El arte es como la cabeza de Medusa, si lo miras fijamente puede dejarte petrificado. Así lo veía también María Zambrano. Seguramente ése sea el motivo de que no todo el mundo esté emocionalmente capacitado para sentirse parado ante Hopper, Modigliani o Juan de Mesa. El tiempo, que no es más que una convención que hemos establecido para cuantificar el modo en el cual transcurre la vida, queda detenido cuando puedes apreciar esto.

Sin embargo, entre Nipkow, Zworkyn y Farnsworth alumbraron el modo de crear la experiencia de petrificación perfecta: la televisión. Probablemente el pobre de Benjamin se hubiera sentido gratamente satisfecho si hubiera podido comprobar cómo su teoría de la experiencia fragmentada iba a generalizarse de un modo fabuloso gracias a la instalación de ventanas virtuales en cada hogar, y casi en cada habitación, a aquello que nos hace cuestionarnos “¿qué es lo que hace a los hogares de hoy día tan diferentes, tan atractivos?”, que diría Richard Hamilton.

Nada, deberíamos contestar. Nuestros hogares son en general colmenas absurdas creadas a imagen y semejanza de lo que a) queremos tener y no tenemos; y b) queremos distinguirnos y sólo actuamos por distinción, y no por gusto. Eso surge del espejo de Narciso, del bombardeo de constantes experiencias culturales a través de unas pocas pulgadas que nos permiten trasladarnos al espacio exterior, a un estadio de fútbol, a una casa donde un fontanero se tira a la hija del dueño, un concierto o el simple y humano hecho de querer matar. La emoción aforística.

La televisión que todos podemos ver es un arma maravillosa que refleja en su público objetivo lo que cada cual quiere ser. El público de Sálvame o de Mujeres, Hombres y Viceversa, por ejemplo, es el que se sienta y no necesita ser ni perdonado y revalorizado en sí mismo. Sólo quiere ser bombardeado, no hablará del programa mucho más allá del momento de emisión, y prefiere verlo en compañía. Es un acto social semejante a aquellos romanos que iban al teatro en época de Cicerón a ver fornicaciones y a buscar relaciones con otras mujeres (y otros hombres). Es más, es un público que necesita sentir ese punto de vergüenza oportuna, la vulgaridad consentida. Algo parecido sucede con los programas de Antena 3, especialmente con sus informativos. Uno pone los de Tele 5 para ver carnaza, y los de Antena 3 para que, de vez en cuando, le hablen de ricos, de lujo, e incluso de las noticias más difíciles en un tono algo adocenado. La vida que es dura, pero mejor si te lo van diciendo como tu abuela haciendo calceta y diciendo de pronto “pues no que se ha muerto la del 2ºA, ¿quieres una galletita?”.

El público de los programas de Intereconomía es también narcisista, pero de otra forma. En su mayoría se trata de un público de educación católica, y para ellos el Bien es algo ajeno. Les gusta verse inmersos en ese ámbito de crítica malvada, con ánimo de ofender, pero que muchas veces acaba resultando en un “uy, perdón por lo que he dicho”, entre risas. Son programas para un público que dice “va, soy un poco cabrón, pero perdonadme”, porque hay un Ser (la Audiencia como nuevo Dios) que te perdona.

Pero nada como el público de La Sexta, sobre todo el de Salvados. Porque el de El Intermedio ya está preparado, es para un espectador que espera la crítica de barra de bar y chiste fácil. En cambio, el de Salvados tiene un perfil de presunto intelectual. Salvados consigue que su público objetivo se olvide que, al fin y al cabo, su finalidad es entretener y obtener audiencia. Salvados es un programa perfecto: permite a su público objetivo ratificarse en sus valores morales creyendo que al verlo se hace el Bien. Es una estrategia maestra: Sálvame te hace sentir anestesiado, avergonzado, para un público objetivo cuyos valores morales no son monetizables (paradójicamente).

El público objetivo de Salvados no necesita ser perdonado porque para ellos no hay ningún Bien ajeno, ellos tienen el Bien. El fin último de la televisión hecho programa: el narcisismo masturbatorio, usted no está viendo gente más guapa, usted es el “guapo”.  Con independencia de lo que dicen o no en el programa, eso ya será mejor o peor, hablamos de su estructura y su estrategia comercial. Es el perfecto espejo de Narciso: el espectador se siente una gran persona, siente que sin hacer más que ver el programa y poner comentarios en Internet sobre ello ya está contribuyendo (supuestamente) a construir un mundo mejor; se le da la razón, se le dice “mira, mira, ¿ves como tenías razón al pensar que hay un mundo injusto y malvado por el que no estás haciendo nada pero por el que ya haces algo por el simple hecho de vernos a nosotros, de ver a nuestros anunciantes?”, porque es la Verdad revelada. La que procede del Espejo. Recuerden que “espejo” viene de speculo, y no sólo es especular con la realidad, sino también espejismo. Un bello espejismo.

Aarón Reyes