivocando lugar y forma para dar motivos por igual a quienes cada día nos sentimos más alejada de ella y a todos aquellos que cierran su mente y se aferran a no pensar por encima del dogma y la ley natural.

El matrimonio para todos, que más allá de absurdas disputas sobre nomenclaturas, definiciones, etc … no es más que un claro ejemplo de que el Código Civil se debe secularizar; de que ideales universales como la igualdad y la libertad deben ser los principios inspiradores de nuestra organización y no la religión institucional que persiguen los grupos de presión católicos. ¿Qué es una familia?, nadie tiene el poder para definir instituciones ancestrales en función de un único y válido patrón, tanto Francia como España son herederas de una larga tradición católica, pero esto no puede hacernos confundir tradición con legalidad o legitimidad.

Hace tiempo que la religión dejó de ser el engranaje de nuestra sociedad, por tanto no podemos definir nuestro mundo en términos religiosos católicos sino descubrir los nuevos espacios de lo sagrado, y por parte de las religiones de libro perseguir la adecuación entre teoría y praxis que las harían cercanas y no enemigas de muchos colectivos.  

Tenemos el problema de que creer que nuestra perspectiva es única, que nuestra visión occidental del mundo y de las instituciones es la opción más válida, haciendo que otros modos de vida sean tachados de primitivos, discriminatorios, racistas … sin pararnos a pensar que en nuestro propio país existen –y seguirán existiendo- personas que ven el recorte de derechos y la reproducción de un sistema jurídico desigual el modo idóneo de vida, personas que ven en lo diferente lo peligroso, alimentándose de estereotipos y prejuicios que acaban por hacer germinar en su interior semillas de fundamentalismo. El caso del matrimonio es un claro ejemplo, pueden quedarse tranquilos todos los hombres, ¡siempre habrá mujeres para todos!, y en palabras de  Christiane Taubira: “…lo que una ley no suprimirá son los juegos amorosos ni entre los homosexuales ni los heterosexuales…”.

 Juegos peligrosos pero que en la mayoría de las veces caemos, ¡qué difícil es decir no!, incluso para quienes visten sotana y se echan a la calle en defensa de ¿qué?. Tratar de defender un concepto como el de familia o matrimonio siguiendo la denominada ley natural no viene de lejos, a día de hoy son muchos los países cuyos códigos civiles y penales están inspirados en textos sagrados, el caso más evidente lo encontramos en los países islámicos con sus discutidas prácticas y normas de conducta y moral. Más allá de pensar si está bien, está mal o tachar a una sociedad de racista por los vaivenes mentales de unos pocos líderes convendría tratar el tema desde una perspectiva sociológica.         

Las religiones han buscado promover valores que favorezcan la dignidad y el bien, pero cayendo en la contradicción que supone apartarse de ese fin primario para mezclarse con instituciones y aspiraciones políticas, convirtiéndose en instituciones de poder que para sobrevivir en nuestra sociedad mutan en lobby para mantener esa influencia. Nuestra Iglesia practica esta ambivalencia, los derechos humanos estarían fundamentados en el derecho divino, algo incuestionable, universal e inmutable porque viene de lo sagrado; es una postura que hace que el ser humano antes que sujeto de derechos sea un elemento de la creación sometido a la voluntad de Dios. Aquí está la raíz de toda oposición, tal vez ni quienes se oponen crean postulados teológicos que nos remiten a San Agustín, pero enarbolan sus concepciones tradicionales sustentadas en la fe porque las leyes de un país serían la voluntad de los hombres y no de ese Dios que dicta el derecho revelado y único. El consiguiente problema sería que cuestiones como matrimonio y aborto son materia exclusiva de ley natural y no humana, siendo la Iglesia quien ostenta la potestad y legitimidad al respecto, de manera que desautoriza al Gobierno de la Nación.

Deberían, al menos, los señores Obispos sentirse importantes porque son muchas las personas que se preocupan por entenderles, estudiar sus textos y buscar una adecuación con los tiempos que vivimos; lograr alcanzar esa religión del futuro donde Estado y religión se entiendan sin necesidad de jerarquías ni cotos exclusivos. No se gana absolutamente nada llenando avenidas con familias numerosas y masas de seminaristas, tampoco invitando al Santo Padre para entonar por las calles de Madrid canciones propias de un musical de Julie Andrews; total, Kiko Argüello lanza una llamada y acuden cientos de kikos sin necesidad de organizar grandes visitas y eventos. Concebimos el matrimonio como una unión, el significado puede haber cambiado con los años pero la idea que tenemos en nuestro inconsciente es la misma; pararse a pensar en las connotaciones religiosas o históricas que tiene no es lo que debe preocuparnos, lo realmente importante es que nuestras leyes tienen que secularizarse para que las personas –independientemente de ser creyentes o no- tengan los mismos derechos en el engranaje administrativo de la sociedad, lo que esas personas quieran hacer con su vida o con su boda nos tiene que importar cero; quienes quieran seguir jugando a la ambigüedad y la ambivalencia lo harán mañana, pasado y dentro de lustros; ¡pero no saben lo que se pierden fuera del convento y debajo de la sotana!.

                Francisco Javier Ogáyar Marín @Saladino82